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Alberto Olmos - Trenes hacia Tokio

A veces los sueños se cumplen y entonces uno no sabe qué mover.

Vivir en Japón. Suena bien. Suena exótico, bonito, deseable. Alberto Olmos, que se lo conoce bien porque estuvo viviendo y trabajando allí durante 3 años, desmitifica eso de vivir en Japón en la segunda novela que leo de él, Trenes hacia Tokio. El libro se gestó en un blog y quizá por eso cada capítulo parece un cuento casi independiente, una cápsula directa al estómago. Todos tienen un título misterioso (al final siempre se resuelve el enigma y a menudo, al descubrir el por qué del título, no puedes evitar soltar una carcajada). Todos te llevan a ingerir -a leer- la siguiente cápsula. Te horrorizan y quieres más.


No estamos en el Japón de las geishas y los carteles de neón, sino en el Japón de las personas, de los trabajadores, de los estudiantes. El Japón íntimo, el de los deseos inconfesables, los viajes en tren y el aburrido día a día. Alberto Olmos desmenuza la realidad con una prosa quirúrgica, implacable. Ni siquiera es cruel: simplemente dice las cosas tal cual son, tal cual las ve. Destaca detalles insignificantes que le dan una nueva dimensión -absurda, ultrarrealista- a todo.

Su prosa es como una cámara de cine equipada con rayos-x que exploran bajo la ropa, bajo los párpados. Sus metáforas sorprenden, por lo lúcidas. No gasta más palabras de las necesarias. (Me maravilló, por ejemplo, cómo en vez de decir: "Me subo al coche y observo la ciudad al otro lado de la ventanilla", el autor suelta simplemente: "La ciudad se vuelve paisaje". Toma.) Más de una vez, en más de una frase, he querido aplaudir y he odiado al autor por ser tan certero.



Hay en Trenes hacia Tokio una urgencia por llegar a ninguna parte. Pedazos inconexos sólo en apariencia que van hilvanando una historia triste sobre la incomunicación. Y quizá lo más desasosegante sea que sólo se tendría que cambiar algunos nombres propios y marcas comerciales para que la novela pudiera estar ambientada en cualquier otra parte del mundo "civilizado". Y aún así, el ambiente que se describe, los personajes, los protocolos, son innegablemente japoneses. ¿Nos estaremos convirtiendo todos en japoneses?

No todos los trenes van hacia Tokio: solo los que tomo yo. Siempre que entro en un tren, y me siento, y me convierto en pasajero por unos minutos (a veces hasta por unas horas), sueño que voy hacia Tokio, que me llevan a la gran metrópoli, al cenáculo del dinero y del rímel y de las grandes pantallas de televisión. Luego, el tren, sus puertas, se abren a la decepción, una decepción provinciana, con poco dinero, ojeras y televisioncitas.

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2 comentarios:

Tony Tornado dijo...

Uys, guárdame una copia para mi cumple! Tiene super pinta!

Alex Pler dijo...

Te encantará seguro, Tony.

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