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Umbrella

Cada día se cruzan dos veces. Él y ella: tienen horarios muy parecidos y siguen el mismo itinerario, pero en direcciones opuestas. No se conocen, no se saludan, ni siquiera se miran. Al principio, no lo hacían por ahorrarse la mera vergüenza de ponerse a hablar con un desconocido en plena calle, entre los coches que vienen y las motos que van. Y ahora no se atreven porque después de dos años cruzándose a diario, quedaría raro. Supondría un paso importante, y ambos son más bien de dar pasitos cortos.


Él nunca ha tenido paraguas. Nunca le han gustado, o mejor dicho: nunca ha encontrado uno con el que se sintiera cómodo de verdad. Los prefiere grandes porque los plegables se le acaban rompiendo o atascando cuando más los necesita. Pero los grandes luego son un incordio: dónde los cuelgas, dónde los guardas. Así que lleva toda su vida dependiendo de los paraguas de los demás. De sus padres, de sus amigos, de sus sucesivos compañeros de piso. Gente precavida que compra paraguas. Se lo prestan encantados y él acepta. No sabe si se acostumbrará algún día a esos estampados con cuadros de abuela o los complicados sistemas de apertura automáticos.

Solo sabe que mientras esquiva charcos, la echa de menos. Porque los días de lluvia nunca se cruzan, es curioso. Quizá ella cambia de ruta esos días, o será que él camina cabizbajo para esquivar la lluvia. Se la imagina modelo de pasarela. No es exactamente guapa, pero sí muy alta. Cuando más le gusta es cuando no lleva maquillaje. A menudo lleva una maleta a cuestas que él ha deducido que contiene los trajes de un desfile en Madrid. Y así pasa los días: imaginándosela a ella, imaginando lo que se dirían al llegar a casa y cenar juntos.


En realidad, ella trabaja en una tienda de bolsos y maletas de viaje. Y tiene un enorme paraguas amarillo que nunca compartirán porque cada día dejan escapar dos veces la oportunidad de conocerse.

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La evolución del hombre al pájaro (I)

Hay espaldas grandes que dan pie a historias breves. Esos minutos antes del amanecer en que tú ya te has despertado y el otro no. Como no tienes que decir nada, tan solo te limitas a mirar o admirar. A contar lunares bajo el sol que se filtra por la ventana. Una imagen que no volverás a ver porque nunca iréis juntos a la playa y lo más seguro es que ni siquiera compartáis ducha. Os encontrasteis en el lugar y el momento vital equivocados. Solo te queda ahora, este instante fugaz antes de ponerte a buscar tus calzoncillos. Mentirías si dijeras que te has enamorado, pero qué espalda tan bonita. Podrías dedicarle un poema o una canción. Y lo haces. Las mejores cosas nacen de escenas así: pasajeras, íntimas, solo a ti te importan y aun así las compartes con la esperanza de que para alguien más signifiquen algo.


Hay viajes que marcan un antes y un después. Viajes donde una sonrisa a tiempo lo cambió todo, donde las casualidades se alinearon para que la ciudad se abriera de piernas para ti y nadie más, donde cada calle húmeda o estrecha tuvo sentido porque te llevaron a disfrutar de un vino blanco en tu nueva terraza favorita. Viajes de los que podrías evocar tantas anécdotas y batallitas que al final se reducirían a palabrería barata. Quizás, para explicar la transformación vivida en esos viajes casi mitológicos, lo mejor sea hacerles justicia, dándoles un título que ya lo dé a entender todo. Mi primera noche en Londres, por ejemplo. Y repetirlo a modo de mantra.


Y hay hombres valientes que echan a volar. Víctor Algora presenta nuevo proyecto en solitario: La evolución del hombre al pájaro, una serie de EPs que en otoño culminarán en un disco. Por ahora nos llegan estas dos canciones electrónicas, nocturnas, llenas de sexo y energía y recovecos en los que perderte. Justo aquí, en este cruce, los faros rojos de los coches se alargan y alargan al ritmo de los semáforos en verde para que siempre te sientas joven.

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Eva Mengual : El camino del amor

Hay libros que no son para ti. Al menos, no para este momento. Los lees porque, por carambolas del destino, han llegado ahora hasta tus manos, pero mientras vas pasando sus páginas solo puedes pensar en alguien que conoces. Un amigo a quien le vendrá bien leerlo. El camino del amor es uno de esos libros.


Otros títulos de esta colección, como Los cerezos en diciembre, me inspiraron en su día. Cuentan historias sencillas sobre conflictos cotidianos y esas soluciones que no siempre recordamos. Este trata del amor, claro. De una ruptura, más concretamente, y no sé qué ha ocurrido pero en los últimos meses me han rodeado unas cuantas.

Amigos que se separan, amigos que tendrán que descubrir por su cuenta lo mismo que yo hace tres años: que la soltería está para disfrutarla, para cambiar tu escala de valores:  lo que quieres y lo que no quieres. Para quererte mucho, también, y así ser mejor persona cuando alguien nuevo llegue.

En este proceso, no todo el mundo lleva el mismo ritmo. A algunos les toma más tiempo. A ellos les recomendaré El camino del amor. Habla de ese lento abrir de ojos, desde que te sientes en mitad de una carretera desértica donde nadie dará contigo hasta que por fin los árboles que has plantado dejan ver sus frutos.


No es que un libro te pueda cambiar la vida. Los libros solo pueden darte pequeños empujones hacia la cima. Mil páginas, mil personas te repetirán lo mismo y aunque sepas que tienen razón, no les harás caso: no es lo que necesitas ahora. No sabes qué necesitas, pero eso no. Hasta que quizá un día, de la nada, llegue una frase. Dirá lo mismo que tantas otras y sin embargo lo hará con palabras distintas. Palabras que conectan puntos. Que te devuelven la energía, las riendas. Entonces te descubres todopoderoso y comprendes que todo tuvo sentido.

La ventaja de volver a empezar sola es que puedes hacer todo lo que tú quieras y como tú quieras. Es como si la vida te diera una oportunidad nueva para hacerlo diferente y, quién sabe, quizá mejor. Quiero que sepas que puedes contar conmigo siempre que me necesites.

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Encender la luz. Click, y todo se aclara. Un gesto al alcance de cualquiera pero que tan a menudo olvidas. Como si dar con el interruptor no fuese de lo más sencillo, como si tampoco fuera importante. Ese avanzar entre tinieblas lo conviertes en un juego aunque nunca vaya a ser uno divertido.


No quieres ser como ese bonito bar de Gracia que solo destaca de día, cuando nadie puede entrar a tomar uno de sus cócteles. De noche está lleno de modernos y turistas, pero ni siquiera ellos pueden apreciar las coloridas paredes. Favoreciendo la intimidad, los camareros mantienen las lámparas a medio gas, y así no hay quien vea los colores ni las sonrisas que tiene justo delante.

Te gustaría parecerte a la cantante que ayer deslumbró al público junto al puerto. No era Rihanna ni era Brequette pero podría haber sido ambas porque se lo creía. Sobre el escenario, lucía gestos de estrella: echaba la melena hacia atrás, se contoneaba, gemía. Pedía a los músicos que acompañaran sus gorgoritos y ellos lo hacían. Pedía a la gente que se acercara y todos se acercaban. Sí: ella cantaba bien y los demás aplaudían.

Te gustaría ser como las farolas del paseo nocturno. Recién instaladas, blancas. Iluminan un tramo antes oscuro y lo hacen con la luz más potente, porque nada ilumina tanto como una bombilla nueva. Ser como ellas, como la mariposa en llamas, como la luna llena. Brillar incluso de noche, alumbrarlo todo desde lo alto del cielo.

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We can be heroes

La semana pasada vi cómo los egos empañaban varios proyectos colectivos en los que colaboro. Crearon pequeñas grietas que, como todas las grietas, irán ensanchándose con el tiempo. Supongo que es inevitable porque, al fin y al cabo, ni en grupo alguien puede dejar de ser uno mismo. Pero es una lástima.


No conoceréis a nadie más individualista que yo. Incluso egoísta, a menudo. Me gusta mi espacio y me gusta defender ante todo lo que es mío, sí, como a todo el mundo. Aun así, cuando me implico en un proyecto con más gente es para que todos ganemos. Un poco como ese sentimiento de colmena de los japoneses. Todos a una y una para todos.

Está claro que si participas en algo es para sacar algún beneficio para ti. Notoriedad, contactos, dinero. Nadie invertiría horas en nada si no obtuviera algo a cambio. Y que nadie se engañe: la realización personal también es un beneficio.

Tarde o temprano ves que el de al lado destaca más que tú. Y tienes miedo. De que pise tu terreno, de que en adelante te quedes diminuto y los demás te ignoren. Hasta que al final te das cuenta: lo bueno de pertenecer a un grupo es que cuando uno brilla, consigue que los demás brillen a su lado. Y además puedes transformar la envidia en ganas de superarte. "Yo también puedo hacerlo, y mejor que nadie." Así mejoras tú y se fortalece el grupo. No seamos enemigos, sino héroes unidos.

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Lea Michele : Louder

Este año me pierdo entre tanta novedad musical. Cada semana salen decenas de canciones que deberían gustarme, y me gustan, pero en general no me entusiasman. Noto cada vez más que se busca el efectismo, el sonido a la última. Y eso, a la hora de escuchar discos al completo me agota, para qué voy a decir otra cosa. Pasan las canciones y no sé qué me quería decir el cantante o el grupo.


Así llega a mi vida Louder. Supone el debut de Lea Michele, "protagonista" de Glee, una serie de la que me despedí ya hace casi dos años. Será por el cariño que le tenía a su personaje o será porque me ha pillado con la guardia bajada, pero el caso es que este disco me ha encantado de principio a fin. Por fin una voz que no busca sorprender sino emocionar.

Si has visto algún capítulo de Glee, ya podrás imaginar por dónde van los tiros: mitad baladones de muchísimo drama (con Battlefield a la cabeza) y mitad himnos movidillos para levantar el ánimo, con letra optimista hasta las trancas y percusiones que acompañarán todos tus pasos. La que da título al disco te invita a hacerte valer a gritos y Cannonball quiere que vueles. Sí, Lea Michele se mantiene fiel al espíritu Disney de la serie que la hizo famosa y yo encantado.

Siempre vienen bien temas así en el mp3: para comerte el mundo por la mañana y para amenizar cualquier día tonto que se pueda cruzar con tu sonrisa. Ella también ha pasado por eso, te canta al oído. Quieras aplausos o lágrimas, ella seguirá contigo. No dudo que habrá álbums mejor producidos, más novedosos y que aún nos esperan grandes cosas en 2014. Pero de momento ninguno lo he escuchado tanto como Louder. Al final bastaba con emocionarme.


And now I will start living today 
Today, today I close the door 
I got this new beginning and I will fly 
I’ll fly like a cannonball 
Like a cannonball 
Like a cannonball 
I’ll fly, I’ll fly, I’ll fly like a cannonball

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Judith Schalansky : Atlas de islas remotas

¿Qué te llevarías a una isla desierta? No se preguntaron eso los exploradores de las 50 islas que aparecen en este libro. Muchos llegaron a ellas por accidente y otros iban en busca de algo. Porque siempre buscas algo, incluso en la otra punta del mundo, o allí más que en ninguna otra parte. Fortuna, fama, conocimiento.


Decir que no encontraron nada sería injusto para las islas. Como mínimo, encontraron piedras. Y nuevas especies de animales y plantes. Y nueva gente. También encontraron por fin un sitio donde nadie les conocía y por eso algunos se quedaron a vivir en aquel pedazo de tierra, rodeados de mar.

Uno a uno, Judith Schalansky detalla con poesía sus motivos, sus descubrimientos, su soledad... Hay historias de misterio que darían para una novela: en medio del mar hubo un asesinato, un envenenamiento, un esqueleto y dos desaparecidos... Hay historias de daltonismos y tsunamis. De naufragios, de supervivientes. Y hay historias de superación, como la del hombre que proseguiría su búsqueda si le quedaran fuerzas. Se trata de abrir el atlas y dejar que te sorprenda, como hacías de niño en la biblioteca.


No son islas del tesoro, aunque cada ficha venga acompañada de un tentador mapa. Las aventuras de estos exploradores son mundanas y aun así te fascinan porque es muy posible que tú nunca pises los parajes que ellos pisaron. Pisarás otros, los tuyos, los que decida el azar y el dinero. Quién sabe, quizá algún día, alguien abra un atlas y te encuentre a ti. Y entonces se preguntará: ¿qué fue a buscar a esa isla suya?

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Her

Durante algunos años, yo fui Samantha. Eran los tiempos del IRC y todos chateábamos con todos, en busca de un amor que no llegaba. Horas gastadas en conocer al otro y, en cuanto la cosa no cuajaba, pasar a conocer al siguiente, esta vez con la lección aprendida. A cada flirteo éramos un poco menos inexpertos, sabíamos qué decir para agradar, para prolongar la conversación. Para conseguir la ansiada cita.


Ahí se rompía el hechizo. Y nos convertíamos sin remedio en el desdichado Theodore. Porque resulta que nadie es tan perfecto como esa imagen que, casi sin querer, construyes en tu cabeza. Los tecleos nocturnos de repente se convertían en palabras que no salían y cafés que se enfriaban. Aquellos píxeles donde tú habías descifrado un apuesto príncipe azul, cobraban vida: narices aguileñas, entradas más pronunciadas de lo previsto, ojos saltones...

Ah, pero mientras la ilusión duraba era tan divertido. Habías encontrado a tu alma gemela, nada menos. Y te hacía feliz y te sentías menos solo en el mundo. A veces, por diversión, jugabas a ser el alma gemela de otro. Recuerdo una noche de borrachera que con varios amigos nos dedicamos a chatear con un conocido de gustos peculiares. Construimos un personaje al que le gustaba lo mismo que a él y él, claro, alucinaba, por fin se creía comprendido. Bastó un fallo de conexión para no tener que romperle el corazón.


Dicen que Her vaticina nuestro futuro próximo, ese camino que estamos tomando, enganchados a las redes sociales para comunicarnos, a Grindr para follar. Pero yo creo que siempre hemos sido así. Siempre hemos necesitado sentirnos importantes y nos valemos de la fantasía para ello. Si el otro es perfecto y además nos hace caso, es que un poquito perfectos somos nosotros también, ¿no?

Quizá hoy en día la tecnología nos lo pone más fácil, pero ¿qué diferencia hay entre una relación con un sistema operativo y aquellas relaciones epistolares de hace siglos entre dos personas que jamás llegarían a consumar su amor? Sé que en el cine, todos soltamos un suspiro a la vez cuando Theodore y Samantha se declararon sus sentimientos. Todos hemos pasado por eso. Dices algo que no estás seguro de sentir todavía con la esperanza de que se materialice.


Her es maravillosa porque habla de nosotros. De nosotros ahora y siempre. De cómo vivimos el amor en sus primeras etapas cuando todo es perfecto. De cómo salimos a flote cuando, a punto de tirar la toalla, aparece alguien que le devuelve los rojos y azules y amarillos a nuestro día a día. Entonces ir a la oficina se convierte en fuente de alegría, los videojuegos quedan relegados en favor del sexo, emprendes proyectos aparcados, vas a la playa y te ríes como nunca te has reído. ¡Y cómo se ríe Joaquin Phoenix! Se habla mucho de la voz de Scarlett Johansson, pero él debería haber ganado todos los premios porque su felicidad colma la pantalla.

¿Hay amor tras la desvirtualización? No nos gusta que el otro no sea como habíamos imaginado, le achacamos que no encaje en el molde que le habíamos construido y eso siempre es terrible. Suerte que a veces también encuentras, más cerca de lo que temías, justo aquello a lo que aspiras. La confortable convivencia con alguien en cuyo hombro apoyar la cabeza. De noche, en silencio, enamorados sin tener que decirlo. Tras la descarga de hormonas, llega la feliz calma.

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Louder

Es mejor echarle morro. Lo vas aprendiendo sobre la marcha. Creías que era preferible la precaución. Dijiste que mejor que no viniera mucha gente a la fiesta: solo cabían 15 personas. Y vinieron justo esas: 15 y no más, y al verlas estuviste contento pero también supiste que querías más. Más para compartir y celebrar las cosas buenas. Como con la pasta, la cantidad exacta no la sabes hasta tenerla en el plato.


Es mejor echarle morro. Atreverte a pedir, a mostrar todo lo que puedes aportar. Te lanzas a la calle con la esperanza de que si alguien no te abre la puerta, lo hará el de al lado. Será por esa esperanza o por la sonrisa que usas a modo de chaleco antibalas, será por por lo que sea, pero al final no solo te abren la puerta. Te dan la bienvenida, te dan conversación, te dan nuevos hilos de los que seguir tirando.

Abrirse paso a gritos no está tan mal. Tú que no tenías voz ahora sostienes un megáfono. Y piensas utilizarlo. Antes de apretar el botón, bucearás en busca de las palabras correctas. Solo entonces apretarás y dirás, gritarás. Sí, es mejor echarle morro. Para que alguien te escuche y todos se enteren.