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Michel Coquet - Iaido. El arte de cortar el ego

"Desea el fruto de tu acto
y te conviertes inmediatamente en esclavo de ese deseo."

El arte de cortar el ego. Título potente. Los libros llegan a ti y éste llegó a mis manos gracias a un cliente de la tienda. Estábamos hablando sobre textos clásicos de samuráis, mi favorito, el Hagakure, el que él estaba comprándome, el Libro de los Cinco Anillos, lo que tenían que aportar todos, y acabó recomendándome este título. Más moderno, de un autor francés que recogía las enseñanzas de un maestro japonés anónimo al que se le da el nombre en clave Takeuchi.


¿Qué es cortar el ego? No es negar su existencia. No es rechazar sus necesidades y deseos. Es justo lo contrario: aceptarlos como tales, comprenderlos para comprenderte, reconocerte como ese niño que reclama atención constante, hasta que nada de todo eso importa. Sólo ser ahora. Y disfrutarlo. "La naturaleza humana desea demasiadas cosas. Siempre quiere más y se olvida  de ser", dice el maestro Takeuchi a su alumno, y con el libro en las manos jurarías que se dirige a ti. Para alguien que está aprendiendo a fluir de verdad, no había libro más conveniente.

Es una falta de intuición y de respeto decidir los sentimientos de quien te guía. Es una afrenta porque es demostrarle una total falta de confianza. El ego no acepta ser excluido, no ser nada. Trata siempre de atraer la atención sobre él, busca siempre ser apreciado y recompensado. No quiere morir y se agarra desesperadamente a las formas y a los sentimientos que le relegan a su limitado universo. Has sido débil, pues ¿qué te importa quien te guía? Tienes tu sable ¿no es suficiente?

Ejemplos muy visuales que iban desmontando (reconstruyendo con las mismas piezas, en realidad, como si todo aprendizaje fuera un juego de LEGO) todo lo que dabas por indiscutible. Te tienes por alguien que se fija mucho en los pequeños detalles, como un aprendiz de Sherlock Holmes y entonces encuentras frases como éstas y entiendes al fin por qué Sherlock Holmes era tan bueno:

El detalle no cuenta, dice, sólo tiene importancia el conjunto de detalles. El detalle
nos confunde, pues se refiere a un solo aspecto del problema.

Piensas que es bueno fijarte en la belleza de todo, amas las cosas bellas, repartes sonrisas y canciones felices como quien regala autoayuda, todo es bello, pero ¿podrías ser fan de Madonna si la vieras, ya no usando el baño, sino como el conjunto de músculos y piel y sangre y vísceras que en realidad es y no la idea que representa? ¿Podrías amar a alguien hasta el punto de abrazarlo como un simple ser humano?

Hay que admirar el jardín por lo que es y no por lo que parece en un breve instante. Aprecia lo que va a cambiar, adora lo que es eterno. Observa a un niño pero déjalo convertirse en hombre. Contempla las nubes pero déjales seguir su curso; contempla las flores, pero no te apenes cuando sus pétalos sean arrastrados por el viento.

Comprender que quieres ser agua y de momento eres hielo. El mismo elemento en etapas distintas.


Tu mente se cristaliza a menudo cuando debería ser constantemente como el agua, el agua que toma la forma del recipiente en que se encuentre sin oponerle ninguna resistencia. Por el contrario, has sido como un bloque de hielo cuya forma fue la de tu propio ego.

Como cuando preparas una copa y los cubitos son demasiado anchos para el vaso, y en vez de esperar a que se ablanden o rociarlos con un poco de agua tibia, los incrustas a la fuerza, un golpe, otro, y acabas por romper el vaso. Los cubitos cabían en el vaso, sólo tenías que esperar. Paciencia, sin prisa, sin pausa: pasito a pasito, baldosa a baldosa, aprenderás a brillar. Comprenderás que existe una empuñadura porque tienes dos manos para sostenerla. Y cortarás.


El hombre es como una bombilla cubierta de varias capas de pintura. La luz está allí, pero las diversas capas de pintura impiden que se irradie. Ni somos las capas de pintura ni la bombilla de cristal. Únicamente somos la luz.

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