Durante años, How I Met Your Mother fue un talismán. Antes había sido un conjunto de packs de DVDs que devorabas en compañía: en un fin de semana podíais ventilaros una temporada completa, para poneros al día. Cuando aquello terminó, las aventuras de Ted y sus amigos se convirtieron en tu faro. Cada capítulo tenía una frase clave que se ajustaba a tu momento actual, que te orientaba cuando lo necesitabas o te señalaba lo importante si tú no eras capaz de verlo. Los guionistas escribían la serie solo para ti, como las mejores canciones. Luego volviste a lanzarte al agua y la serie continuó un rumbo que ya no era el tuyo, pero aun así conservaste tu cariño hacia ella.
Sí, desde aquel primer "¿Conoces a Ted?" han pasado muchas cosas. En la serie y en tu vida. 9 años: tiempo suficiente para la aparición de arrugas y las primeras canas, para dejarte de barba o empezar a raparte el pelo, para encontrar una nueva pareja con la que descubrir nuevas cosas que antes parecían impensables, para instaurar nuevos rituales con nuevos amigos que se cruzaron contigo en el mejor momento. 9 años de risas enlatadas pero sobre todo de vivencias compartidas, cada martes, mientras desayunabas. Porque tú esta serie la veías por la mañana: no había mejor forma de empezar el día.
Lo que nunca fue
How I Met Your Mother es una serie convencional. Y tampoco podía serlo su final, claro. Nos dijeron que lo importante no era la meta sino el recorrido y tú asentiste. Pero en realidad querías llegar, ver, saber. Cuanto antes. Y querías que encajara en tu esquema de final perfecto para poder exclamar que tú ya lo sabías. Así eres: lo pides todo, aquí y ahora, a tu manera. Olvidas que la vida es caprichosa. Que las cosas se toman su tiempo y aunque aparezcan, nunca lo hacen en el orden ni de la manera que esperabas. Los desvíos no te alejan: hacen el camino más ameno, te ofrecen posibilidades y elecciones mientras continúas avanzando.
Ted lo ha descubierto a base de dar muchos tumbos y derramar muchas lágrimas, y así se lo ha contado a sus hijos. Él ahora también sabe que en su búsqueda del amor se cruzaron muchas personas interesantes, incluso importantes, cada una a su manera. No hay un único amor, hay muchos. Y a esta verdad se suman chistes, giros inesperados, anécdotas cuya importancia solo él y los suyos entienden. También se perdieron amigos, otros se distanciaron. Dicen que el desgaste es ley de vida. Mientras sueltas una carcajada en la mesa habitual de vuestro bar favorito, te juras que para ti, para vosotros, esto no terminará nunca. Pero ocurrirá. ¿Lo disfrutarás a tiempo?
Aún no sabes qué harás la semana que viene, ya sin serie talismán. Quizá prepares un desayuno especial o nada más despertarte, sonrías por cualquier motivo tonto. Eso sí, por fin dejarás de preguntarte cómo se llamaba la madre o cómo se conocieron Ted y ella. Primero porque ya lo sabes y segundo porque ya va siendo hora de abrazar, una a una, las pequeñas cosas que te trae la vida, las subidas y bajadas, todos los desvíos. De verdad, no de boquilla.
La estación de llegada aguarda al final del camino, más lejos de lo que imaginas, y solo cuando llegues todo cobrará sentido. Hasta entonces, tú decides. Puedes contemplar por la ventana mil paisajes, contar árboles, incluso apoyarte en el cristal si lo necesitas, puedes bajarte en las estaciones antes de dejarlas atrás, saltar en el tiempo o continuar viajando puntual como un reloj. Construir tú la magia y conseguir que llueva o dejar que sea ella la que te envuelva. Es el último truco del destino: creas en él o hayas decidido tirar la toalla, siempre acabarás llegando a tu destino. Ahí estará el paraguas amarillo soñado y para cogerlo solo tendrás que levantarte y dar dos pasos.
-Hi!
-Hi...