"Centrar el objetivo y disparar. Centrar el objetivo y disparar...", repetía Shinji en Evangelion. Era su entrenamiento. Repetir. Repetir tantas veces que gestos sencillos como centrar o disparar perdían todo significado y emoción. ¿Quién le iba a decir que el aburrimiento fuera la única manera de alcanzar la soltura necesaria?
¿Quién se lo iba a decir también a William Cage, protagonista de
Al filo del mañana? Pero tampoco es que le quede otra salida: cada vez que muere en la batalla, reinicia su día, su entrenamiento, su desesperada búsqueda de mejorar y esta vez sí, triunfar. Rebobina como en
Atrapado en el tiempo, pero esta vez no está en juego el amor sino la vida.
Cuando a la ciencia-ficción se le añade emoción, algo grande sucede en la pantalla. Cuando se aleja de todos los tópicos, de los diálogos a base de chascharrillos, de las banderas estadounidenses. Cuando importa el mensaje tanto o más que los efectos especiales. Cuando después de muchos errores, por fin se hacen las cosas bien, como aquí.
Pruebas y pruebas y vuelves a probar y siempre fallas, parece inútil, pero sigues intentándolo, no porque estés condenado a hacerlo sino porque a pesar de todo, estás convencido de dar pasos en la dirección correcta. Con cada repetición, avanzas un poco. El sol va saliendo en el horizonte, aunque sea despacio. Y algún día, al "mañana" podrás llamarlo "hoy". Lo disfrutarás como la mejor de las recompensas.