Hay veces que tu vida parece una serie de televisión! Pero no una serie llena de gente guapísima y dispuesta a todo, sino una tragicomedia donde las casualidades más inverosímiles se encadenan para que los espectadores rían y disfruten a costa de los pobres personajes.
El caso es que anoche Enric y yo teníamos planeado ir al cine, estrenaban Los hombres que no amaban a las mujeres y teníamos curiosidad por ver cómo habían adaptado el libro. Así que el martes por la noche ya habíamos comprado las entradas por Internet; eran numeradas y cogimos el mejor sitio posible. Todo parecía meticulosamente planeado: él me vendría a recoger a la tienda, iríamos a cenar y, después, al cine.
Las cosas empezaron a torcerse cuando Enric me llamó para quedar directamente en la FNAC ya que él estaba con sus amigos de la universidad tomando algo. Tenía pensado mandarle a imprimir las entradas del cine pero bueno, no pasaba nada, al lado del cine adonde íbamos (Lauren Universitat) está el cajero de la Caixa, ya los imprimiríamos allí.
A las 20.30, estaba a punto de cerrar la tienda cuando llegó una chica a hacer fotocopias. Por supuesto, la máquina no tuvo nada mejor que hacer que estropearse. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando llega un cliente que en teoría iba a pasar mañana, para recoger una guía. Y voy a cer
rar la persiana cuando
llega un transportista (gente que raramente pasan por la tarde, y jamás un viernes a última hora) con un envío que tendría que estar en el Salón del Cómic, no aquí.
Corro hacia casa... y descubro que el matrimonio del bar de abajo, que llevaban 10 días cerrados por un ataque de lumbago del hombre, estaban abiertos. Y me ven, y salen a explicarme la jugada. Subo a casa, me cambio, dejo cosas para llevarme sólo lo imprescindible y corro hacia el metro... encontrándome por el camino a mi madre, que volvía del Salón del Cómic. La despido deprisa y sigo en dirección al metro.
En la estación, sólo funciona uno de los tornos y se ha formado una cola de turistas dubitativos. Compruebo la hora: estoy a punto de llegar tarde. Ya en la escalera, un matrimonio alemán le enseña a su hijo a bajar los escalones, uno por uno, despacio, con cuidado. Ocupan todo el espacio y los tres van cogidos de la mano, bloquean
do el paso. Veo el metro en el andén. No atienden a mis excuse me, excuse me. La gente que está subiendo en la escalera mecánica les hace señas para que me dejen pasar. Pero ya es tarde, pierdo el metro y tengo que coger otro, que tarda en llegar (¿sabéis cuando el temporizador del siguiente metro empieza a saltar hacia atrás, una y otra vez?).
Ya en plaza Cataluña, corro al FNAC. Son las 21:01. A pesar de todo, sólo llego un minuto tarde. Qué bien, tendremos tiempo de subir al FNAC a comprar el disco de Marilyn Manson. Pero Enric no está. Llega minutos más tarde, acompañado por la Jessica y su amigo Dani. Charlamos un rato y aún así subimos a hacer las compras. Hay cola, pero todo va bien. Son las 21:15, nos da tiempo de imprimir las entradas, cenar en el Viena al lado del cine y ver la peli a las 22:30.
El cajero de Pelai está cerrado a cal y canto. El más cercano no tiene Servicaixa. Decidimos separarnos: Enric se va al Viena a ir encargando la cena, un bikini ("sandwich mixto" para los no-catalanes) para él y un bocadillo de jamón del país para mí. Yo me voy al cajero de la calle Tallers. Abarrotado de gafapasta y sucedáneos de ídem, que van en grupo y sacan el dinero de uno en uno. También hay una señora y su hijo, montado encima de un monopatín. El niño quiere teclear las cosas y ella no para de imprimir papeles y más papeles, al parecer de vida un muerte un viernes por la noche. Quince minutos después, consigo acceder al cajero. Son las 21:45. Y al imprimir las entradas me sale un aviso: cambio de sesión, la película es a las 22:00. Pánico.
Con las entradas en la mano corro hacia el Viena. Ha pasado tanto rato que Enric ya habrá acabado de cenar, "comeré el bocadillo rápido y hacia el cine", pienso. Pues no: Enric todavía está en la cola. Le informo de la situación de emergencia. Cuando nos sirven, lo pedimos para llevar, Enric lo esconde todo en la mochila y nos precipitamos en el cine, que afortunadamente está justo al lado del Viena. Damos las entradas, hacemos cola para las palomitas, que será la cena del Enric. Hay una cola desorbitada, tienen a la misma única empleada sirviendo un sábado a las 16 de la tarde que no hay nadie, que un viernes a las 22 que está toda Barcelona allí. Para aumentar la tensión, hay unas pantallas en las que ves lo que ocurre en el interior de las salas. Justo cuando pagamos las palomitas, empiezan los tráilers de la nuestra. Corremos hacia ella, buscamos a oscuras el sitio. Y empieza la película. ¡Por fin!
Me relajo. Todo ha salido bien. Al principio, sólo bebo para recuperarme de la serie de catastróficas desdichas. Más tarde, aprovecho las escenas ruidosas de la película para ir sacando, con cuidado de no molestar demasiado, el bocadillo, envuelto en papel ruidoso. A tientas, intento discernir cuál es el mío y cuál el bikini de Enric. Uno es cuadrado y plano, el típico bikini, y el otro alargado. Cojo el alargado. Tengo un hambre de lobos. Estoy a punto de llevármelo a la boca cuando descubro que, entre pan y pan, hay algo cilíndrico. "¿Has pedido un frankfurt?", le pregunto a Enric. Y él dice que no. Se habrán equivocado. Bueno, un frankfurt no está mal.
Y lo muerdo.
Y no es un frankfurt. Tampoco es un brastwurt. Ni una simple salchicha. No. Se trata de la butifarra más asquerosa y grumosa que haya mordido en mi vida. Puaj. Lo dejo todo. Me cruzo de brazos, devuelvo mi atención a las desventuras de Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander. Lo doy todo por perdido. Comprendo que todo el día ha ocurrido para que se encadenasen toda esa serie de minúsculas casualidades y acabara mordiendo esa butifarra podrida. Me rindo.
La película muy bien, gracias.
PD: Horas más tarde, Enric admitiría que no había pedido un "bocadillo de jamón del país", sino un "bocadillo de país", a secas. Las "butifarras del país" también tienen derecho a existir jajaja.