Durante algunos años, yo fui Samantha. Eran los tiempos del IRC y todos chateábamos con todos, en busca de un amor que no llegaba. Horas gastadas en conocer al otro y, en cuanto la cosa no cuajaba, pasar a conocer al siguiente, esta vez con la lección aprendida. A cada flirteo éramos un poco menos inexpertos, sabíamos qué decir para agradar, para prolongar la conversación. Para conseguir la ansiada cita.
Ahí se rompía el hechizo. Y nos convertíamos sin remedio en el desdichado Theodore. Porque resulta que nadie es tan perfecto como esa imagen que, casi sin querer, construyes en tu cabeza. Los tecleos nocturnos de repente se convertían en palabras que no salían y cafés que se enfriaban. Aquellos píxeles donde tú habías descifrado un apuesto príncipe azul, cobraban vida: narices aguileñas, entradas más pronunciadas de lo previsto, ojos saltones...
Ah, pero mientras la ilusión duraba era tan divertido. Habías encontrado a tu alma gemela, nada menos. Y te hacía feliz y te sentías menos solo en el mundo. A veces, por diversión, jugabas a ser el alma gemela de otro. Recuerdo una noche de borrachera que con varios amigos nos dedicamos a chatear con un conocido de gustos peculiares. Construimos un personaje al que le gustaba lo mismo que a él y él, claro, alucinaba, por fin se creía comprendido. Bastó un fallo de conexión para no tener que romperle el corazón.
Dicen que
Her vaticina nuestro futuro próximo, ese camino que estamos tomando, enganchados a las redes sociales para comunicarnos, a Grindr para follar. Pero yo creo que siempre hemos sido así. Siempre hemos necesitado sentirnos importantes y nos valemos de la fantasía para ello. Si el otro es perfecto y además nos hace caso, es que un poquito perfectos somos nosotros también, ¿no?
Quizá hoy en día la tecnología nos lo pone más fácil, pero ¿qué diferencia hay entre una relación con un sistema operativo y aquellas relaciones epistolares de hace siglos entre dos personas que jamás llegarían a consumar su amor? Sé que en el cine, todos soltamos un suspiro a la vez cuando Theodore y Samantha se declararon sus sentimientos. Todos hemos pasado por eso. Dices algo que no estás seguro de sentir todavía con la esperanza de que se materialice.
Her es maravillosa porque habla de nosotros. De nosotros ahora y siempre. De cómo vivimos el amor en sus primeras etapas cuando todo es perfecto. De cómo salimos a flote cuando, a punto de tirar la toalla, aparece alguien que le devuelve los rojos y azules y amarillos a nuestro día a día. Entonces ir a la oficina se convierte en fuente de alegría, los videojuegos quedan relegados en favor del sexo, emprendes proyectos aparcados, vas a la playa y te ríes como nunca te has reído. ¡Y cómo se ríe Joaquin Phoenix! Se habla mucho de la voz de Scarlett Johansson, pero él debería haber ganado todos los premios porque su felicidad colma la pantalla.
¿Hay amor tras la desvirtualización? No nos gusta que el otro no sea como habíamos imaginado, le achacamos que no encaje en el molde que le habíamos construido y eso siempre es terrible. Suerte que a veces también encuentras, más cerca de lo que temías, justo aquello a lo que aspiras. La confortable convivencia con alguien en cuyo hombro apoyar la cabeza. De noche, en silencio, enamorados sin tener que decirlo. Tras la descarga de hormonas, llega la feliz calma.