Hay olores que te recuerdan a una persona, otros a un momento muy concreto, pero también a épocas enteras. Todo 2011, por ejemplo, lo asocio a la mostaza verde de un bocadillo que se llama Polloso. El álbum Nightlife de Pet Shop Boys huele en cambio a una bañera llena: por aquel entonces, era mi banda sonora cuando me bañaba cada domingo.
Y ahora mismo mi olor favorito es 212 Men. Es la colonia del chico al que no sé cómo llamar en este blog. Él. Mi peluche está impregnado de su perfume; bueno, quizá no tanto, sólo lo abraza a veces, pero yo imagino que huele mucho. Oliéndolo, me transporto a las cenas de otros miércoles e incluso a Castellón, donde está él ahora. Y eso que yo nunca he estado en Castellón. Pero los olores tienen ese poder.
Lo más curioso es que con ellos sólo recuerdas las cosas buenas. Al menos a mí me pasa. Será que la nariz es sabia, ¿para qué querrías recordar un instante en el que no fuiste feliz? Mucho mejor tener el poder de saltar otra vez a una noche en la que hiciste el amor, a un festival donde no has estado, a otro verano que fue bueno de una manera muy distinta a éste.
Cada verano, un olor. Éste también huele a sal, la sal del mar, el regreso a la playa, las toallas juntas, los besos entre las olas, los dedos entrelazados. Tirarme al agua y revivirlo. Sentir la compañía en la distancia. El día que inventen una máquina para recrear olores: ese día controlaremos el espacio-tiempo.
Cada verano, un olor. Éste también huele a sal, la sal del mar, el regreso a la playa, las toallas juntas, los besos entre las olas, los dedos entrelazados. Tirarme al agua y revivirlo. Sentir la compañía en la distancia. El día que inventen una máquina para recrear olores: ese día controlaremos el espacio-tiempo.









































