No comparten sus problemas, los japoneses. Los consideran una especie de enfermedad contagiosa. Al menos, eso me contaron hace unos días. Yo no creo que sea bueno guardarse ciertas cosas para uno mismo, pues se corre el riesgo de estallar, pero sí comprendo el punto de partida.
Y es que a menudo, de tanto compartir dudas, estas crecen, se multiplican. Esperabas el consejo perfecto y solo cavaste una zanja más honda en la que perderte. Causando además preocupación en los demás, preocupación innecesaria si finalmente la tormenta pasa de largo. ¿Sería mejor colocarnos la máscara del "todo va bien" hasta que, de una manera u otra, podamos prescindir de ella?
Recuerdo que hace varios años un amigo estuvo en el hospital pero yo solo me enteré cuando le dieron el alta. Yo y casi todos: la familia y los amigos más íntimos no quisieron angustiar a nadie mientras no hubiera nada seguro. Y aunque mi reacción inicial al descubrirlo fue el enfado, enseguida comprendí que habían hecho bien. Nos habían ahorrado días de incertidumbre y tensa espera.
De paso, me di cuenta de que alguien podría desaparecer de tu vida de un día para otro sin que nunca llegaras a saber cómo ni por qué, y de eso tan triste nació algo bueno: el germen de mi primera novela. En las salas de espera esperando un diagnóstico, no sé si habría nacido alguna. Sería muy distinta, en todo caso. Así que sí: entiendo que en ocasiones el silencio pueda ser el mejor consejero.