The sun, the trees, the moon, the sea
Te sorprendió. En medio de la playa, un chico meditaba. Piernas cruzadas, brazos relajados, ojos cerrados, cara hacia el cielo. Recibía el sol con una sonrisa ancha y serena. No supiste si la postura era zen o de yoga, pero se lo notaba en paz. Lo tenía todo en aquellos dos metros cuadrados. Todo un universo en su toalla.
A su alrededor la gente hablaba, corría, se ponía crema, jugaba a palas, se daba un chapuzón, gritaba con el agua fría, admiraba los cuerpazos inasumibles, se sacudía la arena, pedía latas de cerveza. Y tú no dejabas de mover la toalla: para alisarla, para que no se separase de la toalla de tu amigo, para que estuviera alineada con el sol. Buscabas bebida y el móvil y el libro y la crema y el agua.
El chico seguía imperturbable, ajeno a tantos pequeños movimientos y grandes insatisfacciones. Luego, en algún momento, sintió que era el momento de bañarse, y se bañó. Se movía con tanta tranquilidad que ni siquiera le viste recoger sus cosas. De repente ya no estaban. Ni él ni su toalla.
Qué envidia. No te gusta envidiar, pero al chico le envidiaste. Su paz. Su ausencia de necesidad. Quisiste sentirte como él y supiste que podrías. Tarde o temprano, sin meditaciones. Algún día no tendrás que salirte de tu toalla para tenerlo todo. Bastará con cerrar los ojos y ahí estará. Sentirás el peso, el calor.