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Now I've changed my mind, this is my religion

Paseando por un hermoso bosque, un niño encontró un pozo. De su estructura, pendía una gruesa cadena, bloqueada en lo alto por dos piedras enormes. "¿Quién las habrá clavado allí arriba?". El niño estiró con energía desde un lado, estiró con energía desde el otro; sus esfuerzos para desencallar la cadena sólo provocaban que los cantos de las piedras hicieran saltar partes del esmalte gris. Los eslabones emitían ruidos extraños, lamentos de cansancio. No podían avanzar, no podían retroceder. Las piedras los mantenían anclados.

El niño suspiró. Sintió que resolver ese enigma era su misión. "Seguro que el pozo oculta algún tesoro", pensó. Así pues, decidió acampar allí mismo, aferrándose a la certeza de que, algún día, la cadena acabaría liberándose o rompiéndose. Y él quería -necesitaba- estar ahí cuando aquello ocurriera y así extraer el tesoro de aquel agujero oscuro. De hecho, una parte de él creía firmemente que, si se concentraba lo suficiente, su mirada desintegraría aquellos malditos pedruscos.

Y empezó a clavar sus ojos en lo alto de pozo, sin cerrarlos ni pestañear siquiera. A la intemperie, los días de lluvia, el agua oxidaba la cadena y calaba sus ropas; los días de sol, la luz quemaba la cadena y desteñía sus ropas. Pero el niño permanecía impasible. Sus ojos resecos no se apartaban de los eslabones entre los que mucho tiempo atrás alguien cruel, para hacerle desistir del tesoro, había incrustado aquellas piedras. A veces, éstas, con el roce del hierro, crujían y dejaban caer un fino polvillo blanco. El niño se obsesionaba: "Es un signo de erosión, tienen que romperse pronto".

Una noche, el niño se despertó de golpe, escaló el borde de piedra del pozo y de puntillas, tambaleante, intentó arrancar los dos pedruscos con sus propias manos: sólo consiguió rasguños y cortes, sangre. No volvió a intentarlo hasta que las heridas ya habían cicatrizado lo suficiente. Insistió infinitas veces pero siempre obtuvo el mismo resultado: rasguños y cortes, sangre.

Pasaron los años. Y un día, las manos completamente magulladas, sin uñas en esos muñones que en el pasado habían sido dedos, el niño se rindió. Agotado, se dio la vuelta y empezó a caminar. Dejó atrás las dos piedras y la cadena y el pozo y el bosque, los olvidó.


Al día siguiente, el cielo tenía las mismas nubes y el mismo sol, los árboles se mecían bajo el mismo viento. Pero ese día tan vulgar como cualquier otro, las dos piedras acabaron por romperse en mil guijarros. Nadie las había tocado. La cadena estaba por fin libre y retomó su avance. Con un relajado tono metálico, los eslabones susurraron: "Tu mundo vuelve a girar".

El sufrimiento es el voraz apetito de encontrar seguridad en lugares donde no puede hallarse.
(Buda)

(Y por cierto, con ésta cumplo 100 entradas en el blog.)

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2 comentarios:

kuroratsu dijo...

FELICIDADES POR LAS 100 ENTRADAS! ;)

Y FAN DEL POST DE NUEVO! XD
Has pensado e escribir un libro (y plantar u árbol?) xDDD

Besos! ;)

Alex Pler dijo...

Gracias!

En eso estamos...

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