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No deixem de fer res, comencem una altra història

Las historias que quedaron a medias. Nada más destructivo. Quizá destructivo no sea la palabra: paralizador. Son, al fin y al cabo, historias que no te permiten avanzar, en las que inviertes energías, convencido de que todavía estás a tiempo de darles un final, desencallar, cambiar el cauce, convertir lo que nunca tuvo que ocurrir en lo que a ti te conviene (o crees que te conviene). Rendirte te dejaría con el "¿Y si...?" clavado.


Dos personas pueden gustarse pero no ser capaces de construir algo juntos. Diferencia de expectativas, lo llamó una vez un amigo. Y me encantó: es la mejor definición. Simplemente  no era el momento. Mental, físico, de todo un poco. No es que no me gustes, es que estoy por otras labores. Los planetas tienen que orbitar mucho para acabar dando lugar a un eclipse, pero hasta entonces no dejan de girar ni de cruzarse con otros planetas de vistosos colores. Las galaxias están para explorarlas.

Ya he comprendido que estas historias a medias pueden servir de trampolín. Y hay que aprovecharlas como tal. Si conoces a alguien con quien encajas a muchos niveles pero por un cúmulo de circunstancias (distancia, edad, planes de futuro, pareja actual, heridas sin cerrar), la cosa no surge... aprovéchalo. Significa que estás justo en la frecuencia adecuada para conocer a otra persona similar. Las energías que gastabas en dar pasos que te mantenían aferrado al mismo lugar, inviértelas mejor en coger carrerilla. Corre, toma impulso y salta. De cabeza. Al fondo de la piscina encontrarás a alguien con quien todo funcione más fácil, como debería. Una historia que empieza para sustituir a otra que nunca terminaba.


Y sobre todo, entiende que incluso lo que nunca ocurrió te trajo cosas buenas. A mí, hubo una historia inconclusa que me inspiró mi primera novela, y por ello doy gracias. Cuando pienso en las horas invertidas, los mensajes y las sonrisas que lancé, al ver el manuscrito que nació como consecuencia, sé que todo mereció la pena. Otros, gracias a historias similares, empiezan a hacer fotos, estudian cierta carrera, se cambian de ciudad o de país, conocen a nuevos amigos... Todo trae cambios y de ellos se aprende siempre. Porque creces. Los diques como preludio del agua desbordada.

La verdad es que ahora creo en las cosas sencillas. Exploro las galaxias en busca del próximo planeta que me acoja. Ya no ruego, fluyo. Y espero que tú lo hagas conmigo.

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Salmon Fishing In The Yemen

"You and me... Is it theoretically possible?
In the same way a manned mission to Mars
is theoretically possible?"

La pesca de salmón en Yemen. "Con ese título...", podrías pensar. O con ese póster (aunque a mí el póster me gusta: los colores y esa intimidad compartida en el embarcadero). Descubrí la existencia de esta película el día que fui a ver [REC] 3 y desde entonces ardía de ganas por verla. Ewan McGregor era una garantía (ya van unas cuantas "películas favoritas" que él protagoniza), pero Emily Blunt también, la adoro desde Destino Oculto y sobre todo esa gran comedia disfrazada de frivolidad que es El Diablo Viste de Prada.


Criar salmones en el desierto. El capricho improbable de un jeque árabe se convertirá en la misión del Doctor Jones y la señorita Chetwode-Talbot. Tendrán que conjugar fe y ciencia para que lo teóricamente posible se convierta en algo definitivamente real. Como el amor: sutil y tierno y tangible como una mano que se acerca a la tuya. Desde los créditos iniciales (con ese agua que cambia de color y esos salmones saltando encima de las letras) ya sabes que lo conseguirán. Es una película que apuesta por el optimismo a prueba de bombas. Porque se trata de la única forma de que el mundo funcione. Creyendo (sabiendo) que ganarás.

Es una comedia inesperada. Moderna y mordaz. Y muy romántica. No me la esperaba así, esperaba algo más pausado o intimista, y para nada. Carcajadas y ritmo. La presentación de personajes está tan bien hecha que solo con una escena ya sabes cómo son y qué esperan de la vida. Ya sabes que Harriet y Alfred se necesitan o, mejor dicho, se complementan. A destacar la jefa de prensa del Primer Ministro, una pletórica Kristin Scott Thomas que se come la pantalla en cada una de sus escenas, incluso en las que solo se la ve chateando.


Pescar requiere paciencia. Encontrar el anzuelo adecuado, fabrícarselo si hace falta. Un buen río, tiempo, silencio. Lanzar la caña, volver a lanzarla, esperar, confiar que picará. Alfred y Harriet están al final de algo y por tanto a las puertas de otro algo mejor. No tienen prisa. Habrá que remontar el río, está en nuestro ADN.

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Take Shelter

El fin del mundo está siendo un filón para el cine. Me pregunto qué harán las productoras a partir del 22 de Diciembre. Qué estrenarán, qué nueva fecha buscarán para sacarle filón, porque el año 3000 queda muy lejos. Take Shelter sigue los pasos de Melancholia de Lars Von Trier (alguien convencido de un apocalipsis inminente sin que su entorno le crea), pero lo hace disfrazada de peli indie. Cuesta empatizar con el protagonista, la verdad; suerte que lo acompaña Jessica Chastain.


Eres libre cuando no tienes nada que perder. De eso solo te das cuenta cuando has construido una casa, y la habitas, te acompañan tu esposa y tu hija, una pequeña felicidad entre las idas y venidas del trabajo. No es gran cosa, pero es una cosa, y te hace feliz. Y la sola idea de perderlo, de que llegue una tormenta bíblica que lo arrase todo, te tortura.

Esa tortura es el hilo conductor de Take Shelter, que poco a poco, sin que te des cuenta, va acumulando una atmósfera enrarecida, malrollera, enfermiza incluso. Tensión invisible de las que dejan sin aliento. No es una película fácil ni tampoco tengo muy claro que su final sea el más acertado (cinco minutos hay uno bastante mejor).


Te gusta ganar. Tener el control. Saber que los demás confían en ti, a ciegas. No quieras saber el futuro, evítalo. Es mejor así. Disfruta de lo que sí tienes ahora. El presente. Disfrútalo como si fuera a terminar en este mismo segundo. Abrázalo. Abrázalo muy fuerte, bésalo.

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Y gané el concurso de solteros con recursos

Dices que no quieres más. Te ha preguntado tu abuela si querías repetir, el cucharón ya avanza hacia tu plato, y dices que no, de verdad, estaba muy rico pero no, gracias. No es que no te apetezca; lo haces por quedar bien, por no ser un glotón, por el qué dirán, porque ya has comido lo que te tocaba equitativamente y tampoco hay que pasarse. Al final te quedas con hambre. Llegas a casa y te zampas lo primero que veas en la nevera.


El otro día te hablaba de mi cuaderno de visualización. En él, voy anotando las sensaciones que quiero experimentar. Las cazo al vuelo y las anoto. Cosas sencillas: una mano por el hombro, un susurro erótico, ver a un desconocido leyendo mi libro. Pues lo curioso es que cuando han empezado a materializarse algunas de ellas, no recordaba haberlas anotado siquiera. Me ocurrían cosas y me parecían insuficientes. "Quiero más", dije, protesté, exigí. Y entonces, de casualidad, consulté el cuaderno y me di cuenta de que estaba ya todo allí. Quise que me cogieran la mano en el cine y me la dieron. Quise que cocinasen para mí y cocinaron. Era lo que había pedido, ¿por qué me quejaba?

Pronto entendí el problema. No había pedido suficiente. Como a mi abuela, le había dicho al cuaderno: "no, de verdad, estaba muy rico pero no, gracias". Y ahora tenía hambre. Anotaciones tímidas que daban sus frutos tímidos. Pero en el fondo yo quería repetir, quería postre. ¿Por qué no lo anoté? Porque no sabía que lo quería: ésa fue mi primera intuición. Luego tuve que ser sincero conmigo mismo. No, saberlo lo sabía, pero no creía que merecerlo. Me aterraba quererlo, incluso. Los cambios, otra vez. Y ahora estaba entre dos aguas, entre lo que había pedido y lo que desearía haber pedido. "Pues apechuga", me dije.


Cuando crees que no lo mereces, apuntas bajo. Eres modesto. Cauto. Esperas a que alguien te dé permiso, pero lo que no sabes todavía es que nadie te lo dará jamás. Solo tú puedes dártelo. Muchas veces no es fácil reconocerse a uno mismo lo que de verdad quieres, pero para eso el cuerpo es sabio y te va guiando. Escalofrío a escalofrío, mariposa a mariposa. Afinas la frecuencia y te vas acercando. Por eso, tienes que atreverte, callar al yo racional, pedir más, a lo grande, para que llegue eso grande que mereces, que sabes que mereces. Y llegará.

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Imperial Teen - Feel The Sound

Feel The Sound da ganas de enamorarse. De que la primavera surta efecto, de que te invadan otra vez esos nervios tontos antes de una cita, de que puedas ir de la mano bajo el sol y la lluvia, cantando los dos porque qué otra cosa se puede hacer cuando solo te apetece cantar la misma melodía una y otra vez. Tiene la frescura de un primer disco pero ya es el quinto del grupo, y en el fondo se nota el buen hacer de quien tiene muchas tablas.


Suenan a grupo de chicos y chicas recién salidos del instinto cuando en realidad son cuatro integrantes ya entrados en la cuarentena. Estos intentos de sonar juveniles suelen notarse forzados (Megalomania de Aqua, ciertos momentos del MDNA de Madonna...) pero a Imperial Teen les sale todo tan natural que ni siquiera viendo fotos de los miembros del grupo se rompe el hechizo. "Seguro que son los padres", piensas negando la evidencia. Será ese punto de ingenuidad, esas ganas de jugar a badminton, esos chapoteos en la playa, los estribillos perfectos o los juegos de voces en la mejor tradición pop. El caso es que funciona, y de qué manera.

It's You es atemporal como la canción del tráiler de una buena comedia romántica. Es inevitable querer comerte el mundo mientras escucho Runaway, la fuerza juguetona se contagia. No Matter What You Say sonará pronto en un anuncio, es de justicia, y sino ya lo rodaré yo: parece poca cosa, pero entonces llega el estribillo y los pies se te van con ellos. Digas lo que digas, te apetece bailar. Over His Head me ha recordado a The Sounds, y lo digo como piropo, tiene algo de esa contundencia sueca. El disco pasa muy bien porque la mayoría de las canciones rondan los 3 minutos y medio (una ni siquiera llega los 3 minutos) y todas comparten esa atmósfera de estar flotando, de revivir tras el invierno.


Feel The Sound es, en definitiva, la banda sonora oficial de la primavera: escúchalo si estás enamorado, pero escúchalo también si quieres estarlo: con estas canciones luminosas sonando en tu reproductor, alguien llegará seguro. Alguien que te cogerá sin previo aviso y levantará el vuelo contigo para dibujar las nubes. Y te sorprenderás cantando Don't Know How You Do It. Tu mundo se habrá trastocado, no entenderás qué ocurre, por qué las cosas funcionan de una manera nueva ni por qué ésa sonrisa te llena tanto. Quizá sea porque la has provocado tú. Tendrás que admitirlo: el chico te gusta. La canción podría alargarse hasta la eternidad, y no te cansarías. Porque, a veces, para sentirte vivo basta con tararear unos simples "da-dara-dara, da-dara-dara".

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Kiseki (Milagro)

"Imagínate que todo fuera perfecto. Te ahogarías."

De una película por encargo también puede salir una obra muy personal de su director. Por ejemplo, el Drácula de Coppola. Una de esas películas en la que el autor se deja la piel y su impronta única, quizá precisamente porque no pretendía hacerlo. Un proceso casi inconsciente. Algo así ocurrió con Kiseki, proyecto que llegó a las manos de Kore-Eda con un objetivo doble: promocionar la nueva línea de tren de alta velocidad y dar protagonismo a los hermanos Maeda, dos jovencísimos cómicos ya bastante famosos por esas tierras.


Estas dos premisas vertebran el relato: dos hermanos que viven separados pretenden pedir un deseo gracias a la energía que, según han oído, produce el cruce entre dos trenes shinkasen. Las dos horas previas a ese clímax son un recorrido por el mundo de ambos niños y sus amigos. Redescubres el mundo a través de su mirada ingenua. El día a día del colegio, los profesores que pasan del enfado al estímulo, las aventuras y las horas muertas que disfrutas con los amigos, cuidar de tus padres como si fueras tú el adulto... Vuelves a ser niño, sí.

La película conquista por su naturalidad. Luego lees las notas de producción y entiendes por qué: no se dió guión a los niños, se les pidió que actuasen tal como lo harían viviendo esas escenas. Se les daba objetos para que interactuasen con ellos a voluntad. Por eso se les nota tan espontáneos, tan distintos a los robóticos niños que suelen poblar las películas. Kore-Eda sabe cómo darles alas, cómo aprovechar esa improvisación para que la película gane enteros. Y así es cómo una película costumbrista levanta el vuelo y se convierte en algo más, una fábula sobre las infinitas maravillas del mundo.


Ayer descubrí una cita de Oscar Wilde que le vendría muy bien a Kiseki: "La suerte es una ciencia: si creas las condiciones, obtienes los resultados." Eso son los verdaderos milagros. Y lo entienden muy bien los niños. Ellos todavía creen en la magia porque nunca habría que dejar de creer en ella. Y aprenden que todo es perfecto tal como es, porque no podría ser de otra manera.

Ayer, por Sant Jordi, una amiga me regaló un libro infantil, y me conquistó. Porque me gusta ser un niño de 29 años, porque solo los niños comprenden la grandeza de las cosas inconexas: tu reflejo en una campanilla, los golpes de una mano en el hombro, un perro en la mochila, el sabor sutil de un pastelillo, la caricia de unas flores... Momentos al margen del camino, porque la meta no importa. A la meta ya llegarás algún día, si es que llegas; por ahora, disfruta. Acepta que hay piedras y pasos elevados, que las cosas no son perfectas precisamente para que puedas tomar desvíos y compartirlos con la gente especial.

"Al final no pedí un deseo. Escogí el mundo."

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This way could be my Book of Days

Se puede leer por muchos motivos. Y se puede leer todo tipo de libros, que para eso los venden. Lo importante es que, con un libro en las manos, seas invencible. Sí, invencible porque el buen libro te aísla: deslizándote por sus páginas no estás exactamente aquí, aunque realmente te sientas más aquí, más tú que nunca. Te aferras tan fuerte a esa piedra de papel encuadernado. Durante esas horas es lo único que tiene sentido. Y eres feliz, porque de eso se trata, de esa  plenitud, de cerrar un libro con la sensación de que estás un paso más cerca. ¿De qué? Ya se verá. Dependerá de ti, del libro, del camino.


El primer libro del que tengo recuerdos (aunque, por supuesto, no fue mi primer libro) se titulaba Quan la Tina marraneja. Tendría yo 6 o 7 años y, como es lógico, a esa edad no le veía ningún doble sentido al título. Solo sabía que era infumable. A Tina no le gustaba la col lombarda y a mí no me gustaba que me explicasen que no le gustaba la col lombarda. No me aportaba nada. O no conectábamos. Leí una y otra vez aquel primer capítulo, un bucle creado por mi propio aburrimiento, como si a base de releerlo, las desventuras alimenticias de Tina fueran a volverse interesantes. Sobra decir que no me acabé el libro a tiempo para el examen.

Mi idilio con los libros podría haber terminado ahí mismo. Pero tomé otra decisión: leer solo los libros que me gustasen. O como mínimo los que me atrayeran, porque ya lo he contado otras veces: los libros te llaman, sientes que tienes que poseerlos a toda costa, como Bastian al ver el volumen de La Historia Interminable en la librería de Koreander. Tuve la suerte de que mi madre y sobre todo mi abuela alimentaran esta sed lectora sin poner trabas. No todas las abuelas regalarían un ensayo sobre Jack El Destripador que se le ha antojado al nieto de 11 años; la mía sí, y por eso (y por muchas otras cosas) la quise tanto. Ahora sonrío cuando, en mi tienda, alguna abuela no se atreve a comprarle un tomo de Dragon Ball al nieto. Si supieran...


Con los libros he crecido. Pegué el estirón leyendo a Stephen King y Michael Crichton, desembarqué en la edad adulta de la mano de Terenci Moix, durante mis primeros trabajos basura encontré consuelo en las páginas furiosas de Chuck Palahniuk y David Foster Wallace, refloté el año pasado con la compañía de Albert Espinosa, los samurais, Javier Montes, Mathias Malzieu... Cuando he cambiado de casa, siempre ha habido unos títulos y unos autores que tenían que venir conmigo sí o sí para que aquellas cuatro paredes se sintieran como un hogar. Luego ya llegarían los muebles. Son estufas, los libros. El placer del agua cálida en verano.

Así que... ¡Feliz Sant Jordi a todos! Especialmente a quienes, como yo, hoy no vayan a recibir un libro. Pero nos lo autorregalaremos. O cogeremos uno de la estantería y lo releeremos. O lo escribiremos, si es necesario. Sea como sea, leed mucho y leed a gusto.

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The stars and the sun dance to your drum

Todos tus mañanas podrían ser así. Hundirías las manos en botes de pintura y esparcirías los colores alrededor, convertirías tu mundo en un cuadro de Pollock, un vídeoclip de MIKA. Saltarías de charco en charco. Todas tus tardes podrían ser así. Fotografiarías cada puesta de sol dorando los tejados, dorando aquella azotea con plantas exóticas que algún día compartiremos. Viajarías, volarías, merendarías cada tarde algo distinto. Todas tus noches podrían ser así. Especiales como las noches de verano, cuando solo importan los mojitos y la música del concierto al aire libre y el escalofrío de la brisa y el mimbre clavándose en los lugares que luego habrá que acariciar. Toda tu vida podría ser como te gusta, sí. Hay algo que te frena. Tú.


Ayer salí a hacer fotos. Estrenaba una cámara analógica, de las de carretes de 36 fotos. Me la regalaron hace ya año y medio y todavía no me había atrevido a usarla. Tenía pensadas mil fotos que haría pero siempre pensaba: ¿y si no pongo bien el carrete, y si me equivoco con la configuración, y si al reverlas salen todas blancas? Yo, que de pequeño me encargaba de la cámara familiar y cambiaba carretes con toda soltura, ahora prefería esperar. A aprender por arte de magia o a que alguien me enseñase, un tutorial como colofón de una cita más o menos romántica.

Sí. Ayer salí a hacer fotos y eso fue lo que hice. Fotos. Por instinto. Sin pensar en el revelado futuro. Riéndome de la posibilidad de que hubiera colocado mal el carrete y por tanto no hubiera fotos que revelar. Daba igual. La tarde de Barcelona invitaba a quitarse la chaqueta y el sol resaltaba detalles nuevos en cada rincón. El placer de cada click. Disfrutar la ciudad con ojos de turista, cruzarla entera, desde mi barrio hasta el mar. Y me sentí bien. Por fin lo hacía, por fin me atrevía.


También me compré unas gafas de sol. Las primeras de mi vida. Siempre pensaba: "Algún día encontraré unas gafas de sol que me queden bien". Pero a todas les ponía pegas. En verano iba con el ceño fruncido y uno de los ojos medio cerrado. Pero ayer las vi. Mis gafas, molonas como ellas solas, y las compré. Hay que hacer las cosas que te gustan. Sin esperar a que llegue el momento perfecto, porque el único momento es ahora. "La felicidad no existe. Solo existe ser feliz cada día", dice Albert Espinosa, y he comprendido que tiene razón. Todo lo demás son excusas y a mí no me interesan. Mueve los pies. Primero uno, luego el otro: ya has dado un paso. Ya estás junto al bote de pintura. Ahora ábrelo, a ver qué pasa.

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Rufus Wainwright - Out Of The Game

"Sometimes you need a stranger to walk with."

"No te vayas", susurras con el emocionante crescendo de gaitas que despide el último tema, Candles. Todo el disco sirve de escenario para la batalla dulce entre los holas y los adioses. Conseguir lo que querías y estar a punto de perderlo. Saberte muy frágil porque por primera vez en mucho tiempo te sientes invulnerable. ¿Cuánto durará? No lo sé, pero no te vayas. Ya has perdido antes, ahora quieres ganar, ya te toca: que cada encuentro suene tan triunfal como Welcome To The Ball.


El título del álbum no podría ser más irónico. Rufus Wainwright está aquí totalmente dentro del juego, consciente de la calidad del material que ofrece, amo y señor de su talento, como en la portada. Lo ha vendido como su disco más pop, yo opino que esa definición solo es una máscara. Porque ni la producción de Mark Ronson, a ratos gospel (Jericho, sobre todo), a ratos soul de local polvoriento, y a ratos casi synth-pop, puede esconderlo: éste es el disco más sincero del cantante. Por eso su voz suena menos teatral que otras veces. Le basta con sentir las letras.

Tenía muchas expectativas puestas en este disco, después de que la canción Out Of The Game fuera la banda sonora oficial de mi viaje por Granada. La primera escucha me dejó descolocado. Sí pero no. De igual modo que hay personas de las que no te prendas hasta la segunda vez que los ves ("¿pero cómo no me fijé en lo guapo que era antes de ayer?"), el álbum me conquistó a la segunda escucha. Los coros fueron abrazándome, las letras fueron calando, los sonidos se tornaron cálidos, llegó la conexión, los brazos desconocidos que se rozan en la penumbra. Rufus sonrió y yo con él. Os invito a sentir lo mismo.


Se le nota enamoradísimo en canciones como Respectable Dive (lanzarse a la piscina pero con cabeza, vestido de gala) o sobre todo Song For You: viene a ser el Your Song de Rufus, una declaración de amor en toda regla: "podría escoger muchas letras, pero solo hay una canción para ti". Tiene algo de créditos finales de una película romántica. Casi todo el disco suena así, en realidad: pomposo pero con los brazos abiertos. La sinceridad inspira ternura.

También hay cápsulas del tiempo: Montauk es una carta para su hija sobre las futuras visitas que hará a sus dos padres cuando sea mayor y se haya emancipado. Perfect Man llega directa de los años 40, y no es la única. El tiempo deja de tener sentido porque Rufus Wainwright solo quiere compartir su felicidad actual, recién casado y con una hija. Hubo pérdidas pero él ha ganado (solo así se comprende que una canción titulada Bitter Tears suene tan victoriosa). Tiene zapatos nuevos y un traje nuevo y hasta un bastón que en realidad no necesita. Canción a canción, comparte viñetas de su presente a las que te permite asomarte.


Para cuando llega Sometimes You Need, descubres una necesidad que guardabas muy dentro, tan enterrada que ni siquiera sabías que la tenías. Rufus te comprende, se ha metido en tu cabeza y lo saca todo a flote. Y querrías llorar. Un abrazo eterno, de los que ahogan, para no ahogarte. En este momento, en este abrazo que podría durar horas, eres feliz. El sofá es un océano para nosotros. Sin soltarte, Rufus susurra un Quédate en Madrid a la inglesa: "Let's get lost in Los Angeles". Nada más romántico. Y crece la música, como en los cuentos de hadas, crece y crece porque te has quedado.

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Garden State / Algo en común

"Good luck exploring the infinite abyss."

Mi consejero oficial de cine me regaló Algo en común por Reyes, aunque la película tuvo que esperar a esta semana para que pudiera verla. Acompañado por una entusiasta Natalie Portman, Zach Braff ejerce de director, guionista y actor protagonista, igual que hizo Josh Radnor en Happy Thank You More Please. Y también igual que HTYMP, tiene un buen reparto y apuesta por una reinterpretación indie de las clásicas chico-conoce-a-chica.


En este caso, chico siempre deprimido conoce a chica siempre sonriente. Él ha aprendido a esconder la verdad; ella, a mentir. Él evitaba a toda costa volver a su pueblo, y por tanto revisitar el pasado; ella cría hámsters a decenas, quizá le gusta su vida efímera. Ambos conectan al instante: a ella le atrae su torpeza inexperta, a él, su risa. La música que le enseña. Tienes que enamorarte de alguien que en vuestra primera conversación te dice: "Esta canción te cambiará la vida".

La galería de secundarios de la película da color a la cinta: un enterrador, un explorador, un inventor, una ama de casa que canta en los funerales... Eso sí, en ciertos momentos desearías que los protagonistas disfruten de otro rato a solas. (¿No notas nada raro ya en el póster? No es habitual que para promocionar una comedia romántica salgan tres personajes o un número impar: siempre hay uno que estorba, que no pertenece allí. Luego llega la escena del póster y tus ojos solo ven a los personajes de Zach y Natalie, subiendo a la grúa, gritándole al mundo su euforia. Ellos dos son la película.)


La banda sonora está a la altura de lo que esperarías sobre una historia de amor entre dos personas peculiares. Coldplay, Zero 7, The Shins, Nick Drake, Simon & Garfunkel... Guitarras suaves, compases ensoñadores, canciones de las que te dan ganas de volar, como hacen ellos junto a la chimenea. Una de esas buenas selecciones de temas que apetece escuchar de vez en cuando, porque te hacen compañía.

Creo que Algo en común tiene también cierto punto Beginners, ya que trata de volver a empezar como si fuera tu primera vez. La capacidad de perdonarse a uno mismo para reconciliarte con el pasado y así avanzar. Entender que una simple pieza de plástico puede cambiar tu vida y un accidente terminarla en cualquier momento. Si te tortura el pasado y planificas meticulosamente el futuro, no queda tiempo para disfrutar lo único a tu alcance: esos momentos mágicos que compartes con la chica que ríe. Hay que coger al vuelo las oportunidades. Ya se te ocurrirá sobre la marcha cómo encajar las piezas. Que la muerte te pille jugando, como a los hámsters.


"So what do we do?"

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I'm gonna get dressed for success

"Perdóname, que hoy estoy fea", me dijo una amiga el otro día. Estaba llorando mientras me explicaba unas preocupaciones familiares. El té se le enfriaba y yo la escuchaba dando sorbos breves a mi capuccino. Sonreí: "Estás muy guapa". Y era verdad. Es guapa de por sí, esta chica, pero aquella tarde, quizá gracias a las lágrimas, los ojos le brillaban como hacía años que no se los había visto brillar.


Siempre somos guapos. Siempre estamos buenos. Siempre deslumbramos. Es cierto que hay días que te miras al espejo y te ves distinto, especialmente apetecible, y eso te genera confianza en ti mismo. Pero en fondo eres consciente de que no te has transformado, eres la misma persona que antes de mirarte al espejo. Así que entiéndelo: brillas incluso llorando, incluso borracho tras unas copas de vino, incluso las noches de lluvia. No seas una de esas personas que alejan a los demás porque dudan de su propia belleza. No hay nada menos sexy que rechazar un cumplido. Estás bueno, créetelo. Da las gracias cuando te digan lo guapo que estás.

Que no te pillen dando un paso en falso. A todos nos ha pasado: te cruzas por casualidad con alguien especial y piensas: "Ojalá me hubiera vestido mejor. Ojalá me hubiera peinado antes de salir de casa. Ojalá... Así se habría fijado en mí". Hay que convertir esos ojalás en costumbres. Sal de casa siempre bien vestido, siempre bien peinado. Date el lujo de echarte cada mañana unas gotas de colonia y perfume. Cualquier día puedes querer dar un giro de timón y tienes que estar preparado.


Aunque vayas a quedar con un amigo al que no quieres impresionar (al fin y al cabo, es solo un amigo), prueba a estar deslumbrante también esa tarde. Igual te presenta a unos amigos y uno de ellos te hace sonreír. Tendrás que conseguir que él sonría al verte también. Siempre actitud triunfadora, siempre sonriente. Si tienes que pedir perdón, que sea por estar tan guapo también hoy.

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Those who run seem to have all the fun

"Solo hay que esperar un poquito y el futuro está ahí". Eso soltó el otro día mi amiga amarilla, creo que sin pensarlo. Hay gente con ese poder de dar con la frase exacta en el momento justo. Olvidamos a menudo que el tiempo tiene una manía: avanzar. Igual que un río siempre llega al mar por más meandros que tenga, hay que confiar que las cosas fluirán siempre a nuestro favor. Facilitarles el camino sí, forzarlas no. La prisa lleva a la precipitación y ésta nos aleja de los aciertos.



Me acuerdo a menudo de este párrafo de La vida de hotel de Javier Montes:

No vale la pena correr. Basta con caminar al paso que más se acomode a los pies de uno y se acaba llegando a donde se iba a llegar en cualquier caso. O quedarse quieto: últimamente me da la impresión de que son las cosas las que andan. Solo hay que esperar sentado: no fallan, porque nada falla nunca y todo sucede.

Eso lo noté al volver de Granada. Supongo que cada ciudad tiene su propio ritmo, y el de Barcelona, al volver de un fin de semana de relax, me golpeó en la cara. De repente me encontraba corriendo por las escaleras del metro, contagiado por el estrés de la gente. Carreras, coches que pitan, no llegar a tiempo, cruzar semáforos en rojo, obligaciones, horarios que cumplir, impaciencia cuando las cosas no llegan.

Añoré volver a la tranquilidad de caminar por las calles por el simple placer de hacerlo. Girar por las esquinas que me gustasen, dejarme guiar por las señales, explorar sin mapas porque confiaba que acabaría llegando a mi destino. Y llegaba, y siempre era mejor, más bonito, de lo que esperaba. Siempre había alguna sorpresa recompensándome. Así que, en Barcelona, opté una mañana por pararme en el semáforo en rojo. No pasaban coches y la gente ya cruzaba a la carrera. Yo me esperé a que cambiase a verde. Tampoco corro ya escaleras abajo del metro: cogeré el siguiente.


No puedes manipular el semáforo ni acelerar el metro. Y de todos modos llegarás a la otra acera, a la siguiente estación. Disfruta del trayecto, de la espera: haz fotos mentales de las fachadas, las nubes en el cielo, escucha una canción más, lee otra página. Tampoco puedes influir en las personas. Cuando tengas la tentación de meterles prisa a tu conveniencia, acuérdate de cuando corrías para llegar antes, cómo sudabas y resoplabas y sentías el corazón desbocado, saliéndote por la boca. A los demás tampoco les gusta eso, así que no les apremies. Permíteles avanzar a su ritmo, paso a paso. Sonríeles desde la distancia. Bastará con ese faro, porque las sonrisas y la seguridad muestran el camino. A su llegada, un abrazo. Gracias. Más, por favor.

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Banana Yoshimoto - Recuerdos de un callejón sin salida

"De esto se trataba..."

Debía de estar reservándome para este libro. Tras varios intentos dejados a medias de adentrarme en el mundo de Banana Yoshimoto, por fin he conectado con una obra suya. Además, es su favorita, según cuenta en el epílogo. También asegura que son las historias más tristes que ha escrito jamás. Curioso, porque a mí no me han parecido en absoluto tristes ninguno de los cinco relatos que componen el libro. Todo lo contrario.


Son historias sobre la esperanza, sobre el reencuentro con uno mismo. Por eso me parece tan acertado el título: Recuerdos de un callejón sin salida. Solo tiene recuerdos quien ha sobrevivido. Quien sale de ese callejón, pone el pie de nuevo en la calle principal, luce una sonrisa y da las gracias por estar vivo. Quien entiende que la luz filtrada a través de las cortinas da más color a la estancia. Y los fantasmas pueden dar pie a una historia de amor y un fracaso amoroso traer a tu vida la amistad de los amarillos (¿será casualidad el color de las flores de la portada?) y un envenenamiento dar pie a esa reconciliación con el pasado que te hará libre.

Las protagonistas de Banana Yoshimoto son chicas vulnerables y tan ingenuas que ni siquiera se dan cuenta de que algo les faltaba hasta que el destino las arrolla para que crezcan. Y son más fuertes de lo que creían. Y tienen la felicidad a su alcance. Aquí, ahora. Solo tenían que saberlo. Solo tenían que desearlo. Ir a por ello. El libro es efectivo porque en menos de 200 páginas, cuenta cinco historias de transformación. Su estilo sencillo, de frases limpias, como cazadas al vuelo una mañana de primavera, subraya el mensaje: todo es más fácil de lo que parece.


Propongo que cada lector se atreva a escribir el sexto cuento. Se podría titular "La última pieza". Pero para colocar esa pieza, primero tienes que ir a la tienda a comprar el puzzle, eliges uno bonito, preparas entonces en casa una superfície adecuada, en una habitación tranquila y con mucha luz, reservas un poco de tiempo, te relajas, distribuyes las piezas por colores, creas el borde primero, eso es lo más fácil, cotejas, colocas piezas por instinto, dejas atrás las preocupaciones y poco a poco, sin darte cuenta, ese inmenso hueco del principio se habrá llenado, ya solo queda un punto ciego. Pero esa última pieza es la más importante. Pagaste por el placer de colocarla. El placer definitivo de haber completado el puzzle. Es su razón de ser. Rebusca en la caja, ahí está, colócala. Ahora sí, ahora admira el resultado. Es tu vida.

"Estoy aquí, ahora, con mi cuerpo, mirando al cielo.
Éste es mi espacio."

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Perdernos por el guiri con una historia fácil

Pastora son hoy por hoy mi grupo español favorito. Y es curioso, porque no tengo ningún disco original de ellos ni he ido a un concierto suyo, todavía. Sus canciones fueron llegando con cuentagotas: una terracita de verano (Lola), una mañana de 2005 en la FNAC (Invasión), una mixtape sobre echar de menos (1000 Kilómetros), un enlace de YouTube (Un Pedazo De Tierra). Pasaron los años (tienen esa manía) y entonces exploré Spotify y los encontré enteros y sus discos se convirtieron en refugio insustituible.


La Vida Moderna es perfecto de principio a fin, un tesoro que atesoro, pero Circuitos De Lujo y Un Viaje En Noria no se quedan atrás. Pastora los asocio con la noche, con Barcelona, con la soltería, con las ganas, con el tirar p'alante, con camisas que se desabrochan y manos que se alzan al aire antes de tirarse a la piscina. Tienen canciones para todo. Y sobre todo hacen mucha compañía. Hacía tiempo que deseaba rendirles homenaje con una playlist que resumiera todo lo que me transmiten. Gracias, Pastora.


13. Chaleco Salvavidas
Pastora dan siempre en el clavo con sus metáforas. Nada transmite mejor las ganas de vivir a tope que ese "Me compré un chaleco salvavidas y lo rompí para sentirme viva". Desde Mecano creo que no había ningún grupo en español tan hábil con el lenguaje. El lenguaje cotidiano, las palabras tontas que, de repente, cobran sentido.
Si me sentí sola, me pido perdón.

12. Lola
Pastora suenan a despreocupación de verano. Esas noches que tus amigos y tú bailáis muy sueltos en una terraza y la brisa os despeina. Mojito en mano, te salen frases graciosas. Confidencias y bromas privadas que alguien sube luego a YouTube. Pastora suenan así de espontáneos, canciones hechas como sin querer, por el mero hecho de pasarlo bien, que es como hay que hacer las cosas. Sin preocuparse, dejándose llevar, buscando follón. La felicidad está tras esa esquina.
Las cosas no se hacen solas, que pa' tenerlas hay que querer.

11. Mundo Interior
Pastora exploran los mundos interiores. Las cosas que no expresarías y las que te gustaría saber del otro. "Esto lo podría haber escrito yo." Dan forma a lo que tú también pensaste una vez y lo expresan con la misma complicidad que habrías usado para contárselo a un amigo ("piropo", "pa' fuera", "muy, muy, muy hondo"). Quizá por eso consiguen que siempre te sientas en casa, buceando en tu sofá.
Siento meterme en tu mundo interior pero no vale la pena tener un mundo interior y no sacarlo pa' fuera.

10. Octubre
Pastora retratan la fuerza que se esconde detrás de la fragilidad. Seguir caminando a pesar de que te tiemblen las piernas, porque sabes, o intuyes, que es allí, en el horizonte, a lo lejos, donde está el futuro. Sus canciones son ideales para recordar tu dignidad. Hay más gente que se sintió pequeñita y por eso creces. Así que sigues buscando. Se lo debes a ellos, te lo debes a ti. Esta canción es una buena muestra de todo esto.
No sabía que si quería podía tener lo que quería.

9. Cósmica
Pastora contraatacan siempre con una canción desconocida. Aquella a la que no le hacías caso y que de repente te parece la mejor del disco, o casi. Cósmica, por ejemplo. Otras las tenía muy claras pero ésta ha llegado en el último momento, y podría haber sido cualquiera de sus tres últimos discos. Cósmica también es un buen ejemplo de esos pedazos de historia que entreves en sus canciones: querrías saber más de esos personajes.
Jugaba a ganar, ganaba jugando y cuando perdía se disfrazaba de cheque sin fondos.

8. Cuánta Vida
Pastora huele a sexo. El sexo indeciso y el sexo eufórico. La química desatándose, las sábanas convertidas en torbellino, revolcones místicos, alfileres que cosen heridas. Convierten en trascendente el día a día. Cualquier instante es mágico para Pastora, en una mirada intensa tienen material para veinte canciones.
Una mano que salta y me cubre la espalda, dónde me llevará.

7. Archivo De Palabras Tristes
Pastora son especialmente certeros hablando del desamor. Sin dramas, ojo. No hay desgarro en Pastora porque solo cantan las cosas tal y como ocurrieron. Pero esa sinceridad hace que sus canciones sean más punzantes. "Que no cunda el pánico: todo mereció la pena", parecen susurrarte al oído. Cápsulas del tiempo que se pierden en el espacio. Silbidos de despedida antes de cerrar el álbum de fotos.
Se llevó el sabor de las ganas de querernos, se llevó un amor que un día creí que era eterno.


6. Desolado
Pastora te acompañan siempre en tus paseos por Barcelona. Así es cómo hay que escuchar esta canción: de noche paseando por las calles húmedas de Barcelona. No ves los semáforos ni los coches, los árboles son solo sombras, y los labios se mueven solos: "¿Dónde vas?". Tendrás al grupo detrás, cantándote allá donde vayas, tendiéndote una mano invisible cuando estés a punto de tropezar. Y sin darte cuenta, te conviertes en el protagonista de un libro que emocionará a la gente.
Solita por la calle desidia, que es donde se pierden las niñas que van de excursión.

5. Dolços Somnis
Pastora te susurran nanas al oído. Da igual dónde o cuándo escuches Dolços Somnis. Estarás a punto de dormirte, ese momento dulce cuando ya piensas en el despertar, cuando nada más abrir los ojos, verás un espejo. Es la canción que me suelo poner volviendo de fiesta, el trayecto entre el baile y la cama. Reconforta.
I que t'estimin així, com és, i que al matí puguis tenir la pell radiant. Parlava tranquil·la, calmada, infinita, somiava serena, pausada, dormint.

4. Grandes Despedidas
Pastora le dan la vuelta a la tortilla. Convierten las despedidas en himnos. El tiempo se detiene en sus canciones, como si se recreasen en ese instante que ya no hay marcha atrás porque los átomos chocan y se muestran desnudos, tal como son. La épica de un día cualquiera. Ése parece el lema de Pastora.
Miradas de reojo buscando el cerrojo que abre tu boca.

3. Runner Tiempos Más Buenos
Pastora hipnotizan. Sus ritmos electrónicos vienen y van de un altavoz a otro, suben y suben para transportarte al futuro. Son viajes, sus canciones. La vida asfaltada y las canciones atravesándola beat a beat. Así que no te sueltes. Y hazles caso, porque acabarás descubriendo que Pastora siempre tienen razón.
Y llegarán hombres más tiernos, juntito a ti puedo flipar, y llegarán noches más negras, noches pa' dejarse llevar, y llegarán veranos con soles, y nuevas vistas que disfrutar, y llegarán.

2. Un Pedazo De Tierra
Pastora buscan islas en las que recalar, como náufragos expertos. La mayoría de sus canciones hablan de esa búsqueda. Tablas en el mar a las que abrazarse, faros en la tormenta que se iluminan en el último momento. Ya en la playa, te das cuenta de que las caídas son trampolines. El vértigo desaparece escuchando a Pastora porque sus protagonistas siempre sobreviven.
Un primer amor, luego llega el cuarto. Y te sientas cerca, con lo que has sudado.

1. Invasión
Pastora son fuente inagotable de canciones fetiche. A veces jurarías que en cualquier momento romperá a llover o te atropellará un coche, y entonces salta una canción de Pastora, Dolo suelta una frase talismán, y sonríes. Son canciones que se adaptan a tu momento, evolucionan contigo, enigmas que siempre significan algo distinto, pero siempre hacen que todo encaje. Por la calle, por las noches, por la cama, por los placeres más buenos que llegarán. Y llegan.
Quiero hacer un viaje y que el azar me señale de buenas, que me traiga algún placer aunque sea por pena.

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If I don't believe in love

Has oído hablar de él. Es guapo, sabe cómo conseguir que la gente ría, le gusta ir al cine, leer buenos libros, viste bien, pero como por descuido, como si hubiera cogido lo primero que tenía en el armario. No cree en el amor. Unos dicen que es por el fracaso de una relación amorosa, otros dicen que en realidad nunca creyó en ese sentimiento. Engancha su autosuficiencia. Su sonrisa ancha, también. Podría tener más años de los que aparenta, o podría tener justo los que dice tener. Ahora no piensas en eso. Vas camino de su dormitorio, atravesando a oscuras el piso. Los muebles son solo bultos. Los besos muerden y la ropa vuela.




"Vete cuanto antes. Has sobrepasado tu tiempo."

Eso les dice él a todos los chicos que pasan por su cama. Te lo han advertido. Con los más divertidos tarda un poco más en decirlo, espera a que el sol se filtre por la persiana; con los paraditos lo suelta sin llegar a terminar siquiera el cigarrillo de después. Pero a todos les convence de que con ellos será diferente, que son especiales y podrán quedarse eternamente. Es su estrategia. Su sonrisa, otra vez. Podrías resistirte pero no quieres. Querrías contener las ilusiones pero no puedes. Ya lo hemos dicho: es guapo, sabe cómo conseguir que la gente ría.

Tú también tienes tu historia. Todos la tenemos. Heridas que curar y necesidades que calmar. Te tumbas en su cama y piensas que si en este momento él sacase una pistola de debajo de la almohada, te dejarías disparar. Después le besarías para aplacar su venganza contra el mundo. Te desnudas despacio, deseando que él note cómo te tiemblan los dedos y entienda que solo buscas su abrazo, unas palabras dulces, un beso de buenas noches. Como él. Piensas en la canción de Dido que escucharás luego de camino a casa.


Pronto el dormitorio estará cubierto de sangre, salpicaduras rojas manchando los pósters y las sábanas y el suelo. Te montas encima suyo. Uno de los dos tiene que morir. Le besas, le arrancas la camisa, le acaricias. Y no entiendes por qué tiene que ser un enfrentamiento. Sus pezones pequeños. Por qué, si ambos buscáis lo mismo, otra cabeza en la almohada al despertaros por la mañana, por qué hay que andar jugando al Risk, fingiendo esa frialdad y esa distancia que no existen porque ahí estáis, juntos. Así que sacas tu pistola, le apuntas a la cabeza, un poco por debajo del flequillo tintinero, tu dedo tiembla, se aferra al percutor como un náufrago al único tablón de madera que todavía no se ha hundido. Intentas que tus ojos no resbalen por su pecho desnudo. Él se limita a sonreír. Sabe muy bien que ha ganado.

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Cairo Time

"It's important to matter to someone."

Tres años ha tardado en estrenarse esta película en España. Está bien: será que había que verla justo ahora. Yo no sabía ni siquiera que existía hasta que he mirado la cartelera este mediodia. Y eso que sale Patricia Clarkson, una actriz a la que adoro desde A dos metros bajo tierra. Aquí borda el papel de Juliette, una estadounidense perdida por El Cairo.


Juliette ha perdido la costumbre de que un hombre la llame "guapa" o que se la quede mirando por la calle. Le cuesta creerlo porque ha olvidado su atractivo. Ella se considera feliz explorando los lugares que visita. Contemplando, sobre todo: le gusta acercar las sillas al balcón para disfrutar cómodamente de las vistas.

Cairo time trata de la tentación. ¿Pájaro en mano o ciento volando? Para mí la respuesta es clara: solo merecen la pena las cosas que te hacen ser uno de esos pájaros volando. Por eso, la mejor escena de toda la película es cuando Juliette esboza la primera sonrisa sincera en lo que parecen siglos. La felicidad desborda la pantalla y quieres sentirte así de exultante y guapa. Que te hagan una foto por sorpresa.


Por ahí he leído que pertenece al género "travelogue romance", esas películas como Antes del amanecer o Lost in translation que basan su atractivo en las conversaciones entre dos protagonistas mientras recorren localizaciones más o menos exóticas, pero aquí diálogos tampoco hay tantos, importa más la química. En ese sentido, me ha recordado a Last Night.

Lenta y sutil, la película se recrea en los abarrotados escenarios del Caire sin llegar en (casi) ningún momento a ser un panfleto turístico. La música de Niall Byrne (piezas a piano alternadas con cánticos), se convierte en el cuarto personaje por derecho propio. Y las pirámides, claro. Todos queremos llegar allí. Pasito a pasito. Es la fuerza del destino.

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Lights will guide you home and ignite your bones

Una llamada de número desconocido: antes no la cogías. Pensabas: será publicidad o algo peor, alguien que busca algo, que te exige. No te gustaban las llamadas de desconocidos como tampoco te gustaba quedar con un amigo y que éste se presentase con alguien que no estaba previsto, alguien a quien no conoces. Sonrisa a sonrisa, fuiste entendiendo que la gente nueva es también la que trae cosas nuevas. Mariposas. ¿Te imaginas pasarte toda la vida, desde el momento que naces, siempre con la misma gente? Ahora te llama un desconocido y descuelgas con los brazos abiertos. Hola.


Hoy me han llevado a comer a casa de los Hare Krishna. Lidia, mi amiga amarilla, quien sino; y con nosotros, Montse, mi amiga violeta. Los tres nos hemos adentrado por los callejones de Ciutat Vella bajo un cielo que no se animaba a descargar la lluvia. Lidia sabía llegar: iba mirando los portales uno por uno, como si cualquiera pudiera ser el edificio al que nos dirigíamos. Y sí: uno cualquiera era. Ni más vistoso ni más humilde. Siete escaleras, una puerta, un pasillo, la bienvenida, y un comedor encantador lleno de esa gente que explora rincones. La comida (vegetariana) era deliciosa. Me he comido hasta el pimiento, que no me gusta, y el rollito de seitan, que jamás lo había probado, pero allí todo sabía distinto, todo gustaba.

Era la bondad de los desconocidos. Su sonrisa al vernos entrar, ninguna pregunta, toda la libertad para sentarnos, comer. Te acogían en su casa y solo podías actuar en consecuencia: sentirte libre y dar las gracias. Hay gente así. No diré desinteresada: sencillamente están tan serenos que, solo con su presencia, ayudan a los demás a encontrar su sitio. Me he acordado durante la comida de las dos chicas de Granada que, mientras estaba bailando yo en el Rincón de San Pedro, se acercaron, se presentaron, me dieron conversación y me animaron a soltarme bailando igual que lo haría en Barcelona. Y lo hice y ahí el viaje despegó. Bailar house bajo la Alhambra. Hay gente así, sí.


Acepta caramelos de los desconocidos. Sonríeles, cógeles de la mano, cocínales, invítales al cine, muéstrales el camino. Como Céline en Antes del amanecer, bájate del tren con ellos: parecerá que los conozcas de toda la vida. Desea que tus amigos te presenten gente nueva; de repente, alguien que estaba tan cerca, a un amigo de distancia, puede marcarte, enseñarte, inspirarte. Alguien con quien compartir lo que pensabas que querías guardarte para ti solo. Por eso, conviértete en su faro y descubrirás que él es el tuyo.

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Sing hello

Debemos desear lo nuevo. Eso aseguraba el personaje de Judi Dench al final de El exótico Hotel Marigold. El futuro asusta porque implica cambios, pero tienes que darte cuenta de que ésa es también su mayor virtud. Porque te hará crecer gracias a las novedades, todo lo desconocido que traerá a tu vida. Aprendes lo que no sabes, te sorprende lo que no has visto, recorres caminos extraños porque tienes que llegar a nuevos destinos. Pero no hay que adelantar acontecimientos: al principio conviene relajarse, sentir, nada de planificar: el futuro no existe todavía. Déjate llevar pasito a pasito.


Acuérdate de ese hombre huraño que era el único inquilino de su rellano. Se había acostumbrado a estar solo en aquel pedazo de edificio. Saludaba a los vecinos de otros pisos cuando se los cruzaba en el portal o el ascensor, pero luego subía hasta el 4º piso y se sentía el amo y señor de esos pocos metros cuadrados: tres puertas siempre cerradas y luego la suya, que podía demorarse en abrirla tanto como quisiera, sin que nadie le mirase raro o le interrumpiera, podía canturrear y saltar, incluso pasearse en calzoncillos por el rellano si quería: nadie le vería. Se sentía libre y no quería que eso cambiase.

Y disfrutó de su libertad hasta que un día llegaron cajas y cajas a la puerta de al lado. Por la mirilla vio el trajín de transportistas. Una mudanza. Un nuevo inquilino. Resopló. Pensó en los ruidos que habría a partir de ahora. Las juergas nocturnas le mantendrían despierto hasta las tantas y luego por la mañana seguro que el vecino pondría la música muy alta y le despertaría. Tendría que saludarle cuando se lo cruzase de camino al ascensor. Igual hasta tenía un perro que ladraba, o le acorralaría hablando del tiempo (o, peor, de su trabajo y sus hobbies). Seguro que era de esas personas que siempre estaba llamando para pedir prestado un tornavís o un abridor. Esas personas que luego lo pierden y se hacen los locos. Sí, seguro.


Una noche, el hombre libre que ya no lo era tanto pensó en hacerse en una tortilla de patatas. Ya tenía las patatas a medio freír cuando descubrió que los huevos de la nevera estaban podridos. Pensó en el vecino. A veces oía el trajín de sus llaves en el rellano, cuando iba o volvía de una rutina desconocida, pero todavía no se habían cruzado. Su primer impulso fue resistirse: no quería pedirle un par de huevos. Seguro que no tendría o no querría dárselos. Pero las patatas se freían tristes en la sartén y amenazaban con quemarse en vano.

Así que el hombre se armó de valor, se vistió, por instinto más que por coquetería comprobó cómo iba en el espejo, se arregló el pelo y antes de llamar a la otra puerta, se aclaró la voz, ensayó su sonrisa de vecino modélico. Todo un ritual para pedir solo dos huevos. Lejos de sentirse ridículo, sentía que estaba dando los pasos correctos. Por fin, llamó a la puerta, y ésta se abrió, y sus latidos se calmaron. Le impactó la sonrisa de su vecino, ancha y graciosa y amigable en la penumbra del rellano. Dijo hola y le salió más sonoro de lo que pretendía.


-¿Huevos para una tortilla? Pues justo ahora he terminado yo una, y me va a sobrar... Pasa.

Ni siquiera pensó en rechazar la invitación. Entró y cenaron juntos. Hablaron mucho, de todo y de nada porque los temas iban y venían. Pero sobre todo rieron. De repente, el hombre fue consciente de que hacía ya muchos años que no compartía risas con nadie. Y le gustó esa sensación.

-¿Y ahora qué?

Miraron los platos vacíos, faltaba por traer el postre; miraron la caja de la película que el vecino planeaba ponerse a solas después de la cena; miraron la puerta del piso. La patatas a medio freír quedaban muy lejos. Ahora qué. Ésa era la palabra: ahora. Con una sonrisa doble, ambos se encogieron de hombros.

Convertirnos en principiantes es disfrutar de esos comienzos.

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North by Northwest / Con la muerte en los talones

"That's a good omen, don't you think?"

Sigo con el ciclo Hitchcock de los Cines Verdi. Esta vez tocaba una de sus películas más míticas pero que yo no había visto todavía. Solo conocía la escena del avión, nada más. Y me alegro, porque disfrutarla por primera vez en pantalla grande ha sido espectacular. Salí del cine con la boca abierta de par en par y un aplauso en el corazón.


Es una película absolutamente moderna. En el montaje, en el guión, en la planificación de encuadres y secuencias... pero también en los diálogos: picantes, llenos de dobles sentidos, hasta se da a entender que hay un personaje homosexual. En fin: atrevidísima para su época y una lección de cine incluso hoy en día, que tenemos un mayor bagaje de thrillers y cine de aventuras.

Hitchcock vuelve a jugar con el espectador y levanta el telón a mitad de la función, desvelando el misterio. Pero esta vez me parece bien porque da paso a la verdadera película: la historia de amor entre Roger (Cary Grant) y Eve (Eva Marie Saint). Sí, la gente recordará Con la muerte en los talones por los momentos más espectaculares: el avión en el maizal o el enfrentamiento final en el Monte Rushmore, pero en realidad lo que nos está contando Hitchcock es una gran metáfora de cómo nos enamoramos.


Tiene todos los ingredientes del romance clásico: el vértigo que te empuja al cambio, un encuentro casual, un primer flirteo que se convierte en una cita inesperada, complicidad, dudas, aventuras de punta a punta del país, porque la vida es más emocionante cuando compartes esas odiseas con alguien. Lo bueno se hace esperar y las camas son estrechas. Pero te tomas las cosas con calma y humor porque sabes que al final todo saldrá bien.

Es delicioso cómo al principio, en la fase de conocerse, interpretamos el papel de un personaje más interesante en un intento de deslumbrar. De nada sirve porque al otro lo que de verdad le atrae de nosotros es lo que intuye debajo del disfraz. El amor nos convierte en superhéroes y uno de los poderes, quizá el primero y más importante, es ver el alma. Y sonreír cada vez que lo haces.


Gracias a Hitchcock por su mejor película (de las que llevo vistas, al menos) y gracias a los Cines Verdi por permitirme descubrir esta obra maestra en el mejor momento posible. Con la muerte en los talones confirma que el amor también otorga invencibilidad. Te apuntan con una pistola, te persiguen con un avión, te obligan a atravesar cornisas, te empujan precipicio abajo, y siempre sobrevives. El final será feliz porque, al fin y al cabo, somos superhéroes, ¿no?

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Kishi Bashi - 151a

"If all the stars aligned we could have solved the mystery"

Disfrutar el momento presente. Eso se esconde tras el curioso título del disco con la portada (por ahora) más bonita del año. 151a es la trasliteración de la frase hecha japonesa "ichi-go-ichi-e", literalmente "una oportunidad en la vida". Se usa en el zen, en los entrenamientos de artes marciales, incluso en el día a día. Hace referencia a esos momentos irrepetibles que, como tales, hay que atesorar. Ser feliz aquí y ahora. Acción/contemplación.


El debut de Kishi Bashi, japonés afincado en Estados Unidos, suena a J-Pop tras una inundación de violines, recuerda a ratos a los Beatles más naïf y psicodélicos, sorprende una canción tras otra porque ninguna se parece a la anterior. El hilo conductor: la atmósfera de sueño y las ganas de pasárselo bien que transmite este músico, hambriento de cosas nuevas. Ha colaborado con varias bandas y por fin se lanza a la piscina en solitario. Ahora va a por todas.

Baladas reflexivas sobre escribir libros "porque a todo el mundo le gusta escribir un buen libro (Manchester), explosiones de country psicodélico como Chester's Burst Over The Hamptons (dan ganas de emborracharse y calzarse botas y gorro de vaquero para bailar esta locura como se merece), viajes a los años 60 de la mano de las armonías vocales de Beat The Bright Out Of Me, las percusiones de It All Began With A Burst son ideales para empezar el día dando palmas, los experimentos atmosféricos como Atticus, In The Desert invitan a cerrar los ojos y saltar dentro del cuadro... Y siempre, esos títulos que parecen contener un secreto para ser más felices. Habrá que descifrarlos.


Es un disco de contrastes, un poco como su portada: sofisticado, pero pintado con plastidecors. Quizá me gusta tanto porque me recuerda al impacto del primer disco de MIKA. Esa sensación de no haber escuchado nada igual pero sentirte como en casa. Y es que el mundo necesita más canciones como Bright Whites. Superada su intro en japonés, te encuentras un himno sobre las mariposas en el estómago, ese primer beso mientras florecen los cerezos, los primeros rayos de sol en la cara, el pelo al viento, como los pétalos, otros brazos que levantan los tuyos, simpáticos monstruitos que saltan a vuestro alrededor, y entonces te sueltas y sigues el ritmo. Ese ritmo, nuevo y joven y encantador. Es un momento irrepetible. Esta felicidad te pertenece y piensas disfrutarla. Ichi-go-ichi-e!


Take one look to find my eyes
Safety's in your inner thigh
Well you know, I'll have to see
If all the stars aligned we could have solved the mystery
It's a partial fantasy
We're living in a land that went astray from history

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Freddie Mercury. Su vida contada por él mismo

"En todo lo que hacía había sexo."

Llevaba tiempo mirándome desde la estantería, este libro. Su lomo blanco esperaba a que llegase el momento de leerlo. Al final, curiosamente, he acabado alternando entre dos lecturas: las biografías de dos de los personajes que más me inspiran: Terenci Moix y Freddie Mercury. Para mí, los reyes en lo suyo. Ambas biografías son muy diferentes, pero la del cantante es especialmente atípica, ya que los editores se han encargado de organizar decenas de entrevistas del propio Freddie para que sea él mismo, sin intermediarios, quien nos cuente su vida.


Han ordenado sus reflexiones cronológicamente y por temas (la creación de Queen, la fama, la composición de canciones, las amistades en un mundo de hipocresía, la búsqueda de la felicidad, el amor y la compañía, su sentido de la moda y la estética, etc). Es un privilegio tener por un momento sentado junto a ti a un hombre tan inquieto y arrolladoro, se ha tomado un respiro para saborear un café desde el otro lado de la mesa y compartir contigo estos momentos de reflexión, plagados de humor, emociones, sinceridad a menudo contradictoria.

Freddie se muestra ocurrente, picante y explosivo como esperarías que lo fuera. Es el personaje permitiendo que te asomes un momento a la persona que hay debajo del maquillaje y la ropa. Te contagia su confianza en él mismo. Está convencido de que si no crees en ti mismo y en lo que haces, nadie lo hará. Tienes que ser tu primer fan. Lo repite constantemente a lo largo de todo el libro, como si fuera su único secreto.


El propio formato del libro conlleva que no se ahonden en las intimidades de la persona, ya que Freddie era muy reservado y de hecho concedía pocas entrevistas, no le gustaban. Pero por eso mismo es tan valioso tener al alcance de la mano un resumen de lo que sí contó. Y hay que darles las gracias a los editores y al propio Freddie, poque leyendo cualquiera de las páginas del libro, se te queda grabada esa sensación: "Voy a comerme el mundo". ¡Buen provecho!


Realmente, no quiero cambiar el mundo. Para mí la felicidad es lo más importante, ser feliz y pasarlo bien. Si soy feliz, eso se aprecia en mi trabajo. Tomo nota de todo, pero al final hago las cosas tal y como lo siento. Escucho los consejos, pero no puedo escuchar a todo el mundo, ya que de lo contrario dejaría de ser yo mismo. Al final tú eres tu propio jefe y quien demuestra lo que vales, lo cual te pone en una situación muy vulnerable. Ésta es mi vida, soy quien manda en ella y, para mí, ésa es la única manera de ser.