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Mumon Ekai - La puerta sin puerta

La iluminación siempre llega después que el camino del pensamiento se ha bloqueado. Si tu camino del pensamiento no está bloqueado, todo lo que pienses, todo lo que hagas, es como un fantasma que te enreda.

Mumon Ekai nació en China, pero su recopilación de 48 kôan "La puerta sin puerta" fue muy influyente en diversas sectas del budismo zen japonés, como la Rinzai. De hecho, todavía hoy -ocho siglos después de su escritura- se sigue utilizando este libro.


Los kôan son cuentos breves que plantean un problema en apariencia absurdo o ilógico y que los maestros zen utilizan para poner a prueba los progresos del alumno, provocarles un shock mental que les acerque al satori (iluminación). Se trata de desprenderse de lo racional, de todo lo preconcebido (la influencia externa) y dejarse llevar en cambio por la intuición y experimentación propias, dar un salto más allá de una explicación lógica o basada en lo puramente sensorial.

Uno de los kôan más famosos es: "Conoces el sonido que hacen dos manos al aplaudir. Ahora dime: ¿cuál es el sonido de una sola mano?". Resulta tentador dar respuestas racionales como "un chasquido de dedos", pero hay que atreverse a ir más allá de eso, desentrañar toda la profundidad de la paradoja. Parece imposible aplaudir sólo con una mano, sí. ¿Cómo hacerlo posible? ¿Existe un sonido sin sonido?


Enfrentarse a este libro es una experiencia curiosa. Lo cierras con la mente más abierta, con la sensación de haberlo entendido todo y no haber entendido nada. Empiezas a plantearte lo absurdo que es en realidad todo aquello que damos por sentado, ese conjunto de leyes, normas, prejuicios, frases hechas, enseñanzas, consejos, tópicos, ideas preconcebidas. Nos dicen que las cosas son de una manera y lo aceptamos así, nunca nos atrevemos a dudar, a reinterpretar o simplemente confiar en nuestro instinto. Sentir en vez de analizar. Porque en realidad, ¿cómo sé que el color naranja es el mismo color para mí que para los demás? Quizá lo que para mí es naranja para otra persona sería el equivalente de mi azul.

Leer "La puerta sin puerta" es como una versión hardcore de "El curioso incidente del perro a medianoche", la aventura de ese niño autista que es incapaz de entender el mundo de unos adultos que tan lógicos se creen con sus ideas ambiguas. ¿Qué significa "Prohibido pisar la hierba"? ¿Qué hierba? ¿La hierba en contacto directo con el cartel, la que lo rodea? ¿Toda la hierba? Sé que Christopher disfrutaría de la lectura de estos kôan, de hecho él los descifraría con más facilidad que cualquiera de nosotros.


A nosotros no nos queda más remedio que enfrentarnos a estas historias chocantes con algo de curiosidad y mucho de perplejidad. En la primera lectura de cada kôan, no entiendes nada. Los comentarios que añade Mumon Ekai después de cada cuento parecen despistarte aún más. Te sientes atascado. Entonces vuelves a leer el kôan y algo hace click en tu interior. Sigues sintiendo que la verdad está lejos, pero has dado un primer paso y la satisfacción es enorme.

Os dejo cuatro de los kôan del libro que más me han gustado:

Dos monjes discutían acerca de una bandera. Uno decía: "La bandera se mueve". El otro decía: "El viento se mueve". El sexto patriarca pasaba casualmente por allí. Les dijo: "Ni el viento, ni la bandera; la mente se mueve".

Seijo, la muchacha china -observó Goso-, tenía dos almas, una siempre enferma en casa y la otra en la ciudad, una mujer casada con dos hijos. ¿Cuál era la verdadera alma?

Basho dijo a su discípulo: “Cuando tengas un bastón, te lo daré. Si no tienes ningún bastón, te lo quitaré.”

Sekiso preguntó: "¿Cómo podéis seguir subiendo desde lo alto de un poste de cien pies?". Otro maestro dijo: "Uno que se siente en lo alto de un poste de cien pies ha alcanzado cierta altura, pero todavía no domina el Zen completamente. Debería seguir subiendo a partir de allí y aparecer con su cuerpo entero en las diez partes del mundo".

En definitiva: hay que atreverse a pensar.

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There goes the fear again, let it go

Llega de improviso. Paseas por el centro de tu ciudad, por esas mismas calles familiares en las que tantas veces has reído y comprado, donde tantas veces has buscado un restaurante y te has hecho fotos sonrientes, donde te sientes seguro porque es tu ciudad y nada malo debería ocurrir en un sitio que tan bien conoces. Y entonces aparece de la nada un aluvión de gente corriendo en desbandada; gritan, sus caras parecen desencajadas. Por detrás llegan furgones azul marino, y de los furgones bajan las fuerzas de seguridad, y sin mediar palabra esas fuerzas de seguridad golpean con sus porras y disparan al aire. En cuestión de segundos, lo familiar se transforma en un caos difícil de asimilar.


Te contagias de ese vértigo, de esa incertidumbre, de esa impotencia. Intentas sentir rabia, quizá en la rabia está la respuesta. Deambulas por calles cortadas, dejas atrás miras atónitas y peleas absurdas, Llegas a creer que jamás volverá la normalidad. La curiosidad te lleva a explorar el corazón del problema. La plaza. Allí, la mitad de la gente se ha organizado en un cordón humano. Los demás permanecen sentados en una tensa calma. Te sientas junto a ellos, a la espera de no se sabe muy bien qué. Sabes que no estar solo siempre es un consuelo. El suelo está frío y por primera vez notas el temblor del metro pasando varios metros por debajo. No hay palomas. ¿Dónde duermen las palomas?


Del exterior, llegan los primeros rumores -siempre contradictorios-, los gritos imprecisos, los disparos ciegos. Se alargan los minutos. Te tiemblan las manos, y no eres el único. "Calma, calma" es el mantra que repite alguien. Lo cierto es que cada disparo parece sonar más lejos. Menos imponente. Siempre hay un chico mono con una mochila roja que más allá de sus palabras de ánimo consigue calmarte gracias a su sonrisa y una inesperada palmada en el hombro (y piensas: "Gracias. Más, por favor"). Siempre encontrarás delante tuyo un cartel tranquilizador: "Lucha y sonríe".


Y entonces respiras fuerte y te tranquilizas y decides coger el toro por los cuernos y vuelves a sonreír y te propones tranquilizar a los demás, darles los mismos ánimos y esperanza que tanto necesitabas tú. Con esa intención -iluminarles, inspirarles para que remonten-, les tiendes ambas manos en medio de la plaza mientras los disparos se alejan o escribes entradas en un blog mientras las tormenta amaina.

Llega de improviso, sí. Pero la normalidad acaba imponiéndose. Al final siempre cesa el caos, las aguas vuelven a su cauce. Y el miedo desaparece.

There goes the fear again, let it go
There goes the fear, let it go
Think of me when you close your eyes
But don't look back when you break all ties
Think of me when you're coming down
But don't look back when leaving town today

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I did my best to notice when the call came down the line

Os hablé hace unos meses de un panel publicitario de la estación de metro de Plaza España. Era una especie de faro que me guiaba: los anuncios que colgaban en él siempre me ofrecían la respuesta correcta en el momento que más la necesitaba. Al cambiar de casa y por tanto de ruta hacia el trabajo, dejé de pasar por delante de ese panel, pero no me preocupé: estaba convencido de que tarde o temprano aparecería otro faro. Y es que el universo no te deja solo jamás. Las señales están siempre ahí, sólo necesitas estar atento.


Ayer me di cuenta de que llevo un par de meses disfrutando de este nuevo faro. Se trata de las pizarras del bar Xalupada, en Barcelona. El bar en sí, a primera vista, parece bastante normal, pero si entras y le das una oportunidad verás que sin duda tiene su encanto. Te reciben dos camareros muy guapos y más que simpáticos (sobre todo cuando ya te conocen un poco), las mesas son en realidad pizarras en las que puedes dibujar lo que quieras con tizas de colores mientras esperas a que te sirvan algunas de sus muchas delicias (las ensaladas aliñadas con el mejor vinagre de módena que he probado, los bocadillos horneados y con nombres divertidos como Polloso o Excalibur, las enormes tablas de carne y patatas rodeadas de diversas salsas que dan nombre al local, postres irresistibles como el coulant o la copa bicolor de chocolate...), hay un cuadro de David Bowie en las escaleras que suben a los lavabos (sí, este detalle me robó el corazón).


Es en definitiva un lugar agradable, donde se come bien, a un precio correcto para ser el Eixample, te sientes a gusto, ponen buena música. He pasado grandes veladas aquí, ya sea charlando, filosofando, haciendo tiempo para salir de fiesta, simplemente cenando o incluso viendo el futbol. Ir a la Xalupada se ha convertido casi sin darme cuenta en el símbolo de mis meses de soltería: buenos amigos, buena compañía, muchas risas, conversaciones trascendentes y conversaciones banales, un escaparate inagualable de tíos buenos, alguna que otra clara, confesiones... Una sensación permanente de felicidad a las puertas de aún más felicidad (para que nos entendamos: the edge of glory). La Xalupada es un refugio, ya sea en día laborable o el fin de semana. Disfruto.

Y como iba diciendo, las pizarras que cuelgan de las paredes de este bar, las frases que escriben en ellas los camareros y que van renovando cada pocas semanas, se han convertido también en mis pequeñas perlas, palabras de sabiduría o simplemente de ánimo que, al igual que aquel lejano panel publicitario del metro, siempre llegan cuando más las necesito. Frases tontas quizá pero que siempre han aparecido el día en que cavilaba acerca de esos temas, como para darme ánimos o confirmarme que siga confiando en mi instinto. Lo de siempre: señales que te van guiando, como el camino de baldosas amarillas de Dorothy.


Son frases como "Yo no creo en Dios, creo en la música. Unos rezan, yo subo el volumen", "¿Crees en el amor a primera vista... o vuelvo a pasar?" o la que vi ayer y me apasionó (muy en la línea de lo que expuse comentando Rubicon): "La experiencia es personalidad. Si nunca hiciéramos nada, no seríamos nadie". Sí: ayer vi esta frase y sonreí. Les di un abrazo a mis amigos; supongo que para ellos ese gesto debió llegar de la nada, pero es que me sentí reconfortado. Me sentí muy tranquilo. Como el marinero que (re)encuentra el rumbo después de la tormenta.


And sometimes I get nervous
When I see an open door
Close your eyes, clear your heart
Cut the cord

¿Y vosotros habéis descubierto ya cuál es vuestro faro?

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Rubicon

"La suerte está echada" (alea iacta est), dicen que pronunció Julio César justo antes de cruzar con sus tropas el río Rubicon, que con su estrecho caudal marcaba el límite del poder del gobernador de las Galias. Con esta acción de rebeldía, Julio César dio comienzo a la Segunda Guerra Civil de la República de Roma. Cruzar el Rubicon, pues, significa entrar en un punto de no retorno, tomar una decisión consciente de las consecuencias que deberás afrontar, dejar atrás la tiranía en busca de la libertad.


La serie "Rubicon" demuestra ya muy buen gusto en la elección de su título. Buen gusto, simbolismo y declaración de intenciones. Porque de eso trata la serie, de tomar decisiones que lo cambiarán todo, de lidiar con las consecuencias y seguir adelante: "We all make choices along the way. Sometimes good, sometimes bad. But we choose. It's what makes us unique, special" . Y en eso consiste la vida en el fondo, ¿no? De crearse un camino a base de decisiones, y no arrepentirse después, porque fueron las correctas.

Da gusto encontrar series así hoy en día, que huyen de los tópicos, no imitan a los formatos de éxito, no tratan al espectador como un niño al que hay que dárselo todo mascado. "Rubicon" apuesta encontrar por su propio ritmo (planos muy abiertos y largos, mucho silencio: ni rastro del montaje frenético que esperarías de una serie sobre conspiraciones e intrigas gubernamentales), prescinde de cliffhanghers en los últimos 15 segundos de cada capítulo a favor de una sabia dosificación de la información. Todo va llegando con cuentagotas, pero acaba llegando, y lo más importante: encaja.


Se exige una implicación total del espectador. Lo dice uno de los personajes: "Find the dots. Connect the dots. Understand the dots." Hay que estar atento a los detalles, a las pistas, a las frases, incluso a los simbolismos (una tubería manchada de sangre como metáfora de lo que está por ocurrir).  La verdad que buscas siempre estuvo ahí, delante de tus narices; sólo necesitas encontrar las claves necesarias para interpretarla correctamente.

Por eso, en "Rubicon hay que ir uniendo las piezas que van soltando tan sutilmente y llegado al final, asombrarse de que por una vez los guionistas hayan construido un puzzle inteligente donde todo encaja. Sólo son 13 capítulos, pero qué inmensa satisfacción da llegar al final. ¿Final abierto? Sí: desgraciadamente, en el último momento AMC no renovó la serie. Pero, personalmente, no veo qué más habría aportado una segunda temporada. La conversación final es demoledora y sintetiza perfectamente qué ocurre en la vida real con estos asuntos. Me sirve como cierre de la serie.


"This job it's all about not taking care of yourself." Otra de las puntas de lanza de la serie es la manera de mostrarnos cómo este trabajo consume tanto a todos los personajes que ni siquiera tienen tiempo o ánimos de ocuparse de unas vidas personales que hacen aguas. Desde el protagonista hasta el secundario más discreto, pasando por los villanos, todos se ven superados por esa avalancha de informes, exigencias, horarios despóticos, amenazas y conspiraciones.

La madre recién divorciada que tiene que dejar a su hija en manos de su indeseable exmarido, el hombre con problemas en su matrimonio, la chica de inteligencia frustrada que se refugia en las drogas, romances incipientes que quedan en segundo plano porque hay que seguir investigando... Es angustioso verles ahogarse lentamente y sin remedio, y está todo tratado sin momentos lacrimógenos, sólo asistes a un realismo muy crudo. Y como ocurre con todo lo importante de esta serie, se insinúa más que se afirma: tienes que ir uniendo los puntos para entender y cogerles cariño a los personajes.


"It's only bullets whistling by, they can't kill you", sentencia uno de los personajes en el capítulo final en relación a las conspiraciones. Y tiene razón. Ahí están: silbando alrededor, amenazantes como una balada, pero si te mantienes al margen no te matarán, podrás seguir cómodamente con tu vida. Sólo cuando abres los ojos y las detectas, sólo entonces resulta tan fácil obsesionarse por ellas, cruzar el Rubicón y (entonces sí), luchar por la verdad y ponerse en peligro. Es sensacional asistir a todas esas escenas -muy tensas, puro thriller- en que la paranoia se va instalando en la vida de los personajes: se sienten en amenazados, espiados, perseguidos, inseguros. Pero siguen adelante porque saben que para ellos no hay marcha atrás.

Seguir con los ojos cerrados o despertar. Tomar la pastilla roja o tomar la pastilla azul. Decisiones, una vez más. Gracias, "Rubicon".

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If I was your vampire

Iba a empezar la entrada preguntando: "¿Qué tendrán los vampiros para resultar tan seductores?" pero no lo haré porque lo sabemos perfectamente: son atractivos, elegantes, rodeados de cierto aire melancólico que inspira una peligrosa ternura. Si quieren convertirte en su presa clavarán su mirada glacial en ti, te prometerán la inmortalidad, te hipnotizarán con su dulce voz hasta que consigan que los invites a entrar, y entonces ya será demasiado tarde.


Los vampiros siempre han sido uno de mis mayores mitos eróticos. Me parecían más que morbosos. No creo que sea casualidad que los vampiros muerdan, precisamente, en el cuello (zona erógena por excelencia). En cierto modo, la primera película porno que vi fue la maravillosa "Drácula" de Francis Ford Coppola. En la ficción, todas las víctimas, ya se llamen Mina Harker, Buffy Summers o Sookie Stackhouse, siempre acaban enamoradas de sus depredadores. Y está bien que así sea, es excitante y divertido.

El problema es que en la vida real quizá no existan chupasangres mitológicos, pero sí vampiros de otros tipos. Se alimentan de tu energía para su propio beneficio, te debilitan para tener control sobre ti. Hay por ejemplo vampiros institucionales (a los que encima votamos), vampiros laborales (jefes adictos al mobbing, por ejemplo), vampiros familiares que imponen su voluntad y, por supuesto, entre muchos otros, vampiros emocionales.

Son especialmente perversos. Son atractivos, de modales atentos y educados, hablan mucho y muy bien, saben ganarse la confianza de los demás: parecen inofensivos, se les perdona todo y parecerías loco si intentases desenmascararlos. Incapaces de mantener una relación sana, torturados por un pasado con el que no se atreven a romper o un presente que no saben cambiar, te eligen a ti como refugio, alimento y diversión. Y tú prefieres ver pasión en esa mirada penetrante, prefieres dejarte llevar por esos escalofríos cuando te muerden en el cuello; lo prefieres antes que ser sensato, detectar lo salvaje de su mirada y la energía que te absorben con cada mordisco.


Les obedecerás gustosamente, modificarás tu conducta para que ellos se sientan más cómodos, en los momentos de debilidad te ilusionarás con cada mentira que te prodigue el vampiro (saben dosificarlas para mantenerte enganchado), sonreirás si alguien te advierte que estás demasiado pálido, les justificarás, mentirás por ellos, disfrutarás cada gota de sangre que impregne sus besos. Y así será hasta que una noche cualquiera, sin motivo aparente, abras los ojos en una cama demasiado grande y descubras que esa sangre es la tuya, siempre ha sido la tuya. Que estás medio desangrado ya. Que has cedido tanto que te sientes absolutamente incapaz de ceder más: o huyes o mueres ahogado en su telaraña. Lo triste es que llegadas a este punto hay personas que acaban convirtiéndose en ese mismo vampiro que tanto despreciaban: pasan de víctimas a verdugos. Y hay víctimas que, en adelante, ya sólo sabrán ser víctimas de nuevos vampiros.

Al final del día, despojados de toda su elegancia deslumbrante, los vampiros sólo inspiran lástima. Tienen unas ojeras de tristeza imborrable y una piel tan seca y acartonada como la base de un ataúd barato. Están condenados a vagar solos, buscando recuperar lo irrecuperable, dañando a las personas que podrían haberles devuelto la vida, siempre al acecho de nuevas víctimas que caigan en sus trampas viejas, con la frustración de saber que con ellas volverán a cometer los mismos errores y seguirán siempre igual de solos, sintiéndose más y más abandonados con cada víctima que dejan atrás.


¿El mejor crucifijo? Mucho amor propio, mucho respeto a uno mismo, buenos amigos (quién sabe, alguno puede ser un Van Helsing en potencia), y tener la valentía de escapar del Castillo de Drácula en cuanto sintáis sus muros alrededor. Tirarse de cabeza al río si hace falta, como hizo Jonathan Harker para huir de las concubinas de Drácula. Y tener presente esta cita de (cómo no) Oscar Wilde:

Siempre había pensado que el ceder ante ti en las cosas menudas no significaba nada: que cuando llegase un gran momento podría reafirmar mi fuerza de voluntad en su superioridad natural. No fue así. En el gran momento mi fuerza de voluntad me falló por completo.

(Oscar Wilde, De Profundis)

En fin: dejemos los vampiros a la ficción. Que estarán todo lo buenos que quieran, follarán todo lo que puedan, nos harán reír con sus frases ácidas y les clavarán una estaca si se portan mal.

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Oscar Wilde - El arte de conversar

Mucha gente actúa bien pero muy poca gente habla bien: eso demuestra que hablar es, con mucho, más difícil que actuar, y muchísimo más admirable.

Lo malo de Oscar Wilde es que nos dejó solamente una novela, tres libros de relatos y cinco obras de teatro (eso sin contar sus artículos, poemas y cartas, claro). Lo bueno es que todos ellos son brillantes. Precisamente porque sus obras completas se pueden reunir en un único volumen y no hay mucho por (re)editar, me pareció muy interesante una iniciativa editorial como "El arte de conversar" que, lejos de ser un ensayo sobre el tema del título, es una recopilación de la maestría oral de Wilde: veintisiete relatos breves con los que le gustaba entretener a la gente con la que mantenía conversaciones y cientos de sus ocurrentes aforismos (muchos extraídos de sus obras escritas y otros inéditos al haberlos improvisado mientras hablaba).


Así, los cuentos incluidos en el libro no los escribió el propio Wilde de primera mano, sino que los recogieron sus amigos, admiradores y conocidos en cartas, biografías, etc... Fascinados todos ellos por sus ocurrencias y sus dotes para hechizar a los interlocutores, no querían que se perdiera el talento de este gran narrador oral. Por eso, se agradece el trabajo de investigación, se agradece la intención de acercarnos a la magia que se debía de desplegar en aquellos salones literarios mientras Wilde hablaba y los demás escuchaban, pero la verdad es que esta colección de relatos orales resulta algo pobre si la comparamos con los que nos dejó escritos. La mayoría de cuentos incluidos no son más que anécdotas más o menos graciosas y otros apenas son el germen de ideas que desarrollaría en sus obras más famosas. Hay algún relato a rescatar, como "La ilusión del libre albedrío", "La moneda falsa" o "La resurrección inútil", pero son los menos. Eso sí: todos tienen el mérito de la improvisación.

Los aforismos, por su parte, sí conforman una colección extensa y valiosa, dividida en numerosos temas (dinero, literatura, hombres, mujeres, política, arte, trabajo, belleza, amistad...). Todas las obras de Wilde, todas las páginas incluso, rebosan de frases que subrayar, y aquí se recoge una buena muestra de sus frases lapidarias, con el añadido de que, en castellano, muchas de ellas son exclusivas de este volumen. Conviene tener esta colección de aforismos a mano, porque Wilde siempre aporta algo de luz y mucho de sabiduría. A destacar también los extractos de dos de los juicios que sufrió el escritor: con qué fina ironía y con qué valentía le respondía al juez.


Como suelo hacer con este tipo de libros, os dejo con una selección de las mejores citas. O como mínimo, las que más me han llamado la atención ahora; en otra época de mi vida, seguro que me habría fijado en otras.

Barnizar es el único proceso artístico con el que están realmente familiarizados los miembros de la Real Academia.

El verdadero artista es un hombre que cree absolutamente en sí mismo porque es absolutamente él mismo.

La mayoría de nuestros retratistas modernos están destinados al olvido. Nunca pintan lo que ven; pintan lo que el público ve. Y el público nunca ve nada.

Vivir es la cosa más rara del mundo. La mayoría de la gente sólo existe.

La vida no es compleja. Nosotros somos los complejos. La vida es sencilla y lo sencillo es lo correcto.

En París se puede perder el tiempo deliciosamente, pero nunca el camino.

No existen libros morales o inmorales. Los libros están bien escritos o mal escritos. Eso es todo.

Si uno no puede disfrutar un libro una y otra vez, no tiene sentido leerlo.

Es difícil no ser injusto con aquello que se ama.

Siempre hay algo ridículo en las emociones de la gente a la que dejamos de amar.

Hay cierta fatalidad con los buenos propósitos, y es que se piensan demasiado tarde.

La única diferencia entre un capricho y una pasión para toda la vida es que el capricho dura un poco más.

El asesinato es siempre un error. Uno nunca debe hacer algo que no se pueda contar después de la cena.

La única diferencia entre el santo y el pecador es que el santo tiene un pasado y el pecador un futuro.

El egoísmo no es vivir como uno quiere, sino pedir a los demás que vivan como uno quiere.

Cualquiera puede simpatizar con los sufrimientos de un amigo, pero se requiere de una naturaleza muy superior para simpatizar con el éxito de un amigo.

Hoy los pícaros parecen tan honestos que la gente honesta, para diferenciarse, se ha visto obligada a vestir como los maleantes.

Una verdad dejar de serlo cuando más de una persona cree en ella.

Soy la única persona en el mundo a la que me gustaría conocer por completo, pero no veo la oportunidad para que eso suceda ahora.

Tengo los gustos más sencillos: siempre me quedo satisfecho con lo mejor.

Conviene recordar que Oscar Wilde siempre tiene razón.

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Adiós, Friends

Me costó engancharme a "Friends". No fue hasta que mi ex se compró las tres primeras temporadas mediante un coleccionable semanal en los kioscos que decidí darle una oportunidad. Me fascinó, claro. Comprendí entonces que no era malo que le gustase tanto a los más garrulos de mi instituto, porque ahí reside la grandeza de esta serie: le gusta a todo el mundo. A todo el mundo de nuestra generación, al menos.

Después de aquello, vi salteados muchos capítulos en televisión, muchos más de los que creía, pero curiosamente, ninguno de las dos últimas temporadas. El año pasado ya empecé a ver la serie completa y en orden (otra vez, gracias a mi ex: se compró la caja con las 10 temporadas), y tras una parada técnica (ya se sabe: las rupturas y sus consecuencias), el viernes pasado la terminé por fin. Viví esta series finale con cierto entusiasmo ya que había logrado mantenerme al margen de spoilers. Conceptos estos (series finale y spoilers) muy posteriores a "Friends", pero me gustó poder aplicárselos.


Fue una sensación extraña. Antes de ver el final, sentía como si "Friends" fuera eterna. Podías verla cronológicamente o bien cazar al vuelo un capítulo aleatorio haciendo zapping; te reirías seguro y esos 6 amigos estarían siempre allí, en tu pantalla. A veces más viejos y a veces más jóvenes, mejor o peor peinados según la temporada, pero siempre igual de divertidos, sostenidos en una especie de limbo, negándose a avanzar, a "madurar" (no sé cómo expresar el famoso Let go, move on de "Lost"). Después del último plano y del último fundido a negro comprendí que no, que incluso "Friends" terminaba. Que sí, que Chandler, Joey, Monica, Phoebe, Rachel y Ross seguirán garantizándote risas cuando los necesites, pero que incluso ellos crecen y siguen adelante con sus vidas.

De eso va "Friends", en el fondo. Del paso a la auténtica edad adulta, de cruzar la barrera de los 30, de asumir responsabilidades casi sin darte cuenta, hasta que ya no hay marcha atrás. De romper esa burbuja en la que parece que durante un instante muy largo todo seguirá igual. Afortunadamente, lo que podría haber sido una historia triste es en realidad una comedia muy divertida, sin más pretensiones que hacerte reír. Y lo consigue a cada escena, a cada frase, ofreciéndote ratos agradables a través del día a día de 6 amigos (sus trabajos, sus amoríos, sus fiestas, sus cafés, sus pequeñas rencillas, sus experiencias...). Es el paradigma del formato sitcom. El único caso en el que ninguna de las risas del público parece forzada.


Leía esta mañana en otro blog que el éxito de "Friends" era gracias a que todos nos sentíamos identificados, a que era real. Discrepo ligeramente. Sí, claro que la serie trata situaciones más o menos absurdas que todos hemos vivido en mayor o menor medida, y por eso nos reímos tanto, pero considero que el éxito de "Friends" radica precisamente en la visión idealizada, irreal incluso, que nos ofrece de la amistad en particular y de la vida en general.

Puertas que se abren sin necesidad de llaves, visitas que siempre son bienvenidas aunque te pillen en la situación más incómoda, cafeterías eternas donde siempre tienes el mejor sitio asegurado aunque no vayas a consumir nada, cafeterías donde los camareros son uno más de la familia (vale, quizá ese pariente que intentas tener lejos en las bodas), trabajos soñados que siempre acaban llegando, problemas que duran como máximo de 20 minutos (lo que dura un capítulo), polvos y rupturas que nunca afectan al grupo de amigos (nadie juzga, nadie se posiciona), pisazos en el corazón de Nueva York que a todos nos encantaría tener porque además puedes pagarlos incluso estando en paro, carácteres muy dispares que dan lugar a amistades inquebrantables, reencuentros con una ex que lejos de ser incómodos siempre dan pie a una nueva anécdota memorable, aquí incluso ligar resulta tan sencillo que sólo hace falta saludar al otro para que acepte salir contigo... En "Friends", lo bueno es inmejorable y lo malo también te hace soltar una carcajada. Y lo aceptas, lo abrazas con cariño y entusiasmo porque en la vida real no es así, pero debería ser así.


"Friends" es en definitiva un cuento de hadas. El de seis amigos en Manhattan. Lo mejor de todo es que, terminada la serie, no te preguntas cómo les irá, qué hacen, cómo están, porque tienes la certeza absoluta de que siguen compartiendo juntos los mismos momentos inolvidables y las mismas risas, aunque ya no les puedas ver porque ahora es tu turno. Ahora te toca a ti avanzar, descubrir qué hay allí fuera.

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I'm not religious but I feel so moved

El escepticismo es el comienzo de la fe.
(Oscar Wilde)

Un año sin Lost, ya. Desde que terminó, sin darme cuenta, he tendido a engancharme a series sin pretensiones, sin misterios, sin abusos de la credulidad del espectador. Supongo que necesitaba purgar un poco el cerebro después de tanto teorizar sobre una serie que, al final, nos recordó que los misterios eran puramente accesorios, adornos de una historia de personajes. Los misterios eran necesarios -eso sí- para tenernos enganchados. Ocurre lo mismo en la vida, sólo la incertidumbre consigue que disfrutemos, que no nos aburramos (nada hay más peligroso para la felicidad que el acostumbrarse, acomodarse, dar por seguro algo).


Sólo la búsqueda de respuestas nos lleva a hacernos preguntas. Y de eso hablaba Lost también, y no únicamente a nivel paranormal (el Humo Negro, los osos polares, el electromagnetismo, etc), también a nivel personal: ya en el primer episodio, los personajes buscaban una razón para seguir adelante, redimirse, justificar sus vidas. Desde el principio, la Humanidad ha buscado respuestas a través de dos vías: Ciencia y Religión. La razón versus la fe: otro de los temas centrales de Lost, quizá el más importante, un dilema encarnado por sus dos protagonistas, Jack y Locke.

Ciencia y religión son antagónicos pero ambos no dejan de ser métodos complementarios con que los humanos mantienen la curiosidad, la esperanza. ¿Es de cobardes tener que aferrarse a algo intangible? ¿Es más sano basarse en teorías no siempre demostrables? ¿Es hipócrita creer en una cosa y no en la otra? Yo por ejemplo no creo en ningún dios, en ninguna energía, pero sí tengo mi punto místico: creo en el Destino, en las señales que a modo de faros nos guían hacia ese destino. Mi ex siempre se burlaba de todo esto.

Mi visión del Destino no es la de algo totémico, inamovible: que todo ocurra como tiene que ocurrir no significa que no puedas decidir, que te tengas que quedarte de brazos cruzados porque no puedes cambiar nada. Para nada. El Destino existe, pero tú sujetas el bolígrafo con el que lo escribes. Tú siempre decides y, al final, visto en perspectiva, esas decisiones siempre serán las correctas. Por eso, como bien dice Albert Espinosa, no debes tener miedo de ser la persona en la que te has convertido gracias a tus decisiones.


Uno de los mayores aciertos del final de Lost fue aunar ciencia y religión -o religiones, en plural-, puesto que Jack pasa de ser un hombre de ciencia pura y dura, incuestionable, a convertirse en un hombre de fe, pero una fe racional, meditada, reflexiva, científica. Y ese limbo en el que todos se reencuentran no dejaba de ser una explicación científica a una pregunta que todas las religiones han intentado responder: ¿qué hay después de la vida? No intentaban desmentir ninguna posible explicación, sino unirlas todas para despedir a esos personajes por todo lo alto. La última temporada intentó engañar al espectador, pero se redimieron con un final tan bueno, valiente incluso.

Así que sí, llevamos un año sin Lost. Cómo han cambiado las cosas. Casi da vértigo echar la vista atrás. Pero más vértigo provoca dirigir esa vista hacia adelante, descubrir ante nosotros ese camino tan, tan extenso que se pierde en el horizonte. Queda mucho camino por delante, muchas decisiones que tomar, mucho por experimentar, por disfrutar. Y en eso estamos, caminando con nuevas lecciones aprendidas, con nuevos talismanes en la mano, con fuerzas renovadas, aferrándonos a aquello que nos confirma que continuar merece la pena. Llamadlo ciencia, religión, destino, fe, convicciones personales, espiritualidad, energía... Vida.

Jack: Where are we going?
Christian: Let's find out.

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You took me to the mountain top, but I've seen all I want to see

El otro día Twitter estaba revolucionado con todo el tema de las acampadas. Todos estábamos fugazmente muy implicados, muy revolucionados, muy indignados. Y en medio de esa marea, había dos personas que seguían con sus historias: hablando de reality shows y de música. No estaban indignados, estaban tan felices como una semana antes. Sentí envidia por ellos. Envidia por esa capacidad de abstracción, o por ese desconocimiento absoluto del mundo que los rodea.


Si es cierto que los medios de comunicación están diseñados para tenernos siempre atenazados por el miedo, siempre furiosos hacia algo intangible,  no es menos cierto que la gente más feliz es aquella que no ve telediarios ni lee los periódicos. Yo hace tiempo que la tele sólo la utilizo casi exclusivamente para ver mis DVDs y jugar a videojuegos; de los periódicos, sólo leo los titulares. Cuando quiero informarme lo hago por otras vías: foros, por ejemplo, donde los usuarios no parecen tan empañados en tenerte asustado, enfadado, agobiado, controlado.

Cuanto menos sabes de los mil males que asolan el mundo, cuanto menos permites que te machaquen con ello, más feliz eres. Haced la prueba: desconectad durante unos días de televisión, desconectad de todo tipo de prensa. Vivid unos días sin atentados, enfermedades misteriosas, guerras, delitos constantes, auges de la extrema derecha, accidentes, políticos enzarzados en discusiones estériles, volcanes en erupción, amenazas y amenazas por doquier. Y cuando os sintáis mejor, más felices, recordad que si hoy en día ya no informan de la situación en Japón no es porque sus centrales nucleares de repente estén fuera de peligro, sino porque nos habíamos acostumbrado: el tema ya no asusta. Y ellos tienen que buscar nuevos temas con los que asustarnos. Casualidad o no, esta última semana me he informado mucho, he leído demasiados periódicos y visto demasiados telediarios, y mis ánimos se han ensombrecido un poco después de meses de subidón.

Siempre me ha dado lástima la gente que no tiene ni idea de política, de economía, de geografía, que no saben en qué día viven y sólo les importa el próximo partido de futbol o la portada del nuevo single de su cantante favorita. Eso del pan y el circo no deja de ser otro método (muy antiguo, además) para mantenernos dóciles, controlados. Hay que estar informado si quieres moverte por el mundo, ser alguien mínimamente culto, con conversación más allá de tonterías. Por eso, porque no quiero ser ignorante ni dar la espalda a la realidad, me gustaría creer que existe un término medio entre sufrir la doctrina del shock de los medios de comunicación y vivir embobado en las nubes.


Anoche, después de conocer los resultados electorales, apagué la televisión. No me regodeé más en todo aquello. Ya sabía todo lo que tenía que saber, todo lo que me afectaba directamente (mi ciudad). Me puse a ver "Rubicon", una inteligente serie sobre conspiraciones que son más que teorías. Nada de fantasmadas, giros argumentales, persecuciones y explosiones made in Hollywod. Nada de eso. "Rubicon" muestra el día a día de un analista de datos de Inteligencia que poco a poco se va dando cuenta de que las cosas no son lo que parecen. Ritmo pausado, buenos guiones y mejores interpretaciones. Y antes de dormir, me puse un capítulo de Cougar Town, comedia de la que ya os he hablado alguna vez.

Y esta mañana me di cuenta de que el alcalde de mi ciudad habrá cambiado, sí, ahora es un hombre que cuando habla parece borracho, pero mi vida sigue igual y yo continuaré amando Barcelona. ¿Para qué agobiarse? Si eso es precisamente lo que quieren. Pues que no cuenten conmigo. Me dispongo a comprobar si de verdad existe ese término medio entre sobreinformación y abstracción total. Aislarse con conocimiento de causa, implicarse manteniéndose al margen, conocer pero disfrutar. Estoy convencido de que ésa será nuestra auténtica victoria.

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Please make sure we get tomorrow

Se pueden escribir muchas cosas estos días, pero para mí esta canción de David Bowie lo resume a la perfección: sólo pedimos un futuro mejor. Tan poco y tantísimo a la vez. Pero por algo se empieza.


DAVID BOWIE - A BETTER FUTURE

Please don't tear this world asunder
Please take back this fear we're under
I demand a better future
Or I might just stop wanting you
I might just stop wanting you

Please make sure we get tomorrow
All this pain, all this sorrow
I demand a better future
Or I might just stop needing you
I might just stop needing you

Give my children sunny smiles
Give them warm and cloudless skies
I demand a better future
Or I might just stop loving you
I might just stop loving you, loving you

When you talk
We talk to you 
When you walk
We walk to you 

From factory to field
How many tears must fall
Down here below
Nothing is moving

I might just stop wanting you
I might just stop needing you
I might just stop loving you

I demand a better future
I demand a better future
I demand a better future
For I might just stop loving you
Loving you, loving you

I demand a better future
I demand a better future
I demand a better future
Or I might just stop loving you
Loving you, loving you

I demand a better future

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Unknown / Sin identidad

It's a war between being told who you are and knowing who you are.

Hay un tipo de argumentos que me gustan mucho... pero que me ponen también muy nervioso. Esos en los que el protagonista sabe algo, o le acusan de un crimen que no ha cometido, pero todo apunta a que miente o, peor, está loco. Y solo contra el mundo tendrá que demostrar que tiene razón o que es inocente. Supongo que me angustia imaginarme en esa situación; no sé si yo tendría la fuerza para luchar por mi cuenta contra un entorno tan hostil. Pues bien, éstas son precisamente las bases de "Sin Identidad", un thriller típico pero muy bien hecho. Supongo que no es extraño viniendo del director de "La Huérfana".


El doctor Martin Harris (Liam Neeson) despierta de un coma tras un accidente de coche y descubre que su identidad ha sido robada, su esposa no lo reconoce y nadie le cree. No sólo tendrá que demostrar que es quién dice ser, también tendrá que descubrir porqué ha ocurrido esto. Es de esas películas llenas de giros argumentales: una sorpresa se enlaza con otra y no siempre las ves llegar. Lo que más me gustó es que no se trata de una película tramposa. Como bien dice uno de los personajes: las pistas, los detalles siempre están ahí. Sólo hay que saber verlos e interpretarlos.

Como ya viene siendo habitual en las películas que van llegando a mi vida estos meses, además de reflexionar sobre la identidad, sobre el valor que le damos a un nombre, un documento identificativo o una foto, "Unknown" habla también de redención, de nuevas oportunidades. Siempre es posible volver a empezar, aunque te digan que ni siquiera merece la pena que existas. Se trata de elegir. Si eliges bien, incluso puedes utilizar esas mismas herramientas que te sometían para construirte un futuro.


Me gusta haber podido guardar esta entrada hasta hoy, precisamente hoy. Que no nos digan quiénes debemos ser. Otra vida es posible. Una vida en un mundo realmente nuestro. #nolesvotes

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I will follow you, you will be my main direction

Estas últimas semanas, llevo ya vistas unas cuantas películas y leídos unos cuantos libros que abordan el tema del papel del escritor, del artista en general. Y no es otro que el de aportar un poco de luz con sus escritos, con su obra, porque la vida real ya es lo bastante árida. Y ésa es la responsabilidad del artista: dar esperanza. He tardado años en darme cuenta de ello.


Empecé a escribir para desahogarme. De adolescente, vertía en el papel todo mi sufrimiento, todo aquello que me torturaba o que no me atrevía a decir y me quemaba por dentro, como un mal vaso de palinka. En realidad, me regodeaba en ese dolor y lo compartía no para obtener compasión, sino comprensión, pretendía que al leer mis escritos -tan lúgubres ellos- la gente me hablase también de su dolor. Y lo conseguía: el dolor alimenta el dolor, la tristeza a la tristeza.

Luego fui feliz y dejé de escribir durante muchos años, lo cual fue una lástima. Mi ex me insistía a menudo (con toda la razón) que no debía dejarlo, que tenía que seguir escribiendo. Fue él quien me empujó, de hecho, a abrir este blog que durante dos años no sentí mío. Escribía tonterías más por hacer algo que por voluntad real. Iba espaciando las entradas y ni siquiera cuando algún libro me impactaba dejaba constancia aquí.

Sólo cuando el cuento de hadas terminó, opté por retomar el blog y un par de antiguas novelas que tenía a medias: una trataba del desamor y la muerte, la otra del futuro desolador que (quizá) nos espera. Nuevamente escribía para desahogarme, para hablar de cosas que por una razón u otra no me atrevía a decir en persona ni parecía correcto que las dijera en sitios más "públicos", como Facebook. Volvía a mis orígenes: regodearme en el dolor y las preocupaciones.


Pero, poco a poco, ocurrió algo curioso. Me fijé en que las películas, las canciones, las series, los libros que más me emocionaban ahora eran aquellos que tenían un mensaje de esperanza. No ignoraban el dolor, porque no se puede ignorar el dolor, pero confiaban en las bondades del presente... y del futuro. "Sky Fits Heaven" de Madonna, por ejemplo (Nothing takes the past away like the future). O los libros de Albert Espinosa (Las pérdidas se convierten en ganancias). O la serie "How I Met Your Mother" (Sometimes things need to fall apart to make way for better things). O la película "Happy Thank You More Please" (Sadness be gone). Empecé a fijarme en cómo me molesta la gente que se está quejando contínuamente, comentando sólo las cosas malas de su día a día, cuando estoy convencido de que también les pasan cosas buenas (aunque sea comerse un delicioso plato de lentejas: ya es un buen principio). Opté por corregir en mí mismo esa negatividad que me incomodaba en los demás. Si me gusta tanto que me hagan feliz, ¿por qué no intentar yo hacer felices a quienes me rodean?

Me planteé empezar a escribir una nueva novela. Una comedia, quizá. Pero al ir a despedirme de las que ya tenía a medias y seguramente quedarían inconclusas, derrotadas por un presente del que sentía que ya no formaban parte, me fijé en que la semilla del optimismo siempre estuvo allí, en esas páginas tan tristes, tan terrible. Son novelas que hablan de nuevas oportunidades, siempre lo han hecho, sólo que en mi ceguera, yo no se las permitía disfrutar a mis personajes. Como en "El Principito", en mis escritos sólo veía un sombrero, y no me daba cuenta de que en realidad estaba escribiendo acerca de una serpiente que se ha comido a un elefante. Sólo hacía falta cerrar los ojos, escuchar atentamente y abrir los ojos con una mirada completamente nueva, como Annie al final de "Happy Thank You More Please". También se lo decía el personaje de Kathy Bates al protagonista de "Midnight in Paris": Debes dejar espacio a la imaginación.


De repente, surgió en mi mente un breve diálogo que me aclaró por completo de qué va la novela que más ganas tengo de terminar. Fuera de contexto, no entenderéis porqué me gusta tanto, porqué supone no un giro, sino un nuevo enfoque, una nueva meta, una semilla germinando al fin. Con estas dos líneas, comprendí que no tenía a medias esta novela por desidia sino porque sólo ahora -ahora y no antes- puedo escribirla. Y por eso, aunque no comprendáis el significado, me gustaría compartir el diálogo:

-¿Cuántos David existen?
-Eso depende de ti: ¿cuántos David estás dispuesto a perdonar?

¿Y el blog? En enero estaba convencido de que lo abandonaría en cuanto estuviera mejor de ánimos. Ha ocurrido justo lo contrario: ahora que estoy tan bien, tan feliz, me cuesta más que nunca abandonarlo. Me gusta ir comentando las películas y los libros de los que disfruto. Me gusta ir compartiendo pedazos de las cosas buenas que voy descubriendo, de todo lo que estoy aprendiendo a estas alturas, con 28 años (pronto 29). No me cuesta nada dedicarle un rato cada día, preparar una entrada diaria. Me gusta ver su evolución. A mejor, al menos para mí. Me gusta que completos desconocidos lo comenten, que compartan sus experiencias, su sabiduría y me recomienden libros o películas que les han marcado, y me gusta que mis amigos hagan lo propio. Si alguna entrada os hace sonreír, me doy por satisfecho. Porque eso es lo que intento, aportar una sonrisa cada día. Es mi pequeña revolución.


De hecho, ya lo dice el propio título: "Sombras de neón". No lo elegí yo y lo cierto es que nunca me había planteado qué significaba. Pero ahí está, ahí ha estado siempre, y ahora comprendo porqué no lo cambié en la nueva etapa, cuando incluso hubo gente que me lo sugirió: la vida está llena de sombras, pero en nuestras manos tenemos las herramientas para pintarla de colores. Colores vibrantes, de neón. Colores felices.

More, please.

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The edge of glory

I'm on the edge of something final we call life tonight.

Flotando junto al Maremàgnum hay un par de boyas (creo que son boyas, vaya). Es muy posible que no os hayáis fijado en ellas, no son especialmente bonitas pero a mí siempre me han llamado la atención. Son blancas, representan sendas personas con las manos cruzadas y la mirada fija en el cielo. Me gusta pensar que caminaban con prisas, angustiadas, tenían algún compromiso ineludible, muchos problemas... y de repente se detuvieron para mirar al cielo. Y así se quedaron, sonriéndole al sol. Ahora flotan tranquilamente, sin perder la sonrisa, disfrutando de ese instante, sus preocupaciones ya muy lejos, apreciando lo que tienen ahora.


El otro día me pasé un buen rato sentado frente a una de ellas, la más cercana a la entrada del centro comercial. Sonreía embobado, mientras escuchaba música y la boya humana flotaba, iba y venía. Decenas de gaviotas volaban a su alrededor; de vez en cuando, alguna se posaba a sus pies unos segundos y luego retomaba el vuelo. A su alrededor, los peces devoraban impacientes el pan que les tiraba algún turista buenorro. La boya no se cansaba de dar pequeños bandazos, no dejaba de mirar al sol, feliz. ¿Y yo? Yo estaba muy tranquilo, consciente de que sólo unos pocos minutos me separaban de comprarme un par de camisas nuevas que me encantan y de saborear un frapuccino de caramelo delicioso leyendo un buen libro.

Si hay una canción que exprese perfectamente en qué consiste esta sensación, es por supuesto "The Edge Of Glory" de Lady Gaga. El borde de la gloria. Bien lo saben mis contactos de Facebook: llevo una semana dando la vara con ella. Pero es que desde el primer momento se ha convertido en mi canción fetiche de este 2011. Lanzando esto, le perdono todos los "Born This Way" y "Judas" que quiera. Me gusta que cante con tanto entusiasmo acerca de ese momento en el que sabes que lo mejor todavía está por llegar pero eso no te impide disfrutar de ese saxo, de todo lo bueno que ya tienes. Al contrario: lo disfrutas aún más.


Me hubiera gustado que sonase en las manifestaciones de ayer. Bueno, en mi mente sonó. Es un himno optimista muy necesario. Si este "ahora" es tan espectacular, imagínate cómo será el futuro.

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David Monteagudo - Marcos Montes

Si pones tanto empeño en pasar desapercibido, en que te dejen en paz... corres el riesgo de conseguirlo, de que realmente la gente se olvide de que estás ahí.

Después del impactante Fin, no sabía muy bien qué esperar del segundo libro de este autor gallego afincado en Cataluña. Me sorprendió su extensión, apenas un relato largo de 100 páginas. Y, dada su temática (un minero se queda atrapado tras un accidente), ya supuse que lo habían publicado antes que otros libros que David Monteagudo ya tiene preparados, aprovechando la repercusión de aquella noticia sobre el rescate de los 33 mineros de Chile.


"Marcos Montes" impacta. No tanto como "Fin", ni de lejos, pero lo hace. Y lo hace a pesar de sus muchos fallos, de momentos en los que parece que la novela descarrilará (ese extenso y ridículo diálogo del tercer capítulo...) y a pesar de volverse muy previsible a partir de cierto punto. Se nota además cierto regusto autobiográfico que "Fin" no tenía: al leer acerca del trabajo en la mina, monótono, mecánico y al mismo tiempo peligroso, trabajo solitario en el que el protagonista consigue refugiarse, abstraerse por completo y reflexionar horas y horas sobre sus cosas, no pude evitar acordarme de que este escritor -de una sensibilidad tan especial- trabaja en una fábrica de cartones.

Parece que David Monteagudo es experto en someter a sus personajes a una experiencia traumática, una amenaza tan absoluta como desconocida, nunca queda claro lo que ocurre: los personajes corren peligro, lo sienten ellos y lo sientes tú, de repente se crea una densa atmósfera de terror (ya sea en los exteriores soleados de "Fin" o la oscuridad total de la mina de "Marcos Montes"), pero nadie puede precisar cómo ni porqué hemos llegado a este punto. Quizá por eso da tanto miedo, tanta angustia. Y es precisamente el peso de esta amenaza invisible lo que obliga a los personajes a enfrentarse a sus propios miedos y sus traumas, les sirve de catarsis para que evolucionen, aprendan, se perdonen. Palpando las paredes y las vigas de la mina, avanzando hacia un futuro incierto, Marcos descubrirá que nunca es demasiado tarde para superar el sentimiento de culpa y luchará contra los peligros de querer pasar desapercibido.


Me ha gustado, pero como libro es muy, muy inferior a "Fin"; de hecho, David Monteagudo lo escribió antes y se nota, su prosa aquí es más inexperta, insegura. No le habría venido mal una reescritura prescindiendo de ciertos pasajes (y de Gabriel, sobre todo prescindiendo de Gabriel), apostando por la soledad pura y dura de Marcos, su viaje catárquico. Espero que para el siguiente libro publicado de este escritor, la editorial se guíe por la calidad del libro y no por el oportunismo de su temática, porque lo contrario sería injusto para tanto talento.

Pensó que sería un sufrimiento inútil, el que padecería ella, como lo eran todos los que los seres humanos se empecinaban en cultivar anticipando, temiendo desgracias que la mayoría de las veces no llegan a cumplirse.

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Midnight in Paris

Parecía difícil reconciliarse con el actual Woody Allen tras la infame "Vicky Cristina Barcelona". Difícil pero no imposible, porque con "Midnight in Paris" me ha vuelto a enamorar, y de qué manera. Tenía que ser en París, claro: mi segunda ciudad favorita detrás de Barcelona. Andaba con la idea de volver a París, de hecho andaba con varias ideas y dudas en la cabeza, y todas las he visto reflejadas en la pantalla. Mis aprendizajes de los últimos meses resumidos en un delicioso cuento de hora y media. La magia del cine, ¿no?


Quizá a vosotros no os guste tanto, quizá no la consideréis la mejor película de Woody Allen en muchos años (yo sí, y de lejos), pero en cualquier caso creo que estamos ante un buen film, una comedia más que entretenida. Y un homenaje a una ciudad fascinante. Un homenaje auténtico, no el homenaje a una Barcelona de postal acartonada de "Vicky Cristina Barcelona". Viéndola, respiras París, el París que te gusta, el que recuerdas, el que esperas conocer algún día o al que sabes que volverás pronto.

"Midnight in Paris" desenmascara las trampas de la nostalgia. Creer que cualquier pasado fue mejor es muy cómodo. Tan cómodo como depositar todas tus ilusiones en un futuro lejano (terminaré este libro, tendré dinero, nos casaremos, viviremos aquí o allá). Depender de otros tiempos a los que jamás podrás viajar es cómodo sí, pero poco útil. Te refugias en ellos porque no podrán decepcionarte, son fantasías idealizadas de algo que podría ser o podría haber sido, y las guardas a buen recaudo en tu imaginación. Las utilizas de colchón, de excusa para justificar que tu vida actual no te gusta. Pero la única felicidad que puedes disfrutar es la del presente. El presente, tu presente, con sus defectos e insatisfacciones inevitables, pero también con todos esos pequeños detalles que lo llenan todo y que hay que ser capaces de apreciar y compartir. Una canción de Cole Porter o la lluvia iluminando tu ciudad favorita.

Para explicarnos (recordarnos) todo esto, Woody Allen zambulle a su protagonista, Gil Pender (un Owen Wilson muy correcto), en una curiosa, imposible aventura de la que os recomiendo no saber demasiado. Abrid la mente y dejaos sorprender, dejaos acompañar por esa galería de personajes variopintos que recorren las calles y cafés de París. Bailad, enamoraos, pasead. Aprended con ellos que ese pasado tan mitificado, en su día fue el único presente para gente que también ansiaba haber vivido en otra época.


Creo que lo mejor que se puede decir de una película es que te ha hecho salir de la sala con una sonrisa tan inmensa que no ves el momento de que la saquen en DVD y así poder disfrutarla una y otra vez. Así salí yo ayer de los cines Verdi. Y diría que no fui el único, porque hubo numerosos aplausos al terminar -algo que sólo había visto en festivales de cine- y muchos nos quedamos sentados hasta el final de los títulos de créditos, como si necesitásemos unos últimos minutos para acabar de saborear esa medianoche lluviosa en París.

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Ian McEwan - Chesil Beach

Eran demasiado educados, contenidos, timoratos, daban vueltas de puntillas alrededor del otro, murmurando, susurrando, aplazando, accediendo.

Conocí este libro a través de una clienta de mi antigua librería que siempre hablaba maravillas de él. Ella era muy fan de "La soledad de los números primos", así que me fiaba de su criterio. Pero hasta ahora, cuando ya hace casi un año que no veo a dicha clienta, no he leído "Chesil Beach", he tardado mucho, demasiado en seguir su recomendación. Me gustaría poder comentárselo. Intercambiar opiniones y, sobre todo, ver si estoy en lo cierto y este libro me ha ayudado a entender la peculiar relación que tenía ella con su marido. Estaban casados, claro, y muy enamorados, pero vivían en pisos distintos del mismo edificio. Curioso.


"Era su noche de bodas y no tenían nada que decirse": con esta frase lapidaria Ian McEwan nos pone en situación y ya nos advierte del pequeño drama que presenciaremos. En poco más de 150 páginas, disecciona con precisión a esta pareja, desgrana el recorrido que les ha llevado a esa suite nupcial, sus fantasías, sus deseos y sus miedos. La prosa del autor, al que inexplicablemente no había leído todavía, es muy natural, muy elegante, muy británica. El narrador está en la habitación con Edward y Florence, pero es lo bastante discreto como para no interferir. No les juzga: nos muestra a ambos personajes tal como son, deja que sean ellos los que actúen, piensen, hablen, decidan.

La novela está ambientada en la Inglaterra de 1962 pero creo que esto es puro adorno: el tema es universal, atemporal. "Chesil Beach" nos presenta el sexo como liberación, como consumación, como meta, pero también (y sobre todo) como muralla. Y ese mismo sexo que debería sellar la unión de Edward y Florence es lo que los mantiene separados. Se diría que una pareja puede luchar contra todas las diferencias (de estatus, de edad, de ideología, de gustos...), aprender a amoldarse al otro e incluso crecer gracias a esas diferencias, pero en cuanto al sexo, ahí en toda pareja debe existir una sincronicidad absoluta. De lo contrario, todo se derrumba.

Como las piedras de la playa junto a la que se asienta el hotel, el tiempo y la experiencia han moldeado a Edward y Florence de forma parecida, los han ido erosionando poco a poco, limándolos, por eso esta noche se parecen tanto el uno al otro y en el fondo quieren cosas tan similares. Son igualmente libres, se han desprendido de la sombra de sus padres y de su educación, de repente se descubren a sí mismos en la edad adulta y buscan refugio mútuo. Pero la marea es caprichosa y la playa, demasiado extensa: a lo largo de su costa, las piedras se amontonan por separado, distribuyéndose en categorías, según sus sutiles diferencias de tamaño. Una piedra pequeña jamás podrá estar junto a una piedra grande, aunque ambas sean piedras y producto del mismo mar.


"Chesil Beach" habla de una única noche que cambia por completo dos vidas, las marca a fuego. Acongoja que la mayor parte de la novela describa dos, tres horas como máximo y en cambio las últimas diez páginas resuman cuarenta años completos. Así es la vida: años que avanzan a velocidad de vértigo, casi imposibles de recordar, y unos pocos momentos críticos inolvidables. Un cúmulo de acciones y decisiones, algunas tan trascendentes que por si acaso conviene decidir siempre sabiamente, porque podrías cambiarlo todo. Y al cabo de los años desearás haber elegido o actuado distinto, pero en realidad acabarás dándote cuenta de que elegiste la única opción posible: tenías que vivir esta vida, ésta y no otra.

Pero todo eso, claro, todavía no lo saben los advenedizos Florence y Edward mientras terminan su primera cena como matrimonio y se miran nerviosos, conscientes de lo que ocurrirá en pocos minutos en el dormitorio, de lo que tiene que ocurrir, de lo que se espera que ocurra entre ellos. A veces uno tarda años en descubrir que es posible salirse del camino prefijado, desprenderse de las expectativas que los demás han depositado en uno. No es exactamente ser libre, es ser uno mismo.

Cruzara la frontera que cruzase, siempre había otra nueva esperándola. Cada concesión que hacía aumentaba la exigencia, y luego el desencanto. (...) Quería estar enamorada y ser ella misma. Pero para ser ella misma tenía que decir que no a cada paso. Y entonces ya no era ella.

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Just say yes

"¿No le interesa probar?": en mi antiguo trabajo estaba vetado preguntar eso porque al empezar la pregunta con un "no" invitabas a que te respondieran justo eso: "No". "No me interesa probar." Así, debíamos recordar que la pregunta más recomendable siempre era: "¿Verdad que le parece interesante probar?". En realidad estabas preguntando lo mismo, pero predisponiendo a la persona a responderte "Sí". O eso decían mis jefas. También recomendaban evitar los verbos conjugados en condicional: había que mostrarse seguro de uno mismo.

Yo me mantenía escéptico, me parecía una chorrada que algo tan simple como el vocabulario modificase hasta ese punto la voluntad del cliente. Eras buen vendedor o no lo eras, querían comprar o no querían comprar. Nada más. Pero pronto me di cuenta de que precisamente sólo eran los buenos vendedores los que seguían -a menudo inconscientemente- esas pautas, esas frases positivas. Y con los años he comprobado que todo esto también se puede aplicar al día a día de cualquier persona. Me gusta pensar que de un trabajo como aquél he podido extraer como mínimo una enseñanza tan útil.


Los buenos escritores lo son, precisamente, porque han sabido elegir las mejores palabras, o incluso las únicas palabras posibles, para transmitirle al lector exactamente lo que querían, y tal cómo querían. De esa capacidad para elegir palabras depende su talento. Sí, mis antiguas jefas tenían razón: las palabras son muy importantes. Se puede decir lo mismo de muchas formas, pero cada una expresará esa misma cosa con un matiz muy distinto. No es exactamente lo mismo decir "No me gusta nada la cerveza sin alcohol" que decir "La auténtica cerveza tiene que llevar alcohol, es mucho más buena así", ni tampoco decir "Odio la telebasura" que decir "Me río más con las reposiciones de comedias".

Si siempre te estás quejando o compadeciéndote de ti mismo, si en todas tus frases utilizas negaciones y expresiones "oscuras", al final es tu mirada del mundo la que se empaña de tanta negatividad y se ennegrece, como si lo contemplaras todo a través de unas gafas de sol tan opacas que no te permiten disfrutar la experiencia entera, colorista y brillante. No sólo eso: las palabras que decimos y escribimos nos desnudan ante los demás, determinan la visión que ellos tienen de nosotros. ¿Cómo van a pensar que eres optimista si siempre te quejas, si no dejas espacio para un mínimo de color? ¿Cómo te va a querer alguien si en vez de sonreír y hacer reír a los que te rodean, vas lamentándote por cada rincón? ¿Cómo te van a invitar a la prom night? ¿Cómo van a querer compartir piso contigo? A menos que seas emo y vivas rodeado de emos, a nadie le gusta la gente triste.


Así que, además de todos los pequeños trucos que comentaba el otro día para cambiar de chip, os animo a reducir las quejas y lamentaciones de vuestra vida diaria. Cambiad los "no" por "sí", los "no me gusta el helado de chocolate" por "prefiero el helado de limón", los "detesto la playa" por "qué bien se está en la montaña". Quitaos esas gafas de sol imaginarias. Abrid bien los ojos, contemplad y disfrutad de lo que os rodea. Coged un caleidoscopio si hace falta, quizá os ayudará a encontrar siempre las palabras correctas. Los problemas seguirán ahí, claro, nada los borrará, pero al hablar y escribir en clave positiva, en seguida aparecerán ante vuestros ojos cosas buenas, y estas cosas buenas os darán fuerzas, y esas fuerzas os harán sonreír un poquito más. Y de esa sonrisa sólo podrá brotar un bonito "sí". Ésa y no otra es siempre la palabra que precede a nuestros mejores momentos. Sí.

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I guess it's half timing and the other half's luck

"Hasta luego", me dijo el otro día un chico que no conocía al cruzarnos por la calle. Su naturalidad me hizo dudar por un segundo pero no: me acordaría. No nos conocíamos. En fin, confusiones del día a día, saludos "por si acaso". Mientras seguía mi camino, me di cuenta de que no nos conocíamos, es cierto, pero podríamos habernos conocido, podemos acabar conociéndonos. Nuestra vida, nuestros círculos de amistades y de conocidos no dejan de ser fruto de la casualidad.


Creo que, en parte, si disfruto tanto de lo que estoy viviendo ahora mismo, es porque soy consciente de que he tenido la suerte de nacer donde nací, y he ido siguiendo pasito a pasito el camino que me ha traído hasta este piso diáfano, este trabajo que me llena, estos amigos que me hacen feliz. Pero me gusta pensar que, de haber nacido en otro tiempo u otro lugar, en Sidney por ejemplo, o en la Alejandría de Cleopatra, también habría encontrado un camino, otro, muy distinto, pero también dirigido hacia una vida satisfactoria y llena de gente interesante.

Me hace gracia cuando la gente habla de medias naranjas y almas gemelas. Por supuesto: a veces hay personas con las que, por X razones, conectas más y junto a quienes te sientes mejor. Es tan fantástico como lógico. Con 6.000 millones de habitantes, está claro que el mundo es un naranjal enorme, un campo de almas virtualmente infinito. Creer que no encontrarás nuevas personas con las que compartir tu vida en un mundo tan habitado es muy triste. Todo merece la pena vivirlo y recordarlo, pero nada es insustituible. Cada día te cruzas con gente que, en otras circunstancias, habría sido tu familia, una de tus amistades o incluso otro de tus grandes amores. De hecho, la vida da tantas vueltas que quizá acaben siéndolo, ¿quién sabe? Los flechazos en el metro pueden repetirse en otras circunstancias que propicien algo más sólido, en el futuro quizá acabes formando parte de esa conversación que oyes en la mesa de al lado, o puede que acabes viviendo en la otra punta del planeta y allí encuentres a alguien que siempre debiste conocer aunque hasta entonces os separasen miles de kilómetros.


Esto es lo que hace tan grande la vida: siempre hay nuevas oportunidades, nuevas posibilidades. Que ahora no tengas algo no significa que no te lo encuentres mañana. Que ahora no conozcas a alguien no significa que no acabe formando parte de tu vida. Sigue buscando, sigue caminando. Tienes la suerte de tener tu vida de ahora; con otras circunstancias y otras elecciones podrían haber existido millones de vidas distintas: ¿qué importa? No desistas. Sigue explorando todas esas variables sin dejar de disfrutar lo que sí has tenido la suerte de encontrar. Y siempre saluda, por si acaso. Ese "Hasta luego" puede acabar haciéndose realidad.

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Norwegian Wood / Tokio Blues

De ciencia ficción me pareció esta película. Y sus personajes, auténticos extraterrestres. Me sabe mal decirlo, y puede que el doblaje, terrible, tenga parte de culpa (tantos cines de versión original en Barcelona y ninguno apostó por "Tokio Blues"), pero Watanabe, Naoko, Kizuki y compañía me parecieron gilipollas. Salvaría a la optimista Midori (qué monada de actriz) y al canalla Nagasawa (hot as Mexico).


Es cierto que las novelas de Haruki Murakami siempre las protagonizan personajes que se pierden en la tristeza, se ahogan en una soledad densa de la que no saben salir. La novela, sin ser el mejor libro del autor, no me disgustó, pero la película de "Tokio Blues", supongo que al no poder profundizar en la personalidad de los personajes que retrata, es una sucesión absurda de suicidios y llantos y desgarros emocionales que roza la parodia. Tela marinera con esas escenas donde los personajes discuten moviéndose de lado a lado sin parar y la cámara apenas puede seguirles: intentaban ser dramáticas y en el cine reíamos. Por no hablar del momento "babas en el acantilado" del final.

Como con todo, influye mucho el momento emocional en que la ves. Sé que en mi época adolescente me habría sentido muy identificado con estos personajes lánguidos que se ahogan en un vaso de agua, que hasta soplando velas de cumpleaños se deprimen. Hoy por hoy, no puedo sentirme más lejano de ellos. Y así es cómo me tomé la película, como un recordatorio del camino que no hay que seguir jamás. Esa melancolía absoluta y esa desolación y esa ceguera, incluso: cuanto más lejos, mejor.


Por destacar cosas buenas, que las hay (la película tampoco es tan mala como la pinto... sólo muy alejada de mí; extraterrestre, ya lo he dicho al principio), me quedo con la sorprendente banda sonora, temas instrumentales que mezclan tristeza y angustia y encajan como un guante con el mundo de Murakami. Me quedo también con esos paisajes boscosos que van mutando al ritmo del ánimo de los personajes y con esa escena en la que Watanabe, Nagasawa y la novia de éste hablan de su vida sexual. El personaje de la novia es tremendo, lástima que al final sea tan tonta como los demás. Me gustaría reescribir la historia sólo para darle a esta chica el final (el nuevo principio, en realidad) que se merecía.

La verdad es que me quedé pensativo al salir del cine (por cierto, el tiempo se alió con Murakami: diluviaba). La literatura y el cine japoneses son muy dados a estas historias de melancolía que acaba en drama. ¿Ya no podré disfrutar de ellas? Con lo que me gusta la cultura japonesa... Luego me sentí afortunado: en realidad, ahora podré disfrutarlas sin miedo a dejarme arrastrar por su tristeza inevitable. Y buscaré autores cuya sensibilidad se salga de la norma, como Yasutaka Tsutsui. De algo sirve madurar, supongo.

-¿Sabes qué me gustaría hacer ahora?
-Midori, estamos en un sitio público...
-Nunca imaginé que dirías eso.

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The Imaginarium of Doctor Parnassus / El Imaginario del Doctor Parnassus

Do you dream? Or should I say, can you put a price on your dreams?

"Llegará el día que a nadie le interesen mis historias", dice el Doctor Parnassus al principio de la película. Una frase tan triste como cierta. Parece que la imaginación está mal vista hoy en día. Triunfa la mediocridad de lo inmediato y lo superfluo. Afortunadamente, Terry Gilliam (director también de una de las pelis de mi infancia, "Las aventuras del barón Münchausen") no se rinde, continúa recordándonos la importancia de soñar, de tener imaginación para iluminar nuestro día a día.

Y lo hace con esta fábula sobre un hombre inmortal que se empeña en que todo el mundo pueda acceder a su mente, su Imaginario deslumbrante donde los sueños y los anhelos y las fantasías cobran vida. Despréndete de todo lo que no necesitas, atraviesa el espejo, sueña, elige bien y disfruta del mayor orgasmo de tu vida. Metafórica y literalmente.


"La conquisté, pero ¿a qué precio?", se lamenta el Doctor Parnassus al recordar un amor que terminó en desastre. La película también es un recordatorio de que siempre hay que afrontar las consecuencias de nuestras decisiones. Y es que por mucho que duela, por mucho que quieras evitarlo, no puedes pretender que una decisión no tenga consecuencias. A los personajes que acceden al Imaginario les llega un momento inevitable en el que tienen que elegir si se quedan con la luz y la felicidad de la iluminación espiritual, o con la oscuridad y la tristeza de lo material. Personalmente, considero que la decisión que tomes, al final, siempre será la decisión correcta. Pero por eso mismo, conviene saber el precio que estamos dispuestos a pagar a cambio de nuestra felicidad: ¿venderías tus sueños a cambio de algo efímero? ¿Estás dispuesto a admitir que cosas maravillosas pueden surgir de algo malo? "Eres el mejor error que he cometido", le reconoce el protagonista a su hija.

"Nada permanece, ni siquiera la muerte".¿Hay que ser inmortales para comprender todo lo cierta que es esta frase? Seguramente. Pero no somos inmortales, y por eso mismo conviene tanto tenerla muy presente a la hora de vivir y decidir y soñar. Nosotros no podemos pactar con el Diablo como hace el Doctor Parnassus pero podemos pactar con nosotros mismos una vida mejor. Lo decía ayer: la felicidad es una opción. Con cuidado siempre de no perderse en esa felicidad ni en esos sueños, claro.


No vi esta película en su día, y aunque me arrepiento, porque disfrutarla en una pantalla de cine tiene que ser una gozada, en el fondo sé que "El Imaginario del Doctor Parnassus" estaba esperándome pacientemente a que ella y yo nos (re)encontrásemos en el momento indicado. Ese momento en que ella pudiera hablarme con toda sinceridad y yo pudiera entenderla con la serenidad necesaria.

No es casualidad que acabase disfrutando de este poderío visual rebosante de simbolismos la misma semana que terminé PaprikaAntes de las jirafas, ni el mismo fin de semana que meditaba intensamente sobre el futuro que sueño y las decisiones tomadas, ni el mismo día que había colgado una entrada en el blog en referencia a Sonrisas y Lágrimas (el Doctor Parnassus lo encarna, precisamente, Christopher Plummel, el mismo actor que interpretaba al padre de la familia Von Trapp). Como siempre, las señales van tendiendo su camino de baldosas amarillas para recordarte que avanzas y que lo haces en la dirección correcta. Por eso, sólo ahora os puedo decir que esta película huele a chocolate con naranja azteca y un toque de vainilla. Toca seguir soñando.

He doesn't want to rule the world. He wants the world to rule itself.

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I simply remember my favourite things and then I don't feel so bad

La felicidad no existe. Sólo existe ser feliz cada día.
(Albert Espinosa, "Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven")

Hace unos días se me estropeó mi adorado netbook, que desde que me independicé es el único ordenador que tengo, en el que escribo, veo series, navego por Internet, etc. La reparación costaba casi tanto como un netbook nuevo. Años atrás, esto habría bastado para deprimirme profundamente, sentarme en un rincón a llorar y lamentarme en las redes sociales de mi desgracia. Fui un precursor de los emos, en la adolescencia (que por suerte queda muy lejos ya) me quejaba de todo y me consideraba muy maduro por ello, muy de vuelta de todo por ver el mundo desde una perspectiva tan oscura.

Si algo aprendí de mi ex fue a afrontar la vida con más alegría, sonreír contra viento y marea. Me costó, y de hecho él a menudo me criticaba por ser tan negativo. Pero poco a poco he conseguido tener ese optimismo que envidiaba. No se trata de negar los problemas. Se trata de darles la vuelta, usarlos en tu beneficio, ya sea porque te ayudan a aprender o porque realmente puedes sacar algún provecho. Me consta que hay gente que no se cree mi nueva etapa de optimismo y vitalidad. Lo siento por ellos, porque yo la estoy disfrutando muchísimo. Volviendo al ejemplo de mi netbook, opté por tirar de Visa y comprarme uno mejor y más bonito. Y estoy encantado. Es blanco y suave y rápido y tiene unas teclas que parecen caramelos. Estoy escribiendo con fuerzas renovadas.


En Facebook, hoy por hoy sólo tengo escondida a una persona de mi muro. Y no me cae mal, para nada. Pero es una persona muy negativa. Negativa hasta la extenuación. Absolutamente todos sus estados son quejas y lloros. Entrar a su perfil es como chocar de morros contra el muro de las lamentaciones. Lo fuerte es que le pasan cosas buenas, claro: a todos nos pasan cosas buenas, es inevitable. Pero de las suyas sólo te enteras cuando ya han pasado, cuando se han estropeado y puede seguir el drama. Me parece una actitud muy triste. Sobre todo porque yo la tuve, y con el tiempo me he dado cuenta de que es muy fácil lamentarse y suplicar que la vida te dé una tregua pero a la hora de la verdad, ese golpe de volante tienes que darlo tú. Nada cambia si no lo haces cambiar tú.

Últimamente a varios amigos que lo están pasando mal les he dado mis humildes consejos para que empiecen a dar ese golpe de volante. Creo que no me han hecho ni puñetero caso, no dejan de ser trucos tontos que suenan a libro de autoayuda cutre, un optimismo quizá demasiado ingenuo. Pero funcionan, doy fe. Se trata de positivizar tu vocabulario: evitar los "no" y las frases negativas y las quejas. Se trata de cambiar tu foto de perfil en las redes sociales, poner una en la que salgas sonriente. Cortar de raíz con lo malo, lo que te hace daño: sin miramientos, fuera. Obligarte a sonreír cada mañana nada más levantarte. Dejar de depositar tus ilusiones en un único objetivo: diversificar. Cuidarte a ti mismo, mimarte. Escuchar y compartir con los demás sólo canciones felices, optimistas, que te transmitan buen rollo. Compartir momentos agradables con los amigos y hablar de cosas divertidas. Incrementar el número de series de humor y películas de comedia que ves. Leer (y releer) libros que te iluminen, como por ejemplo El mundo amarillo de Albert Espinosa. Limitar tus estados de Facebook o tus tweets a comentar las cosas buenas, positivas o curiosas que te pasan, obviar por completo las malas. Lo mismo se aplica si tienes un blog. Disfrutar los días de sol, pero también agradecer la lluvia. Dar gracias por el amor que recibes (aunque no sea el que tú querrías), y ser bueno con quienes te rodean. Tomarse los problemas con la mente fría, usarlos a tu favor, aprender. Recordar tus cosas favoritas. Fijarse en todos esos detalles bonitos que endulzan el día: unas chicas saltando por la calle mientras otra les hace fotos o un niño sonriente con su globo de Bob Esponja. En definitiva, se trata de no regodearse en lo malo. "Sadness be gone", que dice la amiga del protagonista en la iluminadora Happy Thank You More Please.


Y sí, parecen chorradas, seguramente lo son, pero es curioso comprobar cómo, poco a poco, esa capa de felicidad que te has construído acaba cobrando vida. La felicidad te acaba empapando. Lo malo ya no te sienta tan mal, de hecho en general te resbala, y lo bueno parece que abunda mucho más, que te llena mucho más. Esas sonrisas que forzabas acaban saliendo naturales. Y los amigos lo notan: "¿Y esa cara?", "Se te ve feliz", "Estás mucho mejor ahora". Y es verdad. Estás mucho mejor ahora. Sin darte cuenta, has pasado de ir llorando por las esquinas a radiar una sonrisa de lado a lado. No sueltes el volante: has esquivado la peligrosa desviación de la tristeza, sí, pero ahora toca seguir conduciendo. Hacia adelante, claro.