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Memory of the future

"Ya es otoño:
queda un libro
aún por terminar."

No puede ser cualquier libro, tiene que ser especial. Lo coges, piensas tu pregunta, y entonces, al abrir el libro por una página al azar, la primera frase que te salte a la vista tendrá una respuesta infalible. Pensabas que el único loco eras tú pero resulta que es un método que existe desde hace siglos. Bibliomancia, lo llaman.


¿Otoño? Me descolocó encontrarme el poema que encabeza esta entrada. Pero lo bueno de los flashforwards, recuerdos del futuro, premoniciones, como quieras llamarlos, es que, a su manera, lo ordenan todo. Todo tiene sentido. Así que enseguida me tranquilicé porque el futuro que tenía que empezar ahí.

Sôseki estaba en lo cierto al componer su poema. Este año está siendo un río, otoño ha sido decisivo, y ahora lo entiendo, la novela tenía que terminarla en esta época. Dicen que sólo escribes tu primer libro una vez. El mío tenía que salir así. Nació el año pasado pero tenía que aparecer todo lo que he aprendido y confirmado en 2012.


Me gustan los recuerdos del futuro porque, lejos de constreñirte, te invitan a aprovechar al máximo el abanico de posibilidades. Con la tranquilidad, además, de saber que todo saldrá bien, según lo previsto. Tu elección será siempre correcta y fluirás hasta el único futuro que te pertenecía. En el fondo, eso ya lo sabías.

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Hiromi Kawakami - El señor Nakano y las mujeres

"Un plato útil, un estante útil, un hombre útil."

Tenía esta crítica guardada en un cajón. A la espera del momento oportuno, como todo lo que venden en la tienda de objetos de segunda mano donde transcurre esta novela. Objetos curiosos esperando a su comprador. Hiromi Kawakami tuvo cierto éxito con sus libros anteriores, pero éste todavía no lo había vendido. Hasta hoy, que han comprado dos ejemplares. Y he pensado que ya tocaba comentarlo.


La tienda del señor Nakano y los objetos que habitan en ella son los auténticos protagonistas de la novela. Por eso no entiendo  la elección del título, da una idea totalmente contraria al estilo profundo, sutil, sereno de la autora. La historia no transcurre en la cama sino entre estanterías polvorientas, figuras de madera, ceniceros antiguos, paraguas, electrodomésticos retro. La luz del sol o la lluvia que se ven desde la cristalera del escaparate.

Sí, la atmósfera es uno de los logros de la novela. Es el aire que respira esa extraña familia formada por el señor Nakano, su hermana Masayo y sus dos empleados, Takeo y la narradora del libro, Hitomi. Los objetos que venden, los variopintos clientes que visitan la tienda y también las comidas que comparten alrededor del hornillo irán moldeando las relaciones entre ellos. El día a día de cuatro seres útiles.


Tendrán que aprender que ellos no están en venta, por ejemplo. Que para querer a otro hay que quererse primero, y así destacar en medio del escaparate abarrotado de la portada. Espera, confía, brilla. Como un diamante de segunda mano. Me fascina esta autora. Sus libros son pequeños ríos, pedazos de vida que fluye.

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Go On

"The next right thing will come to you.
Let it. Just be ready."

Seguir adelante. No había título mejor para la nueva comedia de Matthew Perry. El hombre no consigue triunfar desde Friends pero sigue intentándolo y esta vez parece que va por el buen camino. En Go On interpreta a Ryan King, un locutor deportivo que acaba de enviudar y que se apunta a un grupo de terapia para superar la pérdida.


Daría para un dramón, sí, pero Matthew Perry apuesta por el optimismo (su anterior proyecto se titulaba Mr Sunshine, nada menos) y sus guionistas le dan la vuelta a la tortilla. La serie no va de pérdidas sino de ganancias. Abrazar el presente, darte cuenta de lo que tienes, de lo que puedes hacer, aceptar a las personas que te rodean tal como son, con todos esos detalles que las hacen únicas.

Únicos son, sin duda, los secundarios, un reparto extenso para una sit-com. Están la lesbiana viuda, la latina egocéntrica, el ciego, el acoplado, la loca de los gatos... pero hay más, como por ejemplo los compañeros de radio. Sinceramente, no recuerdo el nombre de ninguno. Son graciosos en su justa medida. Sirven todos de cojín, de contrarréplica para que Matthew Perry se luzca. Él es la estrella del show.


Empiezas a verla sin brújula, qué me están contando, pero capítulo a capítulo les coges cariño a todos. A Ryan King sobre todo. Es una comedia extraña, porque a veces te emociona (las visitas fantasmales de la esposa, por ejemplo), no siempre ríes tanto como esperabas, pero sigues viéndola porque así es la vida. Una sorpresa tras otra.

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The things I did before

Pon orden. Fue el primer consejo que encontré al abrir el libro que estoy leyendo ahora, El zen y el arte de amar. Abre un cajón, por ejemplo, y ordena todos los papeles que haya dentro, deshazte de lo que ya no necesites, recupera lo que no encontrabas, limpia. Cada día un espacio distinto, con calma.


He empezado por esa taza donde acumulo billetes de transporte, entradas de cine y conciertos, flyers, tarjetas de visita, etc. Había de todo. Hasta envoltorios antiguos y monedas de céntimo. Acumulas tantas cosas sin darte cuenta. Cuando he terminado de hacer limpieza, lo superfluo ya en la basura, me he sentido lleno.

Lleno, sí, porque gracias al contenido de la taza, he repasado todos los buenos momentos de este año, que han sido muchos. El viaje a Granada, las películas especiales, el Primavera Sound, un gofre en el Tibidabo, Madrid, las cenas antes de ir a La Penúltima, el hotel junto al lago de Puigcerdà, las tardes de playa, los helados violetas de Vioko, el concierto de Scissor Sisters, los fines de semana con los amigos, la Tarragona romana... He hecho balance y me ha gustado.


Ahora están todos los recuerdos ordenados, todas las tarjetas, todos los billetes juntos. La taza vuelve a tener espacio libre. Porque eso es lo mejor de todo: quedan muchos recuerdos por llegar, a este año todavía le queda más de un mes para seguir sorprendiéndome. Hoy mismo, ha llegado un buen disco a mi vida, el de Francis White. Así pues: bienvenidos, recuerdos. He puesto alfombra roja y la cena está lista.

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And I want to thank you

Ha aparecido hoy en un bolsillo de mi chaqueta. Ya no lo recordaba. Un flyer titulado "Fundamentos de Gandhi". Me lo regaló un amigo días atrás, en Madrid, y está lleno de frases inspiradoras que no sé si serán de Gandhi pero deberían de llenar todos los imanes de nevera, todas las postales, todas las camisetas del mundo.


"Me ha recordado a ti", dijo mi amigo al dármelo. Sonreí. Pensé en el personaje de una de las muchas novelas que tengo sin terminar: una exitosa autora de libros de autoayuda que no es capaz de poner en orden su vida. A veces soy un poco así, lo reconozco. Al releer ciertas entradas antiguas del blog, siento que me ayudan justo ahora.. Como si las escribiera a modo de recordatorio para mi futuro yo.

Crece y evoluciona. Sé congruente. Lo dijo Gandhi (se supone) y estoy de acuerdo. El año pasado una de mis películas favoritas fue Happy Thank You More Please, y poner en práctica algunos de sus consejos me ayudó tanto a mejorar, como por ejemplo dar las gracias y pedir más. Así que no sé por qué hace meses que no agradecía realmente todo lo bueno que ha ido llegando, que es mucho, y muy bueno.


Gracias, pues. Gracias a quienes sacan tiempo para verme cuando más lo necesito. Gracias a ese chico que se ha atrevido a confiar en la estabilidad de las baldosas. Gracias a los clientes por seguir comprando. Gracias a la gente que sigue escribiendo y los músicos que siguen compartiendo su música. Gracias a todos los que, de una manera u otra, me llenáis cada día. Más, por favor.

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Happy Day Bakery

Es lo que más echo en falta de Madrid cuando vuelvo a Barcelona. Aparte de la gente, claro. La pastelería Happy Day Bakery se encuentra en pleno Malasaña y está especializada en cupcakes. Los suyos son sin duda los más buenos, bonitos y baratos que he probado. Tienes un orgasmo solo con ver los expositores. No exagero.


Mi cupcake favorito es el de red velvet. Una masa roja, esponjosa, decorada con vainilla de colores y una chuche encima. En Happy Day, no se conforman con adornar los cupcakes simplemente con espuma de algún sabor; dejan correr la imaginación para los toppings: mariposas, corazones, cepillos de dientes, flores... Da tanta pena comerlos que siempre les haces una foto. Directa a Instagram.

También venden pasteles, brownies, galletas decoradas, productos americanos y, por supuesto, todo lo necesario para hacer la repostería en casa. A veces, tienes suerte y puedes sentarte en la única mesa que hay, junto a la ventana, y así disfrutar del ambiente acogedor, de un té calentito, de los miles de detalles que hay repartidos por el local. Esos carteles que animan cualquier tarde de lluvia: "Algo bueno va a ocurrir".


Me gusta el barrio de Malasaña. Me pasaría horas enteras en sus cafeterías, sus tiendas de ropa, sus librerías. Viviría allí, como ahora vivo en Gracia. No me importa desviarme un poco de mi ruta para recuperar fuerzas con un cupcake de Happy Day. O desayunarlo un domingo de resaca. Al primer mordisco de ese pequeño pastel, algo cambia, solo puedes sonreír. Entiendes el porqué del nombre.

C/ del Espíritu Santo 11 (Madrid)

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Till I can get my satisfaction

"Happiness is that little moment
when you stop craving for more."

No sé de qué lotería era ese cartel, si la de Navidad o la del 11 de Noviembre, pero me llevé las manos a la cabeza al verlo. Un muro roto, gente atrapada luchando por su libertad. Ni rastro de esos cuentos de hadas que eran los anuncios de lotería. Ruptura, agresividad, desesperación. Un signo de los tiempos que corren. La lotería de los indignados.


Algo parecido ocurre con los carteles de las elecciones catalanas de este año. Son agresivos, radicales. Uno es totalmente negro y empieza las frases con dos "No" rotundos. Otro está a medio camino entre Los Diez Mandamientos y la propaganda nazi. Y en medio, como pulpos en un garaje, unos repiten las frases naïf de cada año y los otros, quienes siempre han tirado piedras contra Cataluña, de repente buscan una actitud conciliadora que pocos se creen.

Todos nos prometen que con su fórmula mágica se solucionará todo: la independencia, el federalismo, el centralismo, la austeridad. Cuando lo consigamos, todo estará bien, dicen, y ya hemos visto con el Estatut o los recortes que la maquinaria política no se detiene, ellos siempre quieren que queramos más.

Porque ganar la lotería es solo el principio, ya se asegurarán entonces de que te asalten las dudas: ¿en qué podrías gastártela?, publicitarán tantas opciones, ¿y qué seguros contratas?, ¿y si te roban?, ¿y si ya no sabes vivir sin dinero?, ¿y si ahora tu karma se equilibra y ocurre una desgracia? El síndrome de Hurley en Perdidos.


Los auténticos cambios no los traerá ningún billete de lotería ni ninguna papeleta electoral. No depositaré mis esperanzas en las fórmulas mágicas de gente que solo sonríe en los pósters. Eso no significa que no compre o que no vote, está bien tener ilusión. Al fin y al cabo, los Reyes Magos no existen pero todos esperamos regalos el 6 de Enero por la mañana. Se trata de abrir el regalo con la cabeza fría, sabiendo que la felicidad ya estaba aquí y ahora. Te la has trabajado.

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When you start with a look that's endless

Valoro mucho el apartado visual de la música. Los vídeoclips, claro, la estética, los looks. Pero sobre todo me gusta que las portadas de cada etapa de un grupo o cantante compartan, dentro de la variedad, artworks parecidos. Así, nada más verlos, identificas el disco o la época. Es algo que me fascinaba con Aqua: mantenían el logo, la tipografía y ese cartelito de "Presented in Aquascope" pero cambiaban las fotos; cada single era como un nuevo capítulo de la aventura del grupo.


Pala de Friendly Fires no es solo uno de los mejores discos de 2011, también supuso mi conjunto favorito de portadas. Espectaculares fotografías del mismo papagayo desde diversos ángulos. Los colores neón de las alas y esas plumas en movimiento representan bastante bien, creo, los sonidos del disco: una discoteca en el trópico, de madrugada, percusiones que invitan a los sintetizadores a levantar el vuelo.

Menudo gustazo verlas todas juntas. Si para futuros proyectos dedican el mismo mimo al diseño gráfico, tendrán que sacar al final un Catalogue como el de Pet Shop Boys, libro que atesoro con más cariño que algunos de sus discos y que recopilaba todo el arte visual del grupo. Hasta entonces, admiraré estos JPG.






Sé que algún día acabará en mis manos el vinilo de Pala y lo colgaré de la pared de mi despacho.

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For the price of a cup of tea

Ahora me gusta el té. Costó acostumbrarse a este agua caliente y turbia, cogerle el gusto. Las manos calentándose alrededor de la taza, el estómago abriéndose ante el líquido. Ahora me gusta el té, su sabor, su temperatura (caliente o con hielo), su color, su sonido al verterlo, pero todavía no había apreciado su olor. Hasta ayer, que levanté sin querer la tapa de la tetera de hierro, quemaba un poquito, y me llegó una descarga reconfortante. Como llegar a casa cuando huele a limpio.


Este té olía a naranja y chocolate. Evocaba buenos momentos, buena compañía. Cada lunes pruebo uno distinto porque quedo con una amiga y, sin saber muy bien cómo, porque estas cosas surgen así, de la nada, se ha convertido en una tradición pedirnos un té cada uno mientras nos ponemos al día.

Me gusta que nos lo sirvan en teteras japonesas, de hierro, de colores: a veces me toca una roja, a veces una verde azulona. Conservan el calor una barbaridad, lo cual está muy bien porque te da para dos tazas y para cuando bebes la segunda casi una hora más tarde, todavía está caliente incluso después de echarle leche.


Tomando té, he aprendido muchas cosas. A relajarme y esperar paciente, por ejemplo. Al principio lo vertía en la taza nada más nos lo traían, pero apenas tenía sabor. Mejor que macere. Es curioso que el más bueno, éste con trozos de naranja y chocolate, sea el que más tiempo tiene que estar en reposo, cinco minutos. Me hace pensar en ese haiku infantil:

"En la mudanza,
lo último que llega:
los peces de colores"

Y también he aprendido a degustar sorbo a sorbo, a mirar a los ojos cuando hablo. Y a levantar la tapa, por supuesto. Porque si te atreves con cosas nuevas, si apuestas por algo pero no levantas la tapa para que te llegue toda la intensidad del olor, ¿de qué sirve? Sería como atreverse a medias. El éxito llega cuando te empapas de lleno.

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Gado Gado. Cocina de Indonesia y del sudeste asiático

Por qué no vendré más. Lo pienso en cuanto me siento en una de las pequeñas mesas de Gado Gado y consulto la carta que me ofrece una camarera, toda ella sonrisa. Los ojos se me van a los currys: pollo con curry verde, pescado con curry rojo... Es uno de mis restaurantes favoritos de Gracia pero lo piso muy de vez en cuando. En ocasiones especiales, como hoy, que ha venido Lidia, mi amiga amarilla.



Es medio nómada, ella, se pasó un año recorriendo la India y buena parte de Asia, así que parecía adecuado traerla aquí, un restaurante especializado en cocina del sudeste asiático. El espacio es reducido pero tiene buena acústica, invita a las confidencias. Los colores, verde y naranja, un espejo y algunas figuras de madera son toda la decoración; el toque exótico necesario sin parecer Port Aventura.

Lidia y yo todavía estamos comentando nuestras últimas andanzas cuando llegan los entrantes: tahu isi (buñuelos de tofu y verduras) para ella y rollitos con salsa de cacahuetes para mí. Al final los compartimos. Con ella siempre decimos que hay que atreverse a experimentar, así que cojo uno de mis rollitos y lo unto en la otra salsa, fresquísima, como con limón. No será la combinación indicada pero está buenísimo.


Al final me he pedido, por supuesto, el pescado con curry rojo. Es abundante: un filete de merluza con arroz de acompañamiento. Delicioso y picante. Lidia, mientras picotea su plato de verduras salteadas (algún nombre colorido como Chap Chai), me cuenta sus viajes, pasados y futuros. Enseguida dejamos los platos limpios, y eso que no paramos de hablar, pero los sabores nos atrapan.

Coronamos la comida con un guilty pleasure: rollitos de chocolate y plátano. No sé en qué país los inventarían, los he visto en varios restaurantes asiáticos. Hasta hace poco pensaba que eran japoneses. En cualquier caso, benditos sean. Estos son crujientes y tiernos, calentitos, con helado. Lo tienen todo.



La charla continuaría durante horas pero toca volver a trabajar. Aún con el regusto del curry y el chocolate, salimos otra vez a Gracia. Aún nos dará tiempo a tomar un batido de café detrás de la plaza de la Virreina. Viendo desde fuera el restaurante Gado Gado, con su gente hablando alrededor de platos vistosos, no sé por qué nunca he tenido una cena romántica aquí. Sí, sigo enamorado de los colores.

C/ de l'Or 21 (Barcelona)

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Raúl Portero - Reykjavík línea 11

"¡Oh! Así que eres tú."

A veces las piezas encajan. Reykjavík línea 11 es la historia de dos hombres acostumbrados a perder que un día, de repente y sin esperarlo, porque las cosas buenas no se esperan, simplemente ocurren, tienen que lidiar con la pequeña victoria que les ha llegado a las manos. Y es que los fugitivos también encuentran hogares.


Sus manos están entumecidas por el frío de Islandia. Porque ahí ocurre, claro, la novela. Lo bueno de Raúl Portero es que consigue que no parezca una guía de viajes de la capital islandesa, pero al mismo tiempo te contagia las ganas de perderte en ella, armarte de un buen anorak y un pantalón térmico para explorar sus calles y locales, vivir incluso una temporada en una de sus casitas preparadas para el frío.

Entre lagos helados y tazas de té humeantes, la historia de amor es el epicentro de la novela. El amor y los traumas que éste cura. Einar y Arnau van enamorándose poco a poco, los capítulos van de uno a otro como un autobús que conecta tus dos puntos favoritos de la ciudad. Muy bien construida la intimidad entre ellos. Tanto con los diálogos como con sus pequeños gestos, te lo crees: se quieren.


¿Se lo creerán ellos? Porque ése es el mayor misterio de Reykjavík línea 11, descubrir si por una vez Arnau y Einar apostarán a caballo ganador. Es curioso, no siempre es fácil aceptar que se te presentan oportunidades para ser feliz. Será que nos han programado para pasar frío. Pero entonces llega el abrazo de alguien que a su manera tiembla como tú. A ver qué pasa, piensas. La sonrisa la descubres luego.

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A candy perfume boy

Se terminó ayer. El frasco de Hugo Boss Orange para hombre, mi perfume favorito. Lo compré por impulso, porque el naranja es mi color y porque el día que me propuse comprar mi primer perfume, vi el anuncio, como una señal. Di muchas vueltas entre las columnas del Sephora, agoté los cartoncillos de muestra, tantos perfumes. Al final elegí el de Hugo Boss. Era el único que no había olido, pero me fié de la señal.

 
Recuerdo la sensación cuando me lo puse. Tenía que ser éste, pensé. Manzana verde, incienso, vainilla, madera de bubinga... La ficha técnica menciona una combinación de muchas fragancias. Puede ser. Solo sé que cuando me lo pongo, hay un olor indefinido que me gusta. Los primeros días no dejaba de olerme las muñecas y el cuello de la camiseta. Me reconfortaba, como si siempre quisiese haber olido así.

Lo usaba mucho, a diario, sin medida. Hasta que quedó tan poco líquido en el bote (precioso, por cierto) que cualquier aplicación podía ser la última. Compré entonces otro perfume, me hizo gracia su nombre, L'homme livre, pero no me gustó tanto, demasiado genérico. Curiosamente, este nuevo me lo alabaron alguna vez, qué buena colonia. El de Hugo Boss nunca, era una broma privada que solo yo entendía.


Dosifiqué el poco Hugo Boss que quedaba, me lo ponía en ocasiones muy especiales. Una primera cita, una cena decisiva, dos cines y un par de conciertos con mi novio. Era mi forma de desearme suerte. Finalmente, ayer se terminó, solo me dio para un chorro en el cuello en vez de dos. Qué tonto, pensé, justo lo gastas hoy que es una noche cualquiera. Me lo había puesto por ponérmelo. Pero no me sentí huérfano, el perfume ya había cumplido su función. Tocaría comprar otro distinto.

Y entonces ocurrió. Bajé a la calle, él ya me estaba esperando, un beso, qué tal el día, bien... y por fin llegó la frase. "Qué bien hueles hoy." Tantas veces que me lo puse antes de vernos para infundirme ánimos y lo apreciaba hoy, que yo estaba tan tranquilo. Entendí que ese perfume lo había comprado para escucharle a él decir eso. Así que compraré un nuevo frasco. No para impresionar, sino para atesorar esta tranquilidad. Es el olor de un barco navegando por el mar en calma.

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We found love in a hopeless place

Solo dos pares de piernas. Era todo lo que se veía desde la puerta de la lavandería. Cuatro piernas enfundadas en tejanos y cuatro pies calzando bambas. Dos personas sentadas encima de la mesa aunque hay asientos libres, dos personas haciéndose compañía, esperando a que termine el ciclo de la lavadora.


Él está estudiando y ella busca trabajo. Desembarcaron en Barcelona como desembarca todo el mundo en una ciudad nueva, por su cuenta, con una maleta, una sonrisa y muchas ganas de comerse el mundo. Luego llegaron el alquiler y las facturas y los gastos y los recortes y las subidas de impuestos, de precios, sube todo menos la calidad de vida.

Vivían cerca el uno del otro pero entonces aún no lo sabían. Pisos pequeños, edificios sin ascensor, escaleras angostas cuyas paredes se descascarillaban, cuartos de la lavadora sin lavadora. Dentro de esos zulos, los inviernos de Barcelona parecían más fríos. Pero ni él ni ella se rindieron. Salían a la calle con su mejor sonrisa y su mejor camiseta, confiaban que el futuro llegase algún día.


Sonreír costaba algo más en la lavandería, esos sitios que tan fuera de lugar parecen en el mundo civilizado, así que se llevaban un libro para leer. Él nunca leía, en realidad; dejaba el libro en la silla de al lado y se quedaba mirando cómo la ropa daba vueltas y vueltas en la lavadora. 65 minutos de soledad. Ella sí leía, pero ayer levantó la mirada de la revista y entonces le vio. Justo delante.

Hola. Nunca se pondrán de acuerdo sobre quién lo dijo primero. Pero se saludaron. Y entonces todo tuvo sentido: las penurias, Barcelona, el piso sin lavadora. Tan a gusto se sintieron juntos, hablando de sus cosas, sabiendo que el futuro había llegado y que sería un futuro juntos, tan a gusto que se subieron a la mesa. Ayer, al pasar por delante de la lavandería como cada tarde, los vi, vi sus pies alineados y supe que da igual el sitio. A veces encuentras el amor y a veces él te encuentra a ti.

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El Pescao - Ciao Pescao

Estaba aprendiendo a nadar. Y el primer disco de El Pescao llegó justo cuando lo necesitaba. Fluir, quererse, perdonar, cantar. A todo eso aprendí por mi cuenta, pero Un viaje nada-lógico le puso la banda sonora perfecta. Es normal que, ahora que estoy tan bien, asentado en mi vida y mi trabajo y mi novio, El Pescao diga adiós.


Es una despedida temporal; en cuanto termine la gira a finales de este mes, David Otero se marcha un par de años a Sudamérica, para desconectar e inspirarse. Y es, además, una despedida con regalo: Ciao Pescao, un EP de 4 canciones nuevas. Fiel a su estilo, pero con el toque familiar de tener ya una banda establecida.

Todo se complica desafía el viento, porque cuando las cosas no son fáciles hay que seguir intentándolo, siempre hacia adelante, con la energía de una guitarra, cada paso un golpe de batería. Y llega el éxito, y con él la calma. Navegando por El mundo de los recuerdos, te reconcilias con el pasado. Esas pequeñas aventuras que te trajeron hasta aquí. Ya no duelen, por eso puedes rapear a ritmo de reggae algunas rimas graciosas: "Bola de Dragón Z" con "a Sabrina se le vio una teta".


En realidad la letra al completo no tiene ningún desperdicio: nostálgica y traviesa, un álbum de fotos amarillas donde alguien escribió la palabra "chocho". Corazón de Cristal no es un cover de Blondie (¡ojalá!) sino una declaración de intenciones: yo soy así, y así seguiré. Y cuando por fin zarpa el barco hacia nuevas aguas, El Pescao ya ha superado los miedos, dice las cosas que siente, da la bienvenida a los besos. Su consejo: quiere mucho, déjate llevar. Que no te llamen loco.

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Las cosas pares

Los ojos, las orejas. Las extremidades. Las ruedas que te llevan lejos. Las peras y las manzanas al meterlas en la bolsa para pesarlas: coges 4 o 6, nunca 5. Los yogures y las galletas, todo lo que compras para preparar con cariño la cena o el desayuno. Los gemidos en la cama. Las patas de la cama. Las veces que lees los buenos libros o ves las buenas películas (una a solas, otra acompañado). Los invitados a un evento.


Las velas y los cubiertos, los minutos que tarda en consumirse el incienso, las veces que te gusta oír las cosas, los ticks verdes del WhatsApp, los dedos que se entrelazan, las ondas en el agua antes de volver la calma, las palabras de un "te quiero". Tú al mirarte en el mejor espejo: otros ojos. Sí, las mejores cosas son pares.

Casarme no entra en mis planes, pero considero imprescindible tener la posibilidad de hacerlo. 7 años de incertidumbre a causa de un recurso (acompañado de esa frase perversa: "ahora no podemos retirarlo", como si se hubiera puesto solo) y, por fin, una sentencia. Afortunadamente, desde hoy amar ya es constitucional para todos.

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Fly me to the moon

La Luna. Así se llama el cortometraje más reciente de Pixar. Hace un par de meses oí maravillas sobre él en Confesiones tirado en la pista de baile, pero no podido verlo hasta hoy. Es precioso. La calidad técnica era incuestionable, al fin y al cabo es de Pixar, pero el encanto de La Luna reside en su pequeña historia.


La aventura de hacerse mayor en clave de leyenda. Tres generaciones de hombres realizan alguna especie de mantenimiento en la Luna (la respuesta llegará en el último fotograma). Nuestro protagonista es el más pequeño de ellos, un niño que empieza a mimetizar gestos de los adultos, pero también tiene despuntes de iniciativa.

Está aprendiendo. A llegar a la Luna, para empezar. Todos hemos intentado alcanzarla con los dedos. Escalón a escalón, él lo consigue. Hay en su peripecia ecos del Viaje a la Luna de Méliès, también se evoca esa reinvención de la realidad de El Principito y, desde luego, a nivel visual la primera referencia que viene a la mente es el videojuego Super Mario Galaxy.



Un cóctel para beber de un solo trago: 7 minutos perfectos. Como esos cuentos que te adormecían de niño, pero en forma de poesía animada para que los adultos vuelvan a abrir los ojos. Porque hacerse mayor es soñar despierto, más y mejor. Multiplicar las estrellas. A martillazos, aunque sea. Gracias, Pixar.

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All the people in the world

Después de 18 años asistiendo puntualmente al Salón del Manga, ayer me emocioné. Han ampliado el recinto, ahora es más céntrico, al lado de Plaza España, hay más exposiciones, actividades (talleres de cocina, por ejemplo), más tiendas, más restaurantes... Habían apostado alto por la edición de este año, y los resultados se notaban: más gente que nunca y todo caras sonrientes.


Unos felices por encontrar productos que no sueles encontrar más allá de eBay, y otros felices por estar vendiendo tanto. Hasta los típicos expositores que van más por dejarse ver que otra cosa, ayer vendían a manos llenas. En los tiempos que corren, me emocionó ver tanta actividad, la verdad. Ver que algo funciona.

Siempre estaré del lado de quienes innovan, de los creadores. Quien dedica su pequeña editorial a la literatura japonesa o quien contrata una serie de televisión sobre un niño pelopincho que busca unas misteriosas bolas montado en su nube. Todos merecen reconocimiento, por atreverse, tender puentes, ayudarnos a crecer.


18 años han pasado desde que mi padrastro me acompañó a la primera edición del Salón del Manga, cuatro tiendecillas repartidas por los andenes de la Estación de Francia. Poco queda del niño tembloroso y apocado de entonces. Supongo que como la propia feria, crecí. Ni recortes ni prohibiciones: hay que apostar, hay que crecer. Y los resultados llegan. El Salón cumple mayoría de edad. ¡Ahora empieza lo bueno!

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Head over feet

Ya no tropiezo. Antes, no hace tanto, me llamaban Susan Mayer. El apodo no era gratuito: tropezaba con el mismo aire. Cuando más cuidado intentaba tener, más se enredaban mis pies con todo lo que hubiera por el suelo, más dejaban caer mis manos lo que estuviesen aguantando. La torpeza es adorable, pero rompe cosas.


Hasta que un día reaccioné. Me di cuenta de los motivos. Estaba en la cocina, había escurrido los macarrones, ya estaban en el plato, con la salsa de tomate y el queso rallado, y justo entonces, al girarme para salir, pensé cuanto odiaba ir con prisas, tenía que comer en cinco minutos, me veía ya bajando al trote las escaleras del metro, seguro que lo perdería.

Pensé y el plato cayó al suelo. Todos los macarrones desparramados por el pasillo. Me quedé sin comida porque estaba pensando. Quejándome. Mientras limpiaba la salsa de tomate del suelo, eché la vista atrás y descubrí que mi torpeza no era natural. Nada fallaba en mis extremidades, era mi mente la que me traicionaba al pensar en cosas negativas. Así que decidí pensar menos, o pensar mejor.


Apartar los odios, rencores, mentiras, ansiedades, expectativas irracionales. Dejé de tropezar, ya no se me caían tantas cosas. La mente no es perfecta, claro, a veces aún me da por pensar. Me impaciento porque el futuro no llega, por ejemplo, y ahí está el cuerpo para devolverme al camino: me clavo la rodilla contra una estantería y se me cae el móvil al suelo. Relájate, ya no eres Susan Mayer. Ahora el aire lo respiras.