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The power is not mine, I'm just gonna let it fly

Puedes optar por sonreír cada día. Escuchar canciones alegres en vez de canciones tristes. Confiar en el poder de la atracción para conseguir lo que deseas. Seguir las señales que te guían por el camino de baldosas amarillas. Abrir con curiosidad puertas sin puerta. Pero no puedes modificar el cerebro ni las intenciones de otras personas.


A veces sientes que es tu deber desviar al otro hacia esa ruta que le convendría más. Tienes esa certeza. Lo ves muy claro: le has diseñado una vida mejor, una vida mejor para él y en la que tú te sentirías más cómodo. Y por eso, eres pesado pidiendo, exigiendo, convenciendo. Agotas. Consigues el efecto contrario, porque a nadie nos gusta que nos dicten lo que deberíamos hacer. Nos gusta creernos rebeldes, independientes. Pero tienes tantas ganas de cambiar al otro, que temes que callándote dejarás escapar esa única oportunidad de hacerlo. No te das cuenta de que ese tren nunca iba a pasar por allí, te equivocaste de estación. El tren se aleja y ya no puedes alcanzarlo. Querías un acercamiento pero has logrado justo lo opuesto.

Otras veces, en cambio, esperas callado a que el otro se dé cuenta de sus errores y cambie por sí mismo. Como la mujer que arropa en la cama a su marido borracho, estás atrapado, porque sus errores conllevan renuncias tuyas. Y con cada renuncia, te anulas un poco más a ti mismo. Pero sigues adelante, empeñado en que no pasa nada, en que al final todo saldrá bien; confías en un milagro, una salvación de última hora que le redima. Te parece todo tan lógico que no concibes que el otro no se esté dando cuenta de que necesita cambiar. Esto es un peligro, porque al callar das a entender que no hay ningún problema. Sin querer, le estás dando tu beneplácito a sus errores. Es hora de romper el chaleco salvavidas.


Si exiges un cambio, con tu insistencia como mucho conseguirás el efecto contrario: un alejamiento. Y si callas, seguirás avanzando en dirección prohibida hasta que alguno de los dos tenga que saltar para no caer por el acantilado. "Tienes que preocuparte de ti", me dijo una vez un amigo. Y tenía razón. En nuestra vida no habrá nunca otro protagonista. Es una pérdida de tiempo eso de preocuparse por cambiar a los otros  a costa de descuidarnos a nosotros mismos. Dejemos que los demás se equivoquen, aprendan. Si tienen que volver, volverán. Si era el destino, lo descubrirás. Nunca seremos el superhéroe de las vidas de los demás, pero en cambio sí podemos serlo de la nuestra. Aún estamos a tiempo. Atémonos una capa en la espalda, y echemos a volar.

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Hiromi Kawakami - El cielo es azul, la tierra blanca

Quizás no habría estado tan mal hacerse ilusiones.

Ésta fue la primera novela de Hiromi Kawakami que desembarcó en España (de la mano, cómo no, de Acantilado) pero a mí esta autora japonesa ya me había enamorado con la siguiente que se publicó, Algo que brilla como el mar. El estilo limpio y accesible de su prosa hace que conectes enseguida con las historias cotidianas de las que habla Kawakami. Historias de amor y aprendizaje, siempre jugando con contrastes: ciudad anónima o naturaleza salvaje, vida en sociedad o vida al margen de las convenciones sociales.


"Si el amor es pequeño, deja que se marchite hasta que muera", piensa Tsukiko, la protagonista de El cielo es azul, la tierra blanca. Con casi cuarenta años, cree disfrutar de su soledad y su vida rutinaria: cuando no está trabajando, pasea, lee, se va de compras, visita bares y restaurantes. No luchó por retener ninguna de sus relaciones porque no consideró que merecieran la pena.

El reencuentro con su antiguo maestro de japonés la marcará. Entre los dos se establece un sutil acercamiento, siempre conscientes de los más de 30 años que los separan. Él la instruye sobre temas mundanos (las setas, el karma, los haikus...) y la invita a apreciar esos pequeños placeres de la vida. Tsukiko, por primera vez, echa de menos tener a alguien con quien compartir todo eso. Entenderá que su único enemigo es el tiempo.

Construida a base de breves momentos, momentos que rememora Tsukiko de cada uno de sus encuentros con el maestro, de eso trata realmente la novela, más allá de la historia de amor: de disfrutar cada momento como si fuera el último. De ser feliz degustando el menú del día en un restaurante humilde, visitando una exposición de caligrafía, relajándose en un balneario, organizando un picnic bajo los cerezos en flor o cocinando pulpo.


Ayuda mucho el estilo de Kawakami: muy poético pero sin descripciones excesivas, sencillo sin dejar de ser sugerente. La autora dibuja para sus personajes un mundo tan cotidiano como mágico en el que nos va atrapando sin que nos demos cuenta. Y así, la historia avanza sin sobresaltos hasta que descubrimos qué contenía el maletín del maestro.

Para leer este libro hay que tener muy presentes las contradicciones del Japón actual: un país que se esfuerza en ser moderno pero aún conserva costumbres ancestrales y rígidos códigos de conducta. Quien vaya a escandalizarse porque al maestro le molesta que una mujer le sirva el sake con pulso tembloroso, no captará que en realidad estos personajes son víctimas de esas circunstancias. Claro que les gustaría vivir en un mundo donde no tuvieran que encontrarse por casualidad y fingir que apenas se conocen, pero al mismo tiempo que aceptan esas reglas de la sociedad en la que viven, intentan por todos los medios ser felices. Descubren que es posible no nadar contracorriente ni dejarse arrastrar: también es posible disfrutar del viaje.


Me sorprendió estar rodeada de tantas criaturas vivas. En la ciudad siempre estaba sola, aunque estuviera con el maestro. Creía que en las ciudades sólo vivían criaturas de gran tamaño. Sin embargo, al reflexionar sobre el asunto me di cuenta de que en la ciudad también estaba rodeada de seres vivos. Nunca estábamos solos. Aunque en la taberna sólo hablara con el maestro, Satoru también estaba allí, así como una multitud de clientes habituales cuyas caras me resultaban familiares. Aun así, nunca había considerado a las demás personas de carne y hueso. No había caído en la cuenta de que cada uno de ellos tenía su propia vida, llena de altibajos como la mía.

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It was like Rockaway Beach in the month of June

"Si algo no te gusta en tu vida, tienes la libertad de intentar cambiarlo", reza el nuevo anuncio de Aquarius. Adoro el mensaje. Consumo poca publicidad (el efecto de encender la tele sólo para DVDs y videojuegos) pero reconozco que entre chorrada y chorrada, a veces se cuelan frases magníficas como ésta.


Me gusta que incentiven a la gente a arriesgarse. Cambiar tu nombre por uno menos convencional: cambiarlo como metáfora de tomar la iniciativa, elegir la ruta secreta, desoír las advertencias, apostar por lo desconocido. A la gente le da miedo el cambio. Adoramos a quienes se arriesgan (o venden la imagen de arriesgarse) pero a la hora de la verdad, nos asalta el vértigo si tenemos que tomar decisiones. Aunque sea para vendernos un producto, Aquarius nos recuerda que tenemos el derecho (¿o la suerte?) de elegir.

Llama la atención que estos anuncios tan vigorizantes suelan ser los de bebidas. Y es que quizá sean las bebidas el mayor icono de liberación, ocio, felicidad -a solas o con los amigos-, fiesta, verano, cambio, color. Cuando viajo al extranjero, tengo la secreta costumbre de probar las bebidas más raras que se me crucen: Coca-Cola de vainilla, Fanta de melón (la cosa más refrescante del mundo, pero sólo se vende en Japón), Mountain Dew de lima, etc. Impresiona la variedad que te puedes encontrar, y rara vez están malas. A veces te asustan esos envases con ciertos nombres y ciertos colores, pero no hay mayor satisfacción que atreverse a comprarlas y dar ese primer sorbo.


Capítulo aparte merecen los anuncios buenrollistas que anuncian cerveza, especialmente en verano. Suponen la idelización de esas vacaciones que a todos nos gustaría tener pero nunca nos atrevemos a hacer realidad. También es cierto que a veces aspiramos a demasiado. Damos vueltas y vueltas, esperamos que pasen trenes dorados y dejamos escapar los de plata y bronce porque no brillan tanto. Por eso me gusta el eslógan de Estrella Damm de este año, ligeramente irónico después de tantas imágenes bucólicas: "Las cosas normales pueden ser extraordinarias". Decidir cambiar y aceptar los resultados: no hay más.

¿Cuáles son vuestras frases fetiche?

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Lafcadio Hearn - Sombras

Consuélate con saber que sólo porque antes fuiste, hoy eres; y porque eres, mañana serás otra vez.

Lafcadio Hearn dedicó los últimos 15 años de su vida a dar a conocer la cultura japonesa; no sólo a los occidentales: también a los propios japoneses. En una época (finales del siglo XIX) en que Japón recién se abría al mundo y pugnaba por modernizarse aún a costa de renunciar a sus raíces, Hearn les recordó la riqueza ancestral de su cultura. Rescató relatos y poemas, escribió estudios sobre literatura, sociedad, estética, filosofía, animales, mitología.. Por todo ello, aún hoy se le sigue venerando en el país nipón.


Sombras es un libro muy peculiar. No deja de ser un batiburrillo de temas y géneros, pero es un batiburrillo tan bien escrito que sólo puedes leerlo con la misma fascinación con que Hearn debió contemplar Japón al desembarcar allí por primera vez en 1890. El libro se abre con "Historias de libros extraños", seis relatos cortos y poco conocidos donde los fantasmas y los espíritus campan a sus anchas. Esta selección sirve como primera aproximación al rico folklore japonés: hay relatos de puro terror, pero también encontraremos historias de amor y hay lugar incluso para narraciones con moraleja.

La siguiente parte del libro, "Estudios japoneses", es la más extensa y también la más apasionante. En "Semi", Hearn diserta acerca de las variedades de cigarras y el reflejo de su canto en la poesía japonesa. Un tema sin duda extraño que al autor le sirve para trasladarnos a un típico bosque de Japón y así hablarnos del paso de las estaciones, de budismo zen, de la impermanencia de todas las cosas, de la reencarnación, de filosofía, de métrica, de géneros líricos... Impresionante. Mucho partido le saca también al siguiente estudio: "Nombres japoneses de mujer", en el que Hearn analiza los nombres femeninos (yobina) más comunes, su significado literal y sus connotaciones (estéticas, claro, pero sobre todo morales), los distintos grados de formalidad en el trato personal, las peculiaridades del lenguaje japonés...

Es curioso cómo Hearn, gracias a dos temas tan dispares y aparentemente banales como puedan ser las cigarras y los yobina, consigue acercarte la sensibilidad y la forma de pensar únicas de los japoneses. Quizá sea en los temas menos importantes donde más se hacen notar la personalidad, las particularidades de un pueblo. El tercer estudio, "Canciones japonesas antiguas", es fiel a su título; a pesar de su indudable valor histórico y literario, resulta el menos interesante de todos. A destacar que de todas las poesías del libro, se incluye la traducción y la transcripción fonética del japonés. La verdad es que la edición de Sombras está muy cuidada (empezando ya por esa portada con detalles brillantes y en relieve, a modo de fina escarcha); Satori es una pequeña editorial especializada en cultura japonesa y mima sus publicaciones.


El libro se cierra con "Fantasías", un cajón de sastre donde el autor expone varios de sus temores y ensoñaciones. Me da la sensación de que con estos extraños capítulos, a menudo crípticos y oníricos, Hearn está tendiendo puentes. Compartiendo sus recuerdos y tiñéndolos de la filosofía nipona ("Levitación" y "Lecturas de un libro de sueños" son absolutamente zen), nos recuerda a ambas partes que, al final del día, no somos tan diferentes. Que las ideas y los miedos son más comunes de lo que pensamos, quizá sombras de un mismo origen.


Con un nuevo salto volé unas mil millas. (...) En la calle, el silencio era total: la gemte miraba pero nadie pronunciaba palabra. Me asombraba pensando en lo que les parecería mi hazaña y en qué dirían si supieran lo sencillo que resultaba. Había sido un descubrimiento casual y el único motivo por el que considerarlo una proeza era que nadie más lo había intentado hacer antes.

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Mario Benedetti - Biografía para encontrarme

No hay un solo destino / en cada vida
se abre a menudo otra trayectoria
que nos hace señales en la noche
cuando no estorba el sol inoportuno

Por lo general soy más de prosa que de poesía, pero nunca le digo no a un buen libro, a un buen autor... o incluso a un buen título. Y Biografía para encontrarme me parece un título brillante, sin duda. El libro ya me tentó en Sant Jordi, pero he esperado hasta ahora para paladearlo como se merecía. Y es que la portada es naranja, como el verano. Tocaba leerlo ahora.


Buscando información, entiendo que Mario Benedetti dejó este libro preparado justo antes de morir, pero no me queda muy claro si estos 62 poemas son completamente inéditos o si algunos ya se habían aparecido pero los corrigió para este nuevo recopilatorio. Da igual. Lo importante es el resultado: 62 chispazos introspectivos en los que Mario Benedetti se encuentra a sí mismo, siempre con un poco de sorpresa.

Ante todo, sus versos desprenden la tranquilidad de la experiencia. Sentado en su silla, quizá rodeado de fotos y libros, y con una ventana que da al mar, Benedetti rememora y comparte con los lectores cómplices sus pensamientos al desnudo. Importa más la reflexión que el adorno superfluo de los adjetivos. El autor no permite ni siquiera que los signos de puntuación y las mayúsculas estorben el mensaje. Quizá su intención sea que, como en la vida, cada lector encuentre su propio ritmo. Que fluya de una palabra a otra, salte de un verso a otro sólo cuando se sienta preparado.

¿Es posible describir un recorrido vital a base de poemas? Benedetti lo intenta hablándonos de la valentía, del destino, de los libros, de sus calles, de besos, de mentiras de aquellos que se fueron, de los perdones, de la guitarra de su hermano, del Después (bonito eufemismo para la muerte), de los pasos que conlleva todo aprendizaje, del recuerdo y su compañero el olvido. Su poesía tranquila te va sedando: no pasa nada, todo está bien, todo estará bien. Así, nostalgia a nostalgia, misterio a misterio, sonríes.

Lectura imprescindible para quien quiera calmar la sed de la curiosidad. No habrá mejor compañía que estos versos sabios. Los reencuentros con uno mismo son los mejores.


24. Ruta

La encontré en mi bolsillo / era una ruta
no sabía hasta dónde me llevaba
pero igual la seguí en un merodeo
con todas mis nostalgias en la mano

era un atlas del alma / la conciencia
de lo que cometí y lo que me espera
en el suelo vi huellas que eran propias
así que era una senda ya corrida

el piélago de antes ya no estaba
todo era más fuerte más seguro
de pronto me encontré con la ribera
de ese río que siempre fue mi anhelo

sólo entonces me aconsejé a mí mismo
en el bolsillo volví a poner la ruta
y allí quedó esperando
otro mañana

(Mario Benedetti)

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Preludio de que algo emocionante va a pasar

El taquillero da un pequeño respingo cuando le pides sólo una entrada para la película de la Sala 3. "¿Una?", te pregunta, pronunciando esa palabra como si perteneciera a algún idioma secreto que nadie debería conocer. "Una", repites con la sonrisa ahora más ancha. Pagas, coges tu entrada y te adentras en el cine. Ignoras el puesto de palomitas. Mientras te rasgan el ticket, miran detrás tuyo con cierta curiosidad mal disimulada: no, no te has olvidado de darle las demás entradas, nadie te acompaña. Has ido solo al cine. Y no tienes cara de que te hayan dado plantón: estás sonriendo.


Parece que haya actividades vetadas para una sola persona. Cuando dices que has ido a algún lado (al cine, a un restaurante, a pasear, de compras...), lo primero que tiende a preguntarte la gente es "¿Con quién?". Nada de "¿Y qué tal, cómo te lo pasaste?". Es muy revelador. ¿Tanto nos asusta la soledad? ¿Tan poco nos interesa lo que hacemos? ¿Tanto miedo tenemos de que los demás nos miren con compasión al pensarse que estamos solos en el mundo?

¿Tan extraño es que te apetezca degustar una película sin interrupciones o deambular por los pasillos de una exposición en silencio, simplemente conectando con las obras? ¿Tan inconcebible resulta que seas capaz de comprar ropa sin necesitar a nadie al lado que decida por ti lo que te queda bien o mal? Eso no significa que no tengas amigos, familia o incluso una pareja/ligue con quien compartir todas esas actividades, sólo que también sabes disfrutar de tus buenos momentos de soledad.

Ahora que estoy soltero salgo más que nunca con los amigos: comidas inesperadas, cenitas fuera y en casa, copas, discotecas, fiestas, viajes, a veces pasamos el día entero en algún pueblo lejos de Barcelona, vamos al cine o a mirar tiendas... No paro. Y lo disfruto. Hay que cuidar a los amigos, hay que dejarse querer y devolverles esa energía que te dan. Pero esto no está reñido con seguir conservando ciertos momentos para uno mismo. Son muy necesarios. Para relajarse, para mantener la perspectiva. Para recordar quién eres. Para no perder la costumbre de tomar decisiones por ti mismo. Para no olvidar qué significa disfrutar de la compañía, también.


Quizá a alguien le doy lástima si me ve leyendo solo en una cafetería junto al mar. A mí en cambio me da lástima la gente que depende tanto de los demás que no sabe estar sola: sin otras personas a su alrededor, serían absolutamente incapaces de decidir qué película ver, qué ropa comprarse, en qué restaurante cenar. Se dejan arrastrar por las opiniones externas. Quedan con los demás no porque disfruten realmente de su compañía sino porque les angustiaría estar solos, verse obligados a rellenar las horas. Suele ser gente insegura que, enfrentada a la soltería, se agarra a clavos ardiendo.

Por mi parte, yo prefiero disfrutar de ambas cosas: después de una tarde paseando solo, pensando, leyendo, escuchando música, empapándome del ambiente y del paisaje, parece que una cena y posterior farra con los amigos saben aún mejor.

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Crystallizing galaxies spread out like my fingers

¿Y sabes qué? Luego el mundo te premia. El universo conspira a favor de los que lo mueven. (...) ¿Tú quieres mover el mundo o que te mueva?
(Albert Espinosa, "Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven.")

Ahora es el momento, se titulaba el libro de la estantería que me había llamado la atención por tener un lomo idéntico (color salmón con una franja blanca para el autor y el título, clásico diseño de la editorial Mondadori) al de uno de mis libros favoritos, La broma infinita. Me parecía muy curioso que esa persona tuviera entre sus escasos libros precisamente éste de un autor tan minoritario como David Foster Wallace. No fue así. Se trataba de otro libro, y yo ni siquiera lo conocía.


Pero no sentí decepción alguna. "Ahora es el momento" sonaba poderoso. Sonaba casi como lo opuesto a La broma infinita: se rompe el círculo, ahora importa el presente, lo real. Supe que el libro estaba diseñado así para atraer mi atención, para llevarme a cogerlo de aquella estantería justamente esa mañana, y no otra. Había sido una semana intensa, de muchos cambios, de vértigos y sorpresas y alguna que otra duda. Con su título, el libro misterioso me corroboraba lo que ya intuía. Que avanzo por la senda correcta. Que, efectivamente, ahora es el momento. Y lo es.

En otra época de mi vida, habría devuelto el libro a la estantería nada más descubrir que no era el mismo que yo creía. Ni siquiera le habría prestado atención al título. Lo habría guardado y habría salido de allí con la cabeza gacha y media sonrisa, sin confiar en mí ni en mis posibilidades. Ahora no. Ahora me quiero y tengo energía y soy capaz de hacer las cosas que me gustan. Y las hago. Ahora sé que cuando crees en señales y estás receptivo a ellas, éstas van apareciendo de la nada para guiarte. Abres los ojos y ves ese camino oculto.


Cuando pierdes el pasaporte la misma mañana en que debías coger un avión, puedes estresarte y agobiarte en vano o bien puedes pensar que quizá no debías coger ese vuelo, que en contra de lo que pensabas nada positivo te esperaba en tu destino. Cuando en la tienda se ha agotado el producto específico que ibas a buscar, puedes lamentarte de tu mala suerte o bien darte cuenta de que justo al lado de ese espacio vacío, en el mismo estante, hay otro producto parecido, pero mejor (quizá incluso más barato).

Cuando te toca trabajar un día que creíste que tendrías fiesta, puedes refunfuñar o bien considerar que será un día especialmente productivo en el trabajo, que quizá un extraño te sonreirá de camino al autobús. Cuando conoces a alguien en circunstancias muy curiosas -tantas casualidades que casi parece una película- pero no sientes ningún flechazo, puedes cerrar los ojos y alejarte rápidamente, o bien puedes decirle a ese nuevo amigo: "Gracias. Más, por favor" y confiar en que esa persona acabará (a)trayendo algo muy bueno a tu vida.


No es que todo esté escrito. El destino es un libro, sí, pero sus páginas están en blanco y sólo tú tienes el bolígrafo. Escribir (o no) a partir de las ideas, inspiraciones y señales que acuden a tu mente será siempre decisión tuya. Si piensas que nada ocurre gratuitamente, si estás convencido de que todo tiene un motivo... entonces pierdes el miedo a escribir. Y llegan las mejores páginas. Todo se alinea a tu favor.

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Henri Brunel - El año zen

Atento al instante que pasa, al capullo que se abre, a la hierba que muere, trato de habitar en mi vida. Escucho la palabra de los sabios, de los maestros zen, y oigo con ellos, en la brisa que dobla los árboles e inclina la hierba de los campos, la melodía del infinito.


El francés Henri Brunel es autor de numerosos libros sobre el zen. Suyas son muchas de las recopilaciones de relatos que ha publicado la editorial Olañeta. El año zen es un libro mucho más personal: durante un año, el autor se dedicó a mantener una actitud zen ante la vida, y a recogerlo en un diario. Su intención, dice, es "fijar en las palabras, antes de que se extinga, la belleza de las cosas".


Brunel comparte con el lector sus impresiones de la naturaleza que lo rodea, rememora episodios de su vida, cita poemas, proverbios, haikus, recoge relatos, anécdotas e incluso fragmentos de las biografías de maestros zen como Ryokan y Dôgen. Hay una entrada para casi cada día, y día a día acompañas al autor en su exploración del paso de las estaciones, su apreciación del momento presente.

El libro es una maravilla aunque no te interese el zen. Te vacía el cerebro en un sentido positivo, te transmite paz y serenidad, pero también mucha sabiduría. Aunque las entradas son muy variadas, todas consiguen el mismo efecto: relajarte. Las descripciones de los paisajes del pueblo de Brunel, sus momentos del pasado, los bellos haikus que cita -algunos de cosecha propia, la mayoría de los maestros de este arte-, los cuentos... A veces te dibujan una sonrisa en la cara, a veces te dejan meditando.


Para mí, El año zen supone la evasión perfecta del ritmo de vida de la ciudad. Mucho más relajante y productivo que ver cierta televisión. Si conectáis con él, será un libro que os gustará guardar cerca para volver a consultar páginas aleatorias. Y además es una fuente inagotable de frases y poemas memorables...

El ladrón huido
ha olvidado
la luna en la ventana.

No lo olvidéis, la eternidad es ahora.

Se puede, sin riesgo, agrietar de sonrisas este rostro gastado.

Chaparrón de verano
y casi al final
tu paraguas a mi encuentro.

Una mariposa
pegada al asfalto
sueña con flores.

Se es libre de lo que se acepta, y prisionero de lo que se rechaza.

Si no sabemos "mirar", no vemos más que la apariencia de las cosas.

Es difícil atrapar un gato negro en una habitación oscura, sobre todo cuando no hay gato.

Si bien no somos más que una gota en el océano, también somos el océano.

Es inútil intentar convencer a los que están persuadidos de poseer la verdad.

Lo que tiene que suceder, sucede. La sabiduría siempre encuentra un camino.

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Tryno Maldonado - Temporada de caza para el león negro

Sabrán que yo no me acuesto con imbéciles. Es mi única política. Una política bastante sana que me ha resultado hasta hoy y que no contemplo variar.

Un título magnético y una fotografía sugerente. Máscaras necesarias para un libro terrible. Terrible por lo que cuenta: la sumisión total del protagonista a Golo, un artista torturado y torturador. Un vampiro emocional y su víctima, un hombre enamorado. Todo está contado después: ese momento en el que, pasados los años, el protagonista se lleva las manos a la cabeza y no comprende nada.


El título no es banal. Hace referencia a una anécdota que fascina a Golo, la historia de un cazador que capturaba y despedazaba unas bestias tan bellas como los leones negros porque de todos modos no iba a poder aprovecharlos ni llevárselos como trofeos. Así actúa Golo con sus amantes y con su propia vida. Una espiral de autodestrucción remarcada por la estructura de la novela: capítulos muy cortos, flashes fragmentados, con escenas que se repiten, líneas temporales confusas que van y vienen.

Visto desde la distancia, da la impresión de que Golo sólo podía ofrecer drogas, dinero y sexo. Y un físico deslumbrante, suponemos. Ni siquiera es buen pintor. Y alguien que, contrariado, se pone a ladrar como un niño imitando a un perro, parece demasiado ridículo como para enamorarse de él. Es brillante cómo el narrador consigue que te creas que ha estado enamorado de Golo pero no sabe darte ninguna razón objetiva. El magnetismo de los vampiros, sin duda.


En el fondo de esta breve novela que juega a ser provocadora -supongo que en México sería mucho más revulsiva-, se esconde una historia de liberación. La lees con el mismo horror con que escucharías esas historias de amigos enganchados a auténticos imbéciles. Pero de todo se aprende. No dudas de que ahora el protagonista se querrá mucho a sí mismo, se respetará. Saber lo que uno no quiere repetir ya es un buen punto de partida.

Quise a Golo. Pero no me pregunten por qué.

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Yukio Mishima - Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis

Es absolutamente erróneo suponer que los demás están en condiciones de comprender nuestros sentimientos más profundos.

Para los japoneses actuales no sé, pero para un occidental resulta muy difícil entender el seppuku (el mal llamado harakiri), qué puede llevar a una persona a acometerlo. Más incomprensible resulta en los tiempos modernos, y no digamos ya si quien lo hace es un escritor famoso y de prestigio como Yukio Mishima. Si ya en algunos relatos cortos había dado pistas de su futuro seppuku, es en este recopilatorio de ensayos, reflexiones y artículos, escritos durante los tres últimos años de su vida, donde encontraremos todas las claves de su suicidio ritual aquella mañana de noviembre de 1970.


En Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis, Mishima expone sus ideas al desnudo, sin las florituras de la literatura. Nos habla de la frustración que siente ante un Japón rendido a Occidente que renuncia a su legado, de sus propias contradicciones al ser el primero en disfrutar de las ventajas del mundo occidental, hace un repaso de sus últimos 25 años de vida, expone qué le llevó a formar la Sociedad de los Escudos (un ejército privado de universitarios samuráis...).

Reivindica, por supuesto, el heroismo de los samuráis ancestrales y de hecho no entiende un Japón sin samuráis. Y reflexiona también sobre el arte, la política, el placer y el pudor, la vida, la etiqueta, el esfuerzo... Comparte su ética personal con las futuras generaciones. Y aunque no puedas estar de acuerdo con todo lo que escribe (era ciertamente extremista), sí deja caer frases geniales, chispazos que te abren la mente. Siempre es un placer leer de primera mano lo que pasaba por la cabeza de un genio.

Mención aparte merece el brillante capítulo "Introducción a la filosofía de la acción", donde el autor desarrolla el significado de las acciones, para él más importantes cuanto más efímeras. Compara la acción con el acto de desenfundar una espada japonesa: te pasas años entrenando, estudiando, mejorando; llegado el combate, analizas la situación y permaneces en silencio mientras examinas al rival y recuerdas todo lo aprendido; al final, en menos de cinco segundos, desenfundas, atacas y matas. Así son las acciones: efímeras, pero precedidas de un largo tiempo de cultivo y seguidas por otro largo tiempo de consecuencias.


No es un libro triste: es un invitación a vivir una vida mejor, más honesta, coherente, llena de iniciativa, siempre fiel a unos objetivos claros. Una lectura extrema para paladares selectos que quieran ahondar en la filosofía samurái, ser testigos de excepción de los últimos pensamientos de un gran escritor o simplemente ampliar horizontes. Os dejo con algunas de las mejores frases.

Nadie puede dar el primer paso en la vida y experimentar inmediatamente una sensación de satisfacción.

Es fácil declarar que se está listo para morir, y ofrecer la propia vida, pero no es tan fácil demostrar la veracidad de lo que se afirma.

A pesar de ser un hombre, me parece del todo natural pensar que un cuerpo perfecto contribuya a elevar el espíritu y que, al mismo tiempo, se deba ennoblecer el cuerpo perfeccionando el espíritu.

Confío en que haya algún joven capaz de escribir al menos una obra no contagiada por el veneno ajeno, sino empapada genuinamente en el propio.

La vida es un baile en un cráter de un volcán que en algún momento hará erupción.

Apostar con prudencia no tiene sentido.

La acción no tiene eficacia si no está acompañada por una situación determinada, y cuando tal situación no existe debe crearse, concentrando todas las fuerzas en la reducción de las distancias temporales y espaciales.

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Last Night / Sólo una noche

"Puedo resistirlo todo menos la tentación", decía Oscar Wilde. Y tenía toda la razón. Pero hay formas y formas. La tentación siempre puede aparecer tras la próxima esquina, sí. Ignorarla, darle la espalda, sólo significaría frustrarnos, retrasar lo inevitable y hasta entonces acumular un rencor desmedido que acabará pasándonos factura. Una vez hemos conocido la tentación, al final siempre acabaremos cayendo en ella. Pero en nuestras manos tenemos el poder de pecar de una forma honesta, sin traicionar confianzas ni dinamitar autoestimas de terceras personas.


De tentaciones trata "Sólo una noche". De tentaciones e infidelidades hipotéticas, latentes. La atracción puramente física versus la atracción espiritual. Puertas entreabiertas que no sabemos si cerrar suavemente o abrir de par en par. El excitante y terrible "¿Y si...?". La culpabilidad de descubrir nuevas posibilidades. La destrucción de la renuncia. Y el eterno dilema: ¿lo que ganaríamos es mejor que aquello que perderíamos?

No quiero ser tópico pero se nota que la película está escrita y dirigida por una mujer, Massy Tadjedin. No tanto porque la verdadera protagonista de "Sólo una noche" sea Joanna (Keira Knightley). Se nota sobre todo en la complejidad de los personajes, en la atención a los detalles (magníficos primeros cinco minutos), en la sensibilidad de los diálogos (inteligentes, nada zafios) y en la valentía con que Tadjedin aborda la situación en la que se ven atrapadas estas cuatro personas. No hay lugar para medias tintas ni tópicos: las infidelidades son como son. Se nota que una mujer está al mando incluso en la elección de la delicada banda sonora de Clint Mansell: piezas a piano tan sensuales y tan tentadoras como esos escenarios nocturnos que recorren ambas parejas.

Las propias ciudades parecen incitarles a caer en la tentación. En este contexto casi hostil, los personajes secundarios ejercen de necesarios pepitos grillos. Hablan con los protagonistas para ayudarles a hacer examen de conciencia, para que pronuncien en voz alta lo que no se atrevían ni a reconocerse a sí mismos. Y es que cuando el deseo te desorienta, incluso un perro puede servirte de guía.


Supongo que sientes que una película es realmente buena cuando ésta te habla, cuando te adentras tanto en su historia que desearías haberla rodado tú. Cuando, de hecho, podrías haberlo hecho tú sin cambiar ni una coma. Me fascinó "Sólo una noche" porque lo disecciona todo con una elegancia, una sinceridad y un sentimiento envidiables. Al final, queda claro que la honestidad siempre es el mejor camino. No el más fácil, claro, pero es que las buenas personas no buscamos nunca lo fácil. El último plano de la película, por cierto, es sencillamente perfecto.

Once you know something like that, you can't unlearn it.

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No regrets, they don't work

"La vida se parece a una pintura sumi-e". Ésta es la frase que más me ha llamado la atención por ahora del libro que me estoy leyendo estos días, El Año Zen (Henri Brunel). "No hay derecho al arrepentimiento", continúa el texto. "Si se quiere retocar un cuadro sumi-e, el trazo se convierte en mancha, el fresco, en embadurnamiento. Todo acto hecho es para la eternidad. El curso de nuestra vida nunca vuelve atrás, y la forma que a cada paso se dibuja no se borra".


No he podido evitar imaginarme mi vida como una galería de pinturas sumi-e, esa técnica de pintura minimalista (negro sobre blanco), que nació en China y se popularizó en Japón, vinculada a la meditación zen. Todos y cada uno de los momentos de mi vida -los memorables y los más nimios; los buenos pero también los tristes- colgados uno tras otro. Expuestos todos con orgullo. Intocables. Al fondo, queda mucho de galería por recorrer; allí, las paredes aún están vacías pero ya tienen los clavos preparados para exponer próximas pinturas.

Nos pasamos media vida cogiendo el pincel con pulso vacilante, temerosos de posarlo sobre el papel, conscientes de que una vez terminado el cuadro, querremos retocarlo. No confiamos en nuestro talento y el miedo a actuar nos atenaza. Igual de paralizante (pero mucho más tentador) resulta recordar los errores y las acciones del pasado, querer cambiar ese pasado, desear haber tomado otro camino, ansiar haber dicho lo que se calló. Queriendo cambiar lo incambiable, nos olvidamos de admirar la belleza de la obra ya terminada.


Lo hecho, hecho está, y es hermoso. Todos nuestros cuadros son hermosos. En algunos detectaremos, sin duda, trazos indecisos, manchas que no deberían estar allí. Está bien que así sea. No somos maestros. Estamos practicando, acumulando experiencia. La vida es un entrenamiento contínuo. Esos trazos, esas manchas nos servirán para aprender de nuestros errores y coger el pincel con más fuerza la próxima vez.

Quizá os haya llamado la atención el círculo de la primera imagen. Es más que bonito: es poderoso, auténtico, desprende vitalidad, energía. Quien se atrevió a pintarlo, lo hizo así...


...y seguramente no fue su primer intento. Lo precedieron muchos errores, seguro. Muchos lienzos emborronados. Bonitos a su manera, muy admirados por sus amigos y alabados por la crítica probablemente, aunque todavía alejados de la intención original del artista. Pero él no desistió. Siguió pintando. Volvió a lanzar un único brochazo hacia el techo. Con decisión. Estoy seguro de que sonrió al contemplar su obra. "Por fin", pensó. Así que sigamos pintando sin miedo, sin arrepentimientos, que aún nos queda mucha galería por rellenar, muchos cuadros hermosos por exponer.

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Dare to be a better you each chance you get

-¿Tu llavero es una llave? -me preguntó mi amigo, examinando el objeto en cuestión.
-Claro -respondí.

Mi respuesta destilaba una seguridad, una lógica aplastante que no sabía muy bien de dónde venía, porque lo cierto es que jamás me había planteado lo raro que pudiera parecerles a otros esto de utilizar una llave como llavero. La mezcla de sorpresa e incredulidad de mi amigo me llevaron a analizar por primera vez el porqué de este llavero y no otro.


No es una llave de verdad porque es una llave-espada. Y no abre cualquier puerta, abre la puerta del Kingdom Hearts (Reino de Corazones). Es un videojuego, claro. Pero la metáfora es bonita. Compré el llavero en Japón, en la tienda oficial de Square-Enix. Es una tienda relativamente céntrica pero bien escondida; desde la estación más cercana (Shinjuku, salida oeste), te espera una buena caminata por una calle en la que sólo parece haber edificios de oficinas. Y cuando crees que desfallecerás, entonces aparece la tienda. Tienen de todo y más relacionado con todas las franquicias de la compañía, especialmente de Dragon Quest y Final Fantasy: peluches, juguetes, juegos, papelería, camisetas, decoración, bisutería. Y también llaveros, claro. Los tienen expuestos como si fueran joyas y te los empaquetan como si hubieras comprado un anillo de compromiso.

Compré dos, uno para mí y uno para mi ex. Al salir de la tienda cargados de bolsas, nos sentamos un momento en un banco, para descansar. Ya habíamos retomado nuestro camino hacia la estación cuando descubrimos que me había olvidado la lujosa bolsa con los llaveros en el banco. Ni rastro de ella. Mi ex se enfadó mucho, como siempre se enfadaba cuando yo hacía algo mal (más adelante, al recordar la anécdota, él aseguraba que no se había enfadado, sólo le daba lástima el dinero que había perdido yo, unos 4.000 yens). Decidí volver a la tienda a comprar otros dos llaveros. La extrañeza con que me miraron los dependientes sólo se puede comparar con la de mi amigo, años después, al descubrir mi llavero-llave. "Pues sí que le debe gustar Kingdom Hearts", pensarían.


Durante muchos años, guardé el llavero en su envoltorio original. Lo mantenía a buen recaudo, en un cajón. Me daba miedo utilizarlo o, quizá, perderlo otra vez. Pero ¿de qué sirve el miedo? No es más que una cadena con la que nos limitamos. Pensamos que sólo sin atrevernos a descubrir qué hay fuera estaremos a salvo; mantenemos la puerta cerrada a cal y canto y su llave, escondida en el rincón más oscuro. Más vale malo conocido, nos inculcan. Y lo aceptamos. Y así, renuncia a renuncia, es cómo nos adentramos en arenas movedizas de las que resulta muy difícil escapar. Empeñados en sacrificarnos a ciegas una y otra vez, llegamos hasta el punto de anularnos como personas.

No recuerdo qué llegó antes, si la ruptura o el utilizar por fin este llavero-llave para su cometido original. Sé que con ambos gestos cogí las riendas de mi vida. Por primera vez en 28 años, lo importante en mi vida pasaba a ser yo. Sólo yo. Reencontrarme, evolucionar, avanzar, conocer, disfrutar. Sin prisas. Con una meta muy clara: ser feliz. Aprender a caminar sin bastones, sin clavos ardiendo. Como bien dicen en La puerta sin puerta: "Cuando tengas un bastón, te lo daré. Si no tienes ningún bastón, te lo quitaré".

Y quizá esto es lo que representa esta llave que no es una llave de verdad, pero que es mía: mi voluntad, que ahora -si así lo desea- se atreve a abrir puertas extrañas y acometer tareas con la fuerza y la determinación de una espada.


Ahora comprendo que quienes somos se refleja incluso en nuestros actos más pequeños. También en algo tan insignificante como el llavero que elegimos. Los días que me siento particularmente poderoso, llevo mi llavero a la vista de todos, colgando del bolsillo izquierdo del pantalón. Por eso lo vio aquella noche mi amigo. Lo cogió y lo examinó casi científicamente.

-¿Tu llavero es una llave? -me preguntó.
-Claro -respondí.
Él bebió un sorbo de su gintonic, me volvió a mirar, me estudió bien, muy atentamente, y entonces sonrió, satisfecho:
-Claro.

Por cierto, él no utiliza ningún llavero: sólo dos llaves unidas por un sencillo aro metálico. Quizá es que ya no necesita nada más. Admiro esa austeridad suya.


PD: Cuando tenía esta entrada a medio escribir, mi amiga Lidia me ha regalado otro llavero, que he corrido a colocar junto al de Kingdom Hearts. Se trata de un ninja: "Suguru, L'Evolutif". El que evoluciona.

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Andreu Martín / Jaume Ribera - El com del crim

Quan la vida es converteix en un compte enrere, la paciència és una virtut escassa.

No pensava pas comentar aquest llibre al blog. Llegeixo els llibres del tàndem Andreu Martín i Jaume Ribera (la sèrie del detectiu juvenil Flanagan i, des de fa uns anys, també sèrie de l'Àngel Esquius) com a esbargiment. De tant en tant, ja va bé un llibre més lleuger però ben escrit, fàcil i ràpid de llegir, amb molt d'humor, que t'ajudi a desconnectar. Però vet aquí que al cinquè cas de l'Àngel Esquius, ens trobem un detectiu en plena crisis vital, replantejant-se el seu futur. I m'hi he sentit força identificat. El crim queda en un segon pla i de seguida arriben les frases reveladores que et fan connectar amb el personatge.


El llibre toca temes ben actuals: polítics corruptes, les teories de la conspiració, les màfies, el moviment antiglobalització, el coltan... Tot ben filat i sense perdre mai el somriure, com és marca de la casa. Hi ha també una crítica gens dissimulada al món de la publicitat i de la imatge, la superficialitat. Tot això contrasta amb un Àngel Esquius més analític i místic que mai, immers en ple procès de renovar la seva escala de valors, buscant la seva felicitat, fins i tot si aquesta felicitat significa estar sol.

És ben curiós com els temes dels casos que haurà d'investigar, es reflexen en el moment vital en què es troba. La teoria de la conspiració aprofitada com a mètode radical per capgirar la nostra visió d'allò que ens envolta; la publicitat entesa com l'enemiga de la nostra voluntat, l'antítesi de les coses que ens agraden de veritat. Curiosa simbiosi entre el personatge i el seu entorn. Sense aquest cas, potser no hauria sapigut com enfrontar-se a la delicada situació en què es troba. Com reconèixer que algú important de la seva vida ja fa nosa? Com confessar que necessita temps per a ell, només per a ell? Com sortir-se'n quan ha de renovar-se si vol evitar ofegar-se?

"Com": aquesta és la paraula clau del llibre. Trobar el com: el com del crim, com fer bé les coses, com ser feliç, com aconseguir que allò que semblava tan impossible sigui molt més que probable. Si tens confiança, si jugues bé les teves cartes, sempre trobaràs el com. I quan et sentis perdut, l'univers ja s'encarregarà d'il·luminar-te amb petites senyals.


En definitiva: una lectura molt entretinguda, ideal per aquest estiu. I no només per entretenir-nos, també ens servirà com a recordatori de les coses que ens haurien d'importar. Fantàstic.

Gaudiré de la meva soledat i, quan me'n cansi, tornaré a començar i així semblarà que tinc molt de temps per endavant, perquè quan comences a fer qualsevol cosa sempre et sembla que tens molt de temps per endavant.

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El Pescao - Un viaje nada-lógico

Desde hace algún tiempo tengo la sensación de que las cosas fluyen mejor cuando todos navegamos hacia la misma dirección y confiamos en nosotros. Eso es exactamente lo que ocurre en este proyecto.

De vez en cuando se cuela entre mis gustos musicales alguna cosa inesperada, chocante porque en principio no me pegaría nada (quienes me conocen bien saben, por ejemplo, que poca música en castellano escucho repetidamente más allá de canciones sueltas y clásicos como Mecano, Fangoria o Mónica Naranjo). Es el caso de El Pescao, proyecto en solitario de David Otero, guitarrista de El Canto del Loco, un grupo que me gusta aún menos si cabe que La Oreja de Van Gogh. Llevo varias semanas de conexión absoluta con este disco. Os recomiendo dejar los prejuicios a un lado y disfrutarlo como se merece.


El idilio empezó escuchando de casualidad Castillo de Arena en un foro. "Qué bonita", pensé. Y lo es. Bonita, y poética, con cierto toque folk, una base electrónica muy suave, un juego de voces que roba el corazón. Meses después, un amigo me obligaba a escuchar Historia de Terror, más guitarrera, pero con generosos puntilleos electrónicos y un curioso punto en común con la anterior: a pesar de contar historias de desamor, ambas canciones tienen un marcado espíritu optimista. Como si supieras que el protagonista de esas historias sobrevivirá. Me gustó... y tras muchas escuchas decidí darle una oportunidad al disco, aprovechando que anunciaban una reedición con cuatro temas nuevos: Un viaje nada-lógico. Y mira que soy partidario de los discos cortos, pero en este caso no me sobra ninguna de las 15 canciones. Todas tienen su sentido y su lugar, todas merecen la pena.

Es un disco de verano. No de cualquier verano: de ese verano luminoso, lleno de oportunidades que tan inabarcable parece y tantas ganas de abarcar tienes. No puede ser casualidad que en casi todas las canciones se mencione el sol y la playa y la arena y el mar, y también la luna. Intuyes -sabes- que te vas a comer el mundo, pero lo harás dejándote llevar de una forma pausada, meditada incluso. Ahora sabes quién eres y ya no estás para tonterías.

Éste es el viaje de un pescado fuera del agua, viviendo, amando, bailando, riendo, y volviendo al mar con lo aprendido. Empezamos pasando página con la bonita Te Pido Perdón para rápidamente entrar en materia con la mejor canción del disco: Buscando El Sol. Este tema tan optimista lleva tiempo alegrándome las mañanas de camino al trabajo. Si sus guitarras no os levantan los ánimos, nada lo hará. Un homenaje a todas esas cosas y todas esas personas que te alegran el día. En eso consiste la vida: en buscar el sol. Porque "De repente hace un día espectacular", canta David en la complementaria Otro Color, quizá el mejor de todos los temas nuevos.


"¿Cómo dejar de ser uno mismo si eres algo mejor?", reza el estribillo de Como Me Ves Me Voy. "Y otro día más decidí si cambiar o entender lo que soy" (Cada Día). Y de todo esto trata también el disco: de avanzar, de evolucionar más que cambiar (porque siempre se evoluciona a mejor), de empezar a quererse a uno mismo, de vivir de otra forma más enriquecedora, de tener ganas de compartir todo lo aprendido (pero sabiendo que terminaron los tiempos de arrastrarse: vales demasiado). Cambios de prioridades, ganas de experimentar: "Puede que hayas podido ver cosas que de repente son mágicas, físicas; no te lo creas: siéntelas" (Deja de respirar). Y otra frase memorable: "Da la vuelta a tu vida, que ha empezado la fiesta" en La luz oscura del mar.

Optimista a ratos, introspectivo y respetuoso con uno mismo siempre, todo aderezado por una mezcla de arreglos acústicos y guitarreros, ritmos pseudo-reggae y la ocasional ayuda electrónica. Es un disco que te hará compañía, ya sea cuando te echas a la calle con una sonrisa de lado a lado, mientras remoloneas en la playa, durante una cena con los amigos, en el trabajo o incluso por las noches, ya tumbado en la oscuridad de la cama. Un auténtico chute de energía, autoestima, paz interior, vida.


Y aunque en ese viaje nada-lógico no faltan los momentos tristes, todos los temas desprenden un optimismo y una esperanza con los que resulta imposible perder la sonrisa. Parece que David Otero nos canta desde esa madurez que te da descubrir que La Luna Va Y Viene. Te haces muchas preguntas, pero no tienes ninguna prisa por conocer las respuestas, porque sabes que llegarán. Así que por ahora te conformas con disfrutar al máximo cada día y coger por la noche tu guitarra para cantarles a tus amigos, junto a una hoguera, acerca de todo lo que has aprendido. Cantas en la playa, claro. Eres un pescado. Y cantas ese excelente resumen que es Me Da Lo Mismo:

Lo que me importa es el presente y la sinceridad
La sencillez de los niños al mirar al mar
Y lo que siento cuando veo que eres de verdad
Cómo me importan esas cosas que me hacen soñar
Cómo me importan mis amigos cuando ya no están
Cómo me importa que te quedes a mi lado más
Me importa todo lo que he dado y lo que tú me das
Me importa el mundo si puedo vivir un día más
Me importan tantas cosas pero todo lo demás
Me da, me da, me da, me da lo mismo.