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Crazy, Stupid, Love

I will never stop trying. Because when you find the one, you never give up.

Que una comedia empiece con una petición de divorcio ya es signo inequívoco de que se está intentando aportar algo especial dentro de un género tan socorrido. Así empieza Crazy, Stupid, Love y a partir de ahí, va repitiendo clichés del género (los guionistas son tan conscientes que el protagonista llega a soltar un "how cliche", en cierta escena) para alejarse de cualquier tópico minutos después. Y es este curioso equilibrio entre lo típico y lo inesperado, lo que hace que la película funcione tan bien.


Lo que empieza como la historia coral de tres personajes en muy distintos puntos sentimentales (cuarentón recién separado, veinteañera a punto de casarse y treintañero siempre de flor en flor), pronto confluye en un relato sobre la búsqueda del amor. La búsqueda a partir de uno mismo, ya que Cal (Steve Carell) comprenderá que si lo ha perdido ha sido precisamente por descuidarse. Con más de 40 años, vuelve a sentirse como un adolescente inexperto, de nuevo en un mercado en el que no sabe cómo encajar, y será Jacob (Ryan Gosling) quien le enseñe los secretos de la atracción.

Carcajadas, momentos irreverentes, gente desquiciada, discursos empalagosos sobre las bondades del amor, escenas previsibles seguidas de otras inesperadas, buena selección musical, mucho Ryan Gosling sin camiseta... el cóctel funciona y las dos horas pasan volando. Destacan, por supuesto, los personajes: Cal y Jacob son adorables incluso en sus momentos más bajos, y la corte de secundarios (desde Julianne Moore a una profesora histérica memorable) que los acompañan conseguirán hacernos reír más de una y dos veces.


Hay que verla. La película, digo.

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Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio

If you hit a wall, you push through it.

Esto de las adaptaciones de obras míticas es peliagudo. No siempre las buenas adaptaciones son fieles al material original (por ejemplo: en ciertas cosas la chocante -pero genial- película de "Sherlock Holmes" de Guy Ritchie es más fiel a los libros que lo visto en las famosas adaptaciones televisivas, sublimes a su vez). Soy bastante purista de las cosas que me gustan, pero no absolutista. Considero que hay que saber equilibrar muy bien la fidelidad con el querer aportar algo nuevo (ya que de lo contrario: ¿para qué adaptar?, para ver lo mismo me quedo con lo original).


Por suerte o por desgracia, esto es arriesgado de hacer y aún más difícil de que quede bien. Así que acudí temblando al cine para ver la primera película de Tintín. Quería confiar en Spielberg y Jackson, pero no descartaba encontrarme con algo puramente palomitero, americano. Hollywoodiense, vaya. Los tráilers invitaban a ello.

Los temores se despejan en los primeros cinco minutos. Unos títulos de crédito sublimes (a nivel visual pero también sonoro: gran música jazzística de John Williams), plagados de guiños y detalles que continuarán apareciendo a lo largo de todo el metraje. Y justo después, un homenaje a Hergé que me pareció tiernísimo. Era como si quisieran dejar muy claro que no sólo conocen el material original, sino que también lo van a respetar.


La técnica que han utilizado (animación a partir de capturas de movimientos de actores reales) da unos resultados espectaculares. Eso sí: a la hora de caracterizar a los personajes, quedan mucho mejor todos los que conservan un punto de caricatura y huyen del realismo: Haddock, Hernández y Fernández (para mí siempre Dupond y Dupont), Dr. Sakharine, la Castafiore, Néstor, la tripulación del barco, los numerosos secundarios... todos ellos parecen recién salidos de las viñetas de Hergé. Es precisamente en el dúo protagonista, Tintín y Milú, donde algo no termina de encajar, quizá ese intento de hacerlos realistas. Aún así, te acostumbras pronto y, la verdad, sería difícil imaginar un resultado más satisfactorio. Las personalidades de todos los personajes están clavadas: ninguna queja en ese sentido (Haddock, por supuesto, se lleva las mejores frases).

Pero donde brilla especialmente la película es a la hora de combinar acción, misterio y comedia. Conservan el humor de las viñetas originales (enredos, golpes, casualidades fatales) pero le suman un plus de espectacularidad gracias al amplio presupuesto con el que cuenta una película de la industria norteamericana. Y así consiguen secuencias de acción deslumbrantes, adrenalínicas, que mejoran aún más un material, el de Hergé, que sobre papel ya era emocionante y espectacular y peliculero (persecuciones y cliffhangers página tras página). Se riza el rizo continuamente. Saltos temporales, planos secuencia, duelos a gran escala, transiciones de plano a plano... todo es puro ejercicio de espectáculo visual, aprovechando la ausencia de límites de la animación. Es como si Spielberg estuviera incluyendo todo lo que no podría en una película de Indiana Jones. Nada se le resiste.


Aunque la película use el título del cómic "El secreto del Unicornio", también adapta otros dos álbums: "El cangrejo de las pinzas de oro" (y mucho, no sólo una escena como se creía al principio) y, casi de refilón, "El tesoro de Rackham El Rojo" (es de este álbum del que echo en falta más elementos, como el mítico submarino con forma de tiburón). Pero curiosamente, la mezcla de argumentos no sólo es convincente, es que incluso en esos momentos donde se atreven a inventar escenas, sigues sintiendo que estás ante una película de Tintín, una aventura de Hergé, con sus personajes carismáticos, sus paisajes exóticos y sus aventuras sin respiro.

Id sin miedo: si ya os gustaba Tintín, os encantará la película. Y si no lo conocíais, al terminar la proyección correréis a la tienda de cómics más cercana. Bravo.

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Alberto Olmos - Trenes hacia Tokio

A veces los sueños se cumplen y entonces uno no sabe qué mover.

Vivir en Japón. Suena bien. Suena exótico, bonito, deseable. Alberto Olmos, que se lo conoce bien porque estuvo viviendo y trabajando allí durante 3 años, desmitifica eso de vivir en Japón en la segunda novela que leo de él, Trenes hacia Tokio. El libro se gestó en un blog y quizá por eso cada capítulo parece un cuento casi independiente, una cápsula directa al estómago. Todos tienen un título misterioso (al final siempre se resuelve el enigma y a menudo, al descubrir el por qué del título, no puedes evitar soltar una carcajada). Todos te llevan a ingerir -a leer- la siguiente cápsula. Te horrorizan y quieres más.


No estamos en el Japón de las geishas y los carteles de neón, sino en el Japón de las personas, de los trabajadores, de los estudiantes. El Japón íntimo, el de los deseos inconfesables, los viajes en tren y el aburrido día a día. Alberto Olmos desmenuza la realidad con una prosa quirúrgica, implacable. Ni siquiera es cruel: simplemente dice las cosas tal cual son, tal cual las ve. Destaca detalles insignificantes que le dan una nueva dimensión -absurda, ultrarrealista- a todo.

Su prosa es como una cámara de cine equipada con rayos-x que exploran bajo la ropa, bajo los párpados. Sus metáforas sorprenden, por lo lúcidas. No gasta más palabras de las necesarias. (Me maravilló, por ejemplo, cómo en vez de decir: "Me subo al coche y observo la ciudad al otro lado de la ventanilla", el autor suelta simplemente: "La ciudad se vuelve paisaje". Toma.) Más de una vez, en más de una frase, he querido aplaudir y he odiado al autor por ser tan certero.



Hay en Trenes hacia Tokio una urgencia por llegar a ninguna parte. Pedazos inconexos sólo en apariencia que van hilvanando una historia triste sobre la incomunicación. Y quizá lo más desasosegante sea que sólo se tendría que cambiar algunos nombres propios y marcas comerciales para que la novela pudiera estar ambientada en cualquier otra parte del mundo "civilizado". Y aún así, el ambiente que se describe, los personajes, los protocolos, son innegablemente japoneses. ¿Nos estaremos convirtiendo todos en japoneses?

No todos los trenes van hacia Tokio: solo los que tomo yo. Siempre que entro en un tren, y me siento, y me convierto en pasajero por unos minutos (a veces hasta por unas horas), sueño que voy hacia Tokio, que me llevan a la gran metrópoli, al cenáculo del dinero y del rímel y de las grandes pantallas de televisión. Luego, el tren, sus puertas, se abren a la decepción, una decepción provinciana, con poco dinero, ojeras y televisioncitas.

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Noah & The Whale - Last Night On Earth

What you don't have now will come back again
You've got heart and you go in your own way

A Noah & The Whale ya les tenía echado el ojo después de que su Give a Little Love acompañase una preciosa escena de la serie Cougar Town. La semana pasada me salió la recomendación de su último disco en Spotify y lo escuché y conecté con todas las canciones, porque las cosas siempre llegan cuando las necesitas.


Creo que este disco resume en 30 minutos toda la filosofía que intento compartir en mis entradas de este blog: mirar hacia adelante siempre con una sonrisa, con la seguridad de que los buenos cambios y las buenas cosas están al alcance, sólo hay que querer extender la mano.

Por lo visto, el grupo no tuvo el éxito esperado con su disco anterior, que lidiaba la ruptura del cantante con su novia (ex-miembro del grupo). Para este tercer trabajo, Last Night On Earth, se ponen las pilas y dan lo mejor de sí. Es un disco tranquilo, que no es lo mismo que lento. Intensamente optimista. A ratos folk, a ratos rock, a ratos inclasificable. Las suaves guitarras se mezclan sin reparos con sintetizadores, xilófonos, violines, coros de connotaciones gospel...

Las letras hablan de nuevas oportunidades, de chicos que contemplan la ciudad que dejarán atrás desde la ventana del autobús, hombres que cargan las maletas en el coche, prostitutas que no pierden la sonrisa y escritores que aún no han dado con su Gran Obra pero siguen intentándolo. Porque cuando llegue la última noche quieren estar orgullosos de decir que, como mínimo, vivieron. 10 canciones redondas, homogéneas (gracias a las letras, sobre todo) a pesar de su disparidad sonora. La música de este disco es la compañía ideal. No os lo perdáis.


Well you used to be somebody and now you're someone else
Took apart his own life, left it on the shelf
Sick of being someone he did not admire
Took apart his old things, set them all on fire

He's gonna change, gonna change his ways
Gonna change, gonna change his ways

And it feels like his new life can start
And it feels like heaven

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Pour tout savoir sur ton anatomie

Iba descubriendo tu cuerpo a pedazos. Y me gustaba.

"¿Qué es lo primero en lo que os fijáis de un hombre que os gusta?", nos preguntaba un día el dicharachero camarero de cierto local al que vamos de vez en cuando. Tópicos infalibles como "los ojos", "el paquete", "la sonrisa", "la forma del mentón" fueron nuestras respuestas. Entonces el camarero nos desmontó: "¿Y si lo veis de espaldas?". Nos habíamos limitado a enumerar partes visibles desde una perspectiva frontal pero es innegable que a menudo alguien de espaldas te llama la atención.


Ocurre. Descubres esa nuca, esos hombros y sabes que pertenecen a una persona que cuando se dé la vuelta te seguirá gustando. Corres a comprobarlo. O ves la foto de alguien que no te atrae nada (ni guapo ni feo: normal) pero luego, al tenerlo delante, ya en carne y hueso, te vuelve loco. No han cambiado sus ojos, su sonrisa, su mentón. ¿Por qué esa nueva atracción? ¿Es gracias a sus gestos o es cuestión de química? Lo de la química suena bien pero también hay miradas que, incluso en una foto, te atraviesan: sin elementos físicos ni proximidad. Incluso una voz puede ser irresistiblemente sexy, o unas palabras certeras.

¿Qué nos lleva a sentir esa atracción por las personas que nos gustan? Quizá anhelamos una serie de patrones muy concretos pero, a la hora de la verdad, son los detalles extras los que nos cautivan, lo inesperado, o esas cosas que apenas intuimos. Un aura a partir de la que idealizamos. Una conexión química que nos lleva a profundizar, prestar más atención a todos los detalles de la fachada, aquellos que en otra persona habríamos pasado por alto. Sensaciones. Sensaciones que pueden hacer que una persona nos guste y otra muy parecida, en cambio, no.

Todo esto hablando a nivel puramente físico, claro, porque con el enamoramiento ya tendríamos que preguntarnos si son posibles los flechazos (saber de repente que esa persona significará algo importante en tu vida), o si bien resultan imprescindibles unas dosis previas de conversación, cotidianidad, tiempo, descubrimientos mútuos. Yo por ejemplo opino que existen los flechazos pero que ese presentimiento se afianza a medida que conoces al otro y descubres no sus virtudes (tan previsibles) sino sus defectos: esos defectos a los que te gustaría acostumbrarte.


Las leyes de la atracción. Vagas, complejas. Quizá entran en juego toda una serie de factores, y por eso mismo podemos sentirnos atraídos por gente tan diversa. No lo sé. Meses después sigo sin saber qué responderle al camarero. "¿Y si lo veis de espaldas?". ¿Y si sólo le ves las manos, o sólo le oyes la voz, o sólo su silueta a contraluz, y aún así te sientes atraído? Quizá la clave está en los trozos. Nos atraen trozos porque nosostros mismos nos mostramos a trozos, nos descubrimos muy poco a poco y es mediante esa colección de "pocos" que creemos alcanzar el "todo" ideal al que aspiramos.

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Daniel Glattauer - Contra el viento del norte

En otras palabras: buscas algo. Llamémoslo aventura. Quien busca una aventura no está viviendo ninguna, ¿verdad?

Otro de esos libros que han pululado ante mis ojos muchos meses, más de un año, pero que sólo ahora leo. Esa portada de novelilla juvenil no le hace justicia, y tampoco ayuda mucho el título (el concepto "viento del norte" debe ser más evocador en Austria). Pero parece que los buenos libros acaban llegando a tus manos, a veces no sabes muy bien ni cómo.


Una suscripción a una revista ya no tan buena y un "tic" al escribir en el teclado del ordenador. Eso es todo lo que necesitan Leo y Emma para entrar en contacto. Un error que lleva a una frase especialmente llamativa, una frase que lleva a otra, surge el interés. E-mail a e-mail, entablan un "íntimo desconocimiento". Los protagonistas no intercambian tanto confidencias como pensamientos abstractos, intuiciones. No quieren hablar de sus problemas sino alguien que les diga buenas noches, o alguien de quien encontrar un mensaje por la mañana, al encender el ordenador.

Nos dedicamos a despertar la curiosidad del otro y a seguir alimentándola al no satisfacerla de manera definitiva. Intentamos leer entre líneas, entre palabras, y pronto entre letras tal vez. Hacemos grandes esfuerzos por juzgar bien al otro. Y al mismo tiempo nos preocupamos de no desvelar nada importante de nosotros mismos.

El acierto de la novela es precisamente ese intimismo casi vulgar. No hay más narrador que ellos mismos, y Daniel Glattauer consigue crear la ilusión de que esas dos personas existen. Y quizá existen, en algún rincón del mundo, en cada rincón, a cada momento. Te sientes un hacker espiando el intercambio de e-mails entre dos personas que no se conocen. La lectura es ágil, trepidante incluso porque queremos saber más de esa historia de amor cibernética. Todos tenemos ese punto cotilla.

¿Leyendo estos e-mails asistimos a un enamoramiento o más bien a un proceso de idealización? ¿O es que acaso nunca nos enamoramos de una persona, sino de la idea que tenemos de ella, de lo que podría ser para nosotros, de las ilusiones que -ojalá- podría colmar? De ser así, las relaciones virtuales serían el paradigma del enamoramiento: son el medio perfecto para idealizar al otro. ¿Puedes sentir celos por culpa de alguien a quien no conoces? ¿Puedes sentir deseo hacia alguien cuyo aspecto desconoces? ¿Es posible que siempre queramos encontrar algo, incluso cuando no buscamos nada? ¿Es más cómodo -más seguro- conformarse con la idealización que ir más allá, atreverse a que las cosas se estropeen pero al menos disfrutarlas?


Son muchos los temas y las preguntas que van surgiendo indirectamente al leer  la correspondencia de Emma y Leo en Contra el viento del norte.Una novela epistolar del siglo XXI que, por suerte, jamás cae en la cursilería ni el romanticismo facilón. Eso sí: tiene segunda parte. Ya veremos, porque el final de la novela me parece perfecto, pero también me lo parecía el de Before Sunrise y eso no significa que Before Sunset me gustase menos. Me pareció incluso necesaria. Seguiremos hackeando sus correos...

Escribir es como besar, pero sin labios.

La pasión no es la falta de perfección, sino un continuo encaminarse y aferrarse a ella.

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Gustave Flaubert - Noviembre

¿Quién presta atención a los tesoros enterrados?

Por recomendación de David, un lector de este blog que a menudo comparte por aquí sus recomendaciones culturales y reflexiones de esas que da gusto leer, me hice con Noviembre, la primera novela de Gustave Flaubert (aunque sólo se publicó póstumamente). Hasta ahora, de él sólo había leído Madame Bovary, en mis tiempos de instituto. Recuerdo que hice el examen del libro sin haber llegado ni a la mitad (el profesor me hizo odiarlo, especialmente cuando de buenas a primeras nos soltó el desenlace), pero aún así saqué muy buena nota. Meses después, ya lo leí tranquilamente, sin la presión de un examen, y lo disfruté muchísimo.


Flaubert era un perfeccionista y su manejo del lenguaje, del ritmo de las frases, es espectacular. Lástima que no sepa francés, porque leerlo en original tiene que dejar sin aliento. Esto se nota incluso en una novela de juventud como es Noviembre. Hay algunos momentos redundantes y diría que la historia avanza a trompicones, pero se compensa con secciones enteras donde las palabras y los signos de puntuación están colocados exactamente como tiene que ser para que te sientas junto al protagonista subiendo unas escaleras, abriendo una puerta, con el corazón desbocado.

¿Detrás de todo ese maquillaje del estilo? La historia de dos obsesiones, dos personajes que tienen tan idealizado el amor, tan idealizado lo que buscan en El Otro, que nunca podrán encontrarlo. Yo soy de la opinión de que nunca hay que bajar el listón (o dicho a lo bruto, inspirándome en un grupo de FB: "mejor vestir santos que desnudar gilipollas"), pero comprendo el mensaje de la novela. Sobre todo, no hay que guardarse las cosas buenas que tenemos. Al revés: hay que mostrarlas al mundo, compartirlas.


Destaco especialmente el monólogo de la prostituta contando su peculiar historia (veo que el cambio repentino de narrador es marca de la casa, también lo había en Madame Bovary). Los personajes femeninos de Gustave Flaubert siempre se salen de la norma, los encuentro muy modernos para su época. En fin: una lectura agradable, que además se lee en seguida, y con la magnífica edición de Impedimenta (qué gusto da tocar y admirar sus cubiertas, sus páginas). Gracias por la recomendación, David.

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One Day / Siempre el mismo día

If I can't talk to you, then what is the point of you? Of us?

Curioso este 2011. Llevo vistas muchas películas, pero hay tres muy concretas que podría (o me gustaría) haber escrito tal cual son, sin cambiarles una coma, y además serían casi autobiográficas. Se trata de One Day, Last Night y Midnight in Paris. ¿Será casualidad que los títulos de las tres encajen de forma tan perfecta? Lo dudo mucho.


El caso de One Day es especial porque el punto de partida  (dos personajes se conocen una noche y casi se acuestan) no se distancia mucho de algo que estoy escribiendo ahora. Pero además, todo esto de contarnos los encuentros y desencuentros de Dexter y Emma a lo largo de los años me ha recordado en cierto modo -y salvando las distancias- al libro La soledad de los números primos. Aquí, con la peculiaridad que les vemos siempre el mismo día: el 15 de julio, desde 1988 hasta 2011.

Este detalle, que podría parecer anecdótico, lo considero una genialidad. Dota a One Day de un ritmo único; año a año, siempre hay alguna sorpresa esperándote en las vidas de ambos personajes. Esto implica también que en pocos minutos (a veces segundos) tienen que insinuarnos el avance de todo un año, el estado anímico (y sentimental, y profesional) de los dos, rellenar huecos de información  (pues como es lógico, los hechos más importantes de sus vidas tienden a ocurrir ajenos a esa fecha tan especial para Emma y Dexter)... Que no cunda el pánico: al inicio de cada escena aparece un cartel con la fecha exacta (y algunos los han insertado de forma muy original), pero además destaco el trabajo de ambientación, vestuario y peluquería, y el uso de elementos como la música, para ubicarte al instante en cada año.

Hay muy buena química entre Anne Hathaway y Jim Sturgess, y no lo tenían fácil encarnando a dos personajes tan opuestos. Pero la película es emocionante no sólo por mostrarnos una historia de amistad y amor preciosa, sino también por exponer de forma lúcida lo implacable que resulta el paso del tiempo. Las ilusiones que quedan por el camino, los nuevos proyectos que nacen gracias a la experiencia y la confianza en uno mismo, los errores que llevan a cosas buenas, las ganas de comerse el mundo...


Las cosas ocurren siempre como tienen que ocurrir, sí, pero nunca está de más que de vez en cuando nos recuerden que el timón de nuestra vida lo tenemos ahora. Aprovechemos el presente, pues. ¿La fuerza del destino? Ahí está, jugando a nuestro favor si nosotros se lo queremos permitir. Por cierto, dicen que (como suele pasar) el libro es mejor. Pues habrá que leerlo.

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Terenci Moix - Olas sobre una roca desierta

En algún lugar, supongo, tiene que haber algún reino, un mundo, un ser, una cosa, una sola idea que, nada más cogerla, me haga sentir un rey.

¿Crecen los libros con nosotros? ¿Aprenden, evolucionan? Pienso que sí. Durante medio verano y todo el otoño de 1999, devoré todo lo publicado por Terenci Moix, encontrando en él esa compañía, esa comprensión que tanto necesitaba entonces. Pero Olas sobre una roca desierta me dejó absolutamente indiferente. Y ahora, 12 años después (¡se dice pronto!), decido revisitar esta obra casi por instinto y encuentro en ella, a pesar de estar escrita hace ya más de 4 décadas, las mismas reflexiones que yo me hago ahora. Me descubro reflejado. A lo largo de los años, el libro y yo hemos cambiado, caminando de la mano sin saberlo. Y ahora me habla, porque ahora podemos entendernos.


Olas sobre una roca desierta (recomiendo que, si os es posible, leáis el original en catalán) es la historia de un fugitivo. Un chico de 24 años que huye del ahogo de sentir que no pertenece a su ciudad, a su entorno, a su época. No puede aceptar lo que se espera de él. Así que con la herencia de su madre, se compra un coche deportivo y durante año y medio recorre Europa, sin detenerse en ningún lugar más de la cuenta. Emula así a todos sus mitos, jóvenes rebeldes que huyeron en busca de otras posibilidades. Especialmente al héroe típicamente byroniano de Las peregrinaciones de Childe Harold.

La "novela" (si se la puede llamar así) son las cartas que el protagonista, Oliveri, le envía a un amigo de Barcelona. Le describe las ciudades que visita (descripciones logradísimas, por cierto), le habla de los motivos de su huida, sus lecturas, sus paseos solitarios siempre de noche, sus devaneos amorosos... Todas estas confidencias llegan a dar un tono íntimo, casi de diario.

No se puede negar que Oliveri es clasista, elitista, algo intransigente y despótico. Pero hay algo en él, en ese sentir suyo de que no encajará allá donde vaya, que despierta mucha empatía. Reflexiona con dureza sobre una generación y una cultura que son las suyas pero que no siente como tales, critica la adopción de unos nuevos valores que él no puede compartir. Y suena todo extrañamente actual.


Todo Terenci está contenido en este libro: los jóvenes que huyen, los años 60 (también los 40 y 50), las influencias literarias, la mitomanía del cine, los cómics y otras manifestaciones pop, el por qué del acto de crear arte (especialmente literatura), los misterios del amor y el final del mismo, la soledad, el sexo, la fascinación por un cuerpo martirizado, los viajes, todos esos lugares que lo marcaron: Barcelona, París, Londres, Italia entera, incluso Egipto. También están muy presentes los dos grandes temas que vertebran toda su obra: la eterna búsqueda del doble y el paso del Tiempo. Olas sobre una roca desierta es, quizás, detrás de todas las máscaras, uno de sus libros más sinceros: el que explica la transformación de Ramón Moix en Terenci Moix, nada menos.


Soledad de uno solo; no matas a nadie, nadie te mata. Es paz.

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Alberto Olmos - Tatami

Cuanto más irrealizable era el deseo, menos dolía.

Mientras esperaba a que me llegase Ejército Enemigo, la nueva novela de Alberto Olmos que tanto me llamó la atención en la última Qué Leer, opté por tener una primera toma de contacto con el autor, y elegí este otro título por sus resonancias japonesas. Me encontré con un estilo ameno, contundente, travieso pero también muy lúcido. Detrás de una historia en apariencia grosera, encontramos ideas interesantes.


A través del diálogo entre un mirón (la palabra voyeur le quedaría grande) y su sufrida compañera de vuelo, Alberto Olmos nos habla del miedo al contacto físico, del pánico a dar pasos decisivos, de la desidia y la soledad a las que parece abocarnos la sociedad con sus contratos basura y sus minipisos en edificios demasiado grandes (con Japón como telón de fondo y paradigma de ese individualismo forzado).

Nos habla sobre todo de los fetichismos, de las muchas formas de entender el sexo. El sexo visto como otra forma de ejercer el poder sobre los demás. Dice el protagonista: "Saber que me desean, que me miran, me excita mucho más, muchísimo más, que mirar yo. (...) Nada se puede comparar a la sensación de dominio, de poder. 'Tengo lo que tú quieres': esa es la idea." Es decir: en Tatami no se utiliza el sexo como una forma simplona de provocación, sino como método de reflexión, un ahondar en las mentes de nuestra época.


Obligándonos durante más de 100 páginas a escuchar una voz tan obscena que a ratos suelta un discurso casi coherente -y aún así radicalmente opuesto a nuestra escala de valores-, el autor nos recuerda que a veces fingimos tener las ideas muy claras para evitar mirarnos al espejo. ¿Por qué pensamos así? ¿Por convicción o por miedo a ser de otra manera? No sé si esta pregunta se resuelve en Tatami, pero sin duda recomiendo esta lectura sorprendente.

En algunas ocasiones, lo único que te puede hacer reaccionar es la inminencia de un final, de un: ya no habrá más oportunidades.

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I just want to give you the best version of me

¿Mejoramos para nosotros o para los demás? Perfectionist, el notable disco debut de Natalia Kills, funciona especialmente bien porque, después de tantas canciones frívolas enumerando todo lo que le gusta y en todo lo que se gasta su dinero, presumiendo de lo materialista y guapa que es y de cuánto seduce a los hombres con su mediocridad... en la última canción, If I Was God, la chica se quita la máscara y admite que todo era mentira, una imagen prefabricada por temor a no gustar de otra manera.


Es curioso. Nos machamos en el gimnasio y nos embarcamos en toda clase de actividades culturales no tanto para estar sanos o culturalizarnos como para inscribirnos en el resto de la masa. Sentimos que debemos presumir de ser como los demás. O eso nos enseñan. Como esos anuncios de grandes marcas que te instan a ser "diferente" comprando el mismo producto que otros tantos millones de personas.

Al conocer a alguien nuevo tenemos miedos de destacar (¿le cohibiremos, le espantaremos? ¿pensará que somos ridículos?), por eso luchamos por lucir una máscara perfectamente normal. Nos han programado para entender nuestras peculiaridades como defectos y no como todo eso que nos hace únicos. Una nariz prominente, una afición por el cine gore, una preferencia por los colores fluorescentes, una cierta habilidad al tocar el violoncello. Son esas cosas las que nos distinguen y las que nos empeñamos en limar, no vaya a ser que el otro se piense que somos extraterrestres.

Pero, ojo, que también sería peligroso el sabernos tan, tan diferentes al resto que de ninguna manera podemos encajar en nuestro entorno. Despreciar a los demás por no ser como nosotros, ansiar otra ciudad, otra época donde las cosas serían diferentes y donde podríamos ser y mostrarnos tal como somos sin sentirnos culpables. Esta necesidad de ir contracorriente se convertiría en un ahogo, nos empujaría a una huida muy urgente sólo para descubrir, al final del camino, ya estrellados, que no hay lugar posible para tanta rebeldía sin causa, para tantas ganas de ser únicos.

Somos seres sociales y, mal que nos pese, para no enloquecer, necesitamos un poco de esa pátina de mediocridad. A menudo olvidamos que, debajo de tanto disfraz y tanta máscara, los demás también pueden ser únicos a su manera y quizá se camuflan con el resto sólo para sobrevivir, como todos. Como nosotros. Saber amoldarnos en sociedad pero no tener miedo de quitarnos la máscara cuando merezca la pena. Quizá reside ahí la tan ansiada perfección.


I'm scared to disappoint you
All I really got is a
Heartbeat, soul, honest
Heartbeat, soul, honest

It's a secret me
I never showed nobody, no
That everything I wanted
Isn't pathological

I wish it was real
I wish I had everything
I dream of while I'm in bed
Don't let me wake up
The fear of emptiness
Just let me believe it

If I was God, what would I change?
Should we keep on or should we throw me away?


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Somewhere

"Como la adaptación de una novela perdida de Bret Easton Ellis", la definí anoche al salir del cine. Y aunque la prosa clínica de Ellis habría ido mucho, muchísimo más allá, sí me parece correcta la comparación para definir la última película de Sofia Coppola. Una historia en la que parece que no pasa nada y pasa todo, un protagonista sin rumbo sumido en una monótona espiral autodestructiva. Tengo debilidad por este tipo de personajes de ficción: canallas, famosos y guaperas necesitados de un afecto que ellos mismos rechazan.


Suelo decir que el cine de Sofia Coppola siempre retrata a gente pánfila mirando con ojos lánguidos a través de ventanas traslúcidas. Y es cierto, y aquí repetimos patrón. Pero claro, si los pánfilos son Stephen Dorff sin camiseta y una entrañable Elle Fanning (menudo fenómeno esta chica; película a película, está superando a su hermana)... pues la cosa cambia.

El ritmo pausado y los planos largos, expositivos, hacen que a ratos la película sea poco más que una colección de postales sobre la vida de un actorucho de Hollywood atrapado en un hotel y que se dedica a beber, follar, conducir su coche deportivo y acudir a los actos públicos que le indica su agente. Habrá quien se aburra con tanta lentitud, no lo niego, pero esta estructura narrativa es imprescindible para ahondar en el aburrido día a día de Johnny Marco. Memorable la escena de la máscara, por ejemplo.


Con la llegada de la hija, Cleo, las cosas se dulcifican un poco, llegan los viajes, las pinceladas de humor y una escena bajo el agua encantadora. No tiene a Bill Murray, tampoco tiene a Scarlett Johansson con peluca rosa, ni recorremos Tokyo, ni la selección musical es tan buena, pero aún así, con su perfecto minimalismo, Somewhere casi consigue ponerse a la altura de Lost In Translation.

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Stephen King - La Cúpula

Hay que prepararse para lo peor y esperar que ocurra lo mejor.


Estaba convencido de que no volvería a leer una gran novela de Stephen King. Dejé a medias novelas como Duma Key o La historia de Lisey, y otros libros como Cell descarrilaban demasiado pronto. Llevaba tiempo queriendo leer La Cúpula, todos me lo recomendaban, pero no quería llevarme otra decepción. Al final, lo leo y me encuentro con el mejor libro del autor en más de 15 años (sin contar el séptimo volumen de La Torre Oscura, saga maravillosa que valoro aparte). Una novela-río a la altura de sus obras más ambiciosas: estoy pensando en Apocalipsis o It.


Lo que me gusta de Stephen King es que pese a estar considerado autor de best-sellers, sus libros pocas veces lo son. Densos, de ritmo lento (crescendo casi imperceptible hasta el estallido final), centrándose mucho en el retrato psicológico de los personajes, huyendo de los sustos fáciles y efectistas, tratando temáticas duras... Puede que no escriba "alta literatura", pero sin duda ofrece entretenimiento de calidad.

En La Cúpula, el autor se mueve como pez en el agua: decenas de personajes (pero tan bien caracterizados que pronto los identificas: no te pierdes), pueblo aislado por una amenaza exterior, rencillas vecinales que van caldeándose... Stephen King utiliza muchos de los ingredientes de sus mejores libros, pero con la sabiduría que le han dado los años: la amenaza es más espectacular y desconcertante, los personajes son humanos (ya no hay buenos muy buenos y malos muy malos, sino personas comportándose como personas... con todo lo bueno y malo que eso conlleva) y sobre todo el mensaje de la novela es poderoso. Ciencia ficción de la que te hace pensar sobre tu presente.

La histeria colectiva por el terrorismo, la compasión y la maldad inherentes en los seres humanos, pero también la arrogancia de creernos superiores en un planeta para el que somos menos que hormigas. Nuestra capacidad de salir adelante. Y sobre todo, La Cúpula es un reflexión sobre el peligro de esos líderes autoritarios  a los que la gente, llevada por el miedo, la codicia, la ignorancia fingida o el egoismo, ensalzan y legitiman... hasta que ya es demasiado tarde.


Lo mejor del libro: las primeras 100 páginas (absolutamente trepidantes) y las últimas 100 páginas (sobrecogedoras). Y en medio de todo eso, más de 900 páginas de tensión tan bien hilvanada que pasarás una página tras otra deseando que no se detenga ese buen "mal rato". De lo mejor que ha salido de la máquina de escribir de Stephen King. En resumen: cierro La Cúpula muy satisfecho de su lectura y espero con ganas la próxima novela del autor, que tratará de viajes en el tiempo y el asesinato de JFK.


Así es como se acaba el mundo, no con una explosión sino con un jadeo.

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Adele - Someone Like You

"Perfección". Así definiría este videoclip de Someone Like You en una palabra. A menudo se nos olvida que un videoclip debería limitarse a trasladar una canción al lenguaje audiovisual, reforzarla con imágenes que la complementen, sí, pero no que la emperifollen para que parezca mejor de lo que es.


Por mucho vestuario, por mucho maquillaje, por mucho efecto especial que haya en el videoclip, a la hora de la verdad la protagonista  debe seguir siendo siempre la canción, su letra, su sonido: que todos estos elementos queden envueltos por las imágenes y, juntos, marquen a fuego emociones en el cerebro del espectador. Por eso hay videoclips que funcionan y hay videoclips que fallan. Unos recuerdan su función y otros sólo pretenden impactar. Pero los impactos duran dos segundos, se olvidan enseguida.

No debía ser fácil grabar un videoclip para una canción tan emocionante como Someone Like You. Quizá por eso han tardado tanto. Por eso o porque la marcada estética otoñal habría chocado un poco en pleno mayo.


Hay un relato de Terenci Moix que siempre me ha gustado mucho. Se titula "Asesinar con el amor" y en él, el protagonista pasea por una Barcelona vacía mientras recuerda una historia de amor fallida, los errores y las cosas que cambiaría y no podrá cambiar. Los recuerdos se agolpan y el escenario, esa ciudad nocturna  llena de hojas caídas y aceras húmedas, parece aliarse con las emociones del personaje. No deja de ser una escena que todos hemos vivido pero contada con especial maestría.

Desde hace tiempo me imaginaba algo así para Someone Like you. Y en realidad el resultado no se aleja demasiado. Es un videoclip en apariencia sencillo pero cuyas piezas encajan con la perfección de un reloj, empezando por la fotografía granulada y la ciudad elegida (París... amor y desamor).


Primero, el escenario: un paseo bordeado de árboles junto al río Sena. Sopla el viento. Adele camina mientras canta llena de emoción. Parece ensimismada, sus gestos transmiten toda la intensidad de la letra. La cámara se aleja y Adele encoge. Para el estribillo, volvemos a acercarnos a ella y de repente -la magia de la coreografía, mira a cámara en el momento preciso, justo cuando pronuncia esos "never mind" y "someone like you" tan desgarradores. Te sientes casi culpable. Pronto la cámara gira sobre sí misma, recorriendo ese pequeño pedazo de una ciudad que ya nunca más será de los dos. Termina la panorámica de 360º y jurarías que Adele ha desaparecido. Pero no: ha seguido adelante. Así es el sufrimiento: parece que no podrás, que te fallarán las fuerzas, pero casi sin darte cuenta continúas dando pasos hacia adelante.

En este trozo, Adele no canta. Lógico: esta estrofa es retrospectiva absolutamente. Adele contempla un punto muy concreto del canal, evoca recuerdos, momentos que no volverán. Continuamos el paseo y Adele vuelve a cantar. Atentos a su gesto cuando entona: "how bittersweet this would taste". Brillante. El rostro de la chica se diluye sobre un último vistazo a París. Y la escena final: ¿qué decir? Pocas veces se habrán rodado despedidas tan intensas en un videoclip. No hay diálogos pero tampoco hacen falta gracias a esos juegos de perspectivas y espejos y una última panorámica en la que dejamos de comprender dónde está Adele porque ella ya sólo piensa: "Tú te marchas, yo me quedo".

Lo dicho: un vídeo perfecto para una de las mejores canciones del año.

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Aqua - Megalomania

A finales de los 90, Aqua se creó un universo propio, colorista y desenfadado, de muñecos que cobran vida, extraterrestres hechos de piruleta que puedes chupar hasta hartarte, flores que cantan a abejas gamberras y superhéroes que hacen lo que tú jamás podrás hacer. Su música me acompañó en momentos clave de mi adolescencia, y me atrevería a decir que una parte de ser quien soy ahora se lo debo a ellos.


Después de una larga separación, hoy sacan a la venta (en Dinamarca; el lanzamiento internacional se hará esperar) su tercer disco, el primero en 11 años. En 2009 ya lanzaron un recopilatorio que lejos de limitarse a resumir sus dos álbums anteriores, incluía 4 canciones inéditas, entre las que destacaban Back To The 80s (pegadiza actualización de su sonido) y My Mamma Said (balada casi bailable, oscura y prometedora, acompañada de un vídeo estupendo).

Vistos los buenos resultados del recopilatorio (siempre hablando de Dinamarca, claro), se animaron a preparar la continuación de Aquarium y Aquarius (a los que considero dos discos pop perfectos). Y tras numerosos retrasos y un single flojísimo (How R U Doin?), llega por fin Megalomania... 11 canciones sobre las que confieso que, por muy fan que yo sea, albergaba ciertas dudas. Sólo cuando vi la espectacular portada atisbé algo de esperanza. ¿Cumplirán?


Playmate To Jesus
Abre el disco este mediotiempo que tarda en arrancar pero que, cuando lo hace, consigue transportarte junto al grupo a explorar el espacio. La difícil búsqueda del amor comparada con la búsqueda de señales de vida extraterrestre. Magistral paralelismo acompañado de una producción curiosa: consiguen emocionarte con sonidos marcianos. El álbum no podría empezar mejor.
I'll find your frequency bit by bit.
10/10

Dirty Little Pop Song
Sonido noventero machacón adaptado a 2011. La propia canción dirigiéndose al DJ: hazme girar, me meteré en tu cabeza, te encantará volverte loco conmigo... pinchar música como metáfora poco sutil del acto sexual. Las canciones de Aqua siempre habían jugado con esas connotaciones sexuales, pero cuando ya en la primera estrofa Lene suelta "Who's your slutty little whore?", nos queda muy claro que en Megalomania las sutilezas quedan al margen. Por cierto, para mí "Dirty Little Pop Songs" habría sido el título perfecto de este disco.
This is a fight you can't win because I'm already in.
9/10

Kill Myself
Parece una canción perdida del Teenage Dream de Katy Perry. Y no lo digo como algo malo, al contrario. Pegadiza y directa, la música es un chute de optimismo que no tiene la letra de la canción. Con esta canción demuestran que siguen en plena forma cuando se trata de ofrecer temas pop irresistibles. Ojalá el disco de Lene en solitario hubiera tenido canciones así.
Love won't tear us apart but I'd risk it all tonight.
9/10

Like A Robot
¿David Guetta y Ke$ha? Casi lo parece. Aquí el grupo corre el peligro de perder su personalidad a costa de querer sonar a todo lo que suena en la radio. Lo compensan con un juego de voces característico y una letra traviesa, ambas cosas marca de la casa que consiguen que esta canción siga siendo Aqua a pesar de todo. La insatisfacción (no sólo sexual, también amorosa) de una chica cuyo amante la trata con la frialdad de un robot.
Don't kiss me like a, hold me like a, please me like a, love me like a robot.
9/10

Viva Las Vegas
Seguro que a Las Vegas se le han dedicado aún más canciones que a Barcelona (y ya es decir). Una estrofas liberadoras y una concatenación de estribillos (¡6 distintos tiene la canción!) enumerando elementos típicos de la ciudad consiguen hacerte sentir en Las Vegas. Al menos, en esa Las Vegas tan tópica que nos han vendido en las series y películas. La canción perfecta para hacerte sentir en un vídeoclip cuando caminas por la calle: ritmo marcadísimo, sonido positivo, letra tarareable.
And we own this town singing yeah yeah yeah!
10/10

No Party Patrol
Si hay algo que no perdono a nadie es que suenen genéricos. Y es lo que ocurre aquí. La letra sobre una fiesta en la que se termina el agua tiene cierta gracia viniendo de un grupo que se llama Aqua, pero de nada sirve si además de ser normalucha, la canción podría haberla firmado cualquiera. Aburre y no aporta nada al disco.
Oh God, the ice cubes are melting.
5/10

Come N' Get It
Tan mala como parecía indicar el título. Bailo, bailas, ven aquí, haremos como que follamos mientras suena música del montón. Pues vale.
You know that I got it.
4/10

Sucker For A Superstar
Los fans de Aqua llevábamos 10 años esperando a que se editase Shakin' Stevens, divertida canción inédita del que originalmente iba a ser el tercer disco en 2001 antes de su separación. El grupo ha seguido cantándola en los conciertos ante la buena acogida del público. Y aquí está: con la letra cambiada pero la misma energía, suena a directo y no da tregua. La protagonista ya no es una groupie obsesionada con Shakin' Stevens sino con cualquier cantante que se le ponga a tiro (She's a sucker... a star fucker, la define René). 100% Aqua, ha merecido la pena esperar.
Backstage pass and she'll give you a hand.
10/10

Be My Saviour Tonight
Este mediotiempo mecánico y triste funciona especialmente bien en un álbum tan cargado de canciones sobre salir de fiesta. Una chica (¿una stripper?) que baila y baila mientras espera que llegue alguien a rescatarla, alguien que le diga esas mentiras que quiere oír: te quiero, te necesito. Aquí juegan especialmente con los contrastes: las estrofas melancólicas de Lene chocan con las frivolidades que le suelta René, la tristeza de la canción queda reforzada por unas percusiones implacables. Sospecho que será la grower del disco.
If you crawl on top me telling me words I'd really like to hear...
8/10

How R U Doin?
Tema genérico que se salva por un estribillo pegadizo y un buen juego de voces. Como canción número 10 queda descolgada, siempre pensé que la excusa de grabar algo así sería utilizarlo como primera (o segunda, después de Playmate To Jesus) canción del disco. Ni eso. Será por llevar 6 meses escuchándola pero ya no me parece tan decepcionante como al principio.
First step is taken when you say it.
6/10

If The World Didn't Suck (We Would All Fall Off)
La típica canción que nunca será single, que nunca será tu favorita... pero que tiene un algo que te lleva a escucharla a menudo. Es necesaria. Cierre perfecto del disco. Producción interesante para una letra que nos recuerda que si en el mundo no hubiera cosas malas, no disfrutaríamos tanto de las buenas. Por eso, pase lo que pase, hay que seguir adelante y vivir con ganas... y transmitir ese mismo mensaje a los que vienen.
Life is a journey, every step is a choice you make.
7/10


No es el disco perfecto que podría haber sido (ojalá se hubieran guardado Back To The 80s y My Mamma Said, para incluirlas aquí en vez de No Party Patrol y Come N' Get It), pero cumple de sobras con lo que se espera de Aqua: divertir, transformar el día a día en canciones pop de las que no te puedas despegar. En ciertos momentos del disco se echa de menos ese universo propio del grupo que sí han sabido mantener en el arte gráfico (la sesión de fotos en un mundo apocalíptico recobrando el color es espectacular) pero sea como sea han logrado renovar su sonido manteniendo casi siempre su identidad. Y eso, 11 años después, no era un reto sencillo.

A ellos se los nota orgullosos y contentos con el resultado, así que confío en que las ventas acompañen y para el próximo disco no haya que esperar tanto.