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Encender la luz. Click, y todo se aclara. Un gesto al alcance de cualquiera pero que tan a menudo olvidas. Como si dar con el interruptor no fuese de lo más sencillo, como si tampoco fuera importante. Ese avanzar entre tinieblas lo conviertes en un juego aunque nunca vaya a ser uno divertido.
No quieres ser como ese bonito bar de Gracia que solo destaca de día, cuando nadie puede entrar a tomar uno de sus cócteles. De noche está lleno de modernos y turistas, pero ni siquiera ellos pueden apreciar las coloridas paredes. Favoreciendo la intimidad, los camareros mantienen las lámparas a medio gas, y así no hay quien vea los colores ni las sonrisas que tiene justo delante.
Te gustaría parecerte a la cantante que ayer deslumbró al público junto al puerto. No era Rihanna ni era Brequette pero podría haber sido ambas porque se lo creía. Sobre el escenario, lucía gestos de estrella: echaba la melena hacia atrás, se contoneaba, gemía. Pedía a los músicos que acompañaran sus gorgoritos y ellos lo hacían. Pedía a la gente que se acercara y todos se acercaban. Sí: ella cantaba bien y los demás aplaudían.
Te gustaría ser como las farolas del paseo nocturno. Recién instaladas, blancas. Iluminan un tramo antes oscuro y lo hacen con la luz más potente, porque nada ilumina tanto como una bombilla nueva. Ser como ellas, como la mariposa en llamas, como la luna llena. Brillar incluso de noche, alumbrarlo todo desde lo alto del cielo.
2 comentarios:
Muy buena metáfora la del bar de Gracia: !cuánta gente conocemos que no quiere/ no sabe/ no le sale (versiones para todos los gustos) brillar en todo su potencial!
Es que lo de ese bar es fuerte: de día tiene un mosaico de colores precioso. De noche, no ves nada. Y lo volvieron a pintar hace poco, no sé para qué si no se va a ver. Es como las abuelas que se compraban sofás preciosos y los cubrían con una funda lisa. Hay que mostrarse...
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