The power is not mine, I'm just gonna let it fly
Puedes optar por sonreír cada día. Escuchar canciones alegres en vez de canciones tristes. Confiar en el poder de la atracción para conseguir lo que deseas. Seguir las señales que te guían por el camino de baldosas amarillas. Abrir con curiosidad puertas sin puerta. Pero no puedes modificar el cerebro ni las intenciones de otras personas.
A veces sientes que es tu deber desviar al otro hacia esa ruta que le convendría más. Tienes esa certeza. Lo ves muy claro: le has diseñado una vida mejor, una vida mejor para él y en la que tú te sentirías más cómodo. Y por eso, eres pesado pidiendo, exigiendo, convenciendo. Agotas. Consigues el efecto contrario, porque a nadie nos gusta que nos dicten lo que deberíamos hacer. Nos gusta creernos rebeldes, independientes. Pero tienes tantas ganas de cambiar al otro, que temes que callándote dejarás escapar esa única oportunidad de hacerlo. No te das cuenta de que ese tren nunca iba a pasar por allí, te equivocaste de estación. El tren se aleja y ya no puedes alcanzarlo. Querías un acercamiento pero has logrado justo lo opuesto.
Otras veces, en cambio, esperas callado a que el otro se dé cuenta de sus errores y cambie por sí mismo. Como la mujer que arropa en la cama a su marido borracho, estás atrapado, porque sus errores conllevan renuncias tuyas. Y con cada renuncia, te anulas un poco más a ti mismo. Pero sigues adelante, empeñado en que no pasa nada, en que al final todo saldrá bien; confías en un milagro, una salvación de última hora que le redima. Te parece todo tan lógico que no concibes que el otro no se esté dando cuenta de que necesita cambiar. Esto es un peligro, porque al callar das a entender que no hay ningún problema. Sin querer, le estás dando tu beneplácito a sus errores. Es hora de romper el chaleco salvavidas.
Si exiges un cambio, con tu insistencia como mucho conseguirás el efecto contrario: un alejamiento. Y si callas, seguirás avanzando en dirección prohibida hasta que alguno de los dos tenga que saltar para no caer por el acantilado. "Tienes que preocuparte de ti", me dijo una vez un amigo. Y tenía razón. En nuestra vida no habrá nunca otro protagonista. Es una pérdida de tiempo eso de preocuparse por cambiar a los otros a costa de descuidarnos a nosotros mismos. Dejemos que los demás se equivoquen, aprendan. Si tienen que volver, volverán. Si era el destino, lo descubrirás. Nunca seremos el superhéroe de las vidas de los demás, pero en cambio sí podemos serlo de la nuestra. Aún estamos a tiempo. Atémonos una capa en la espalda, y echemos a volar.