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Starting today I'm not gonna waste another moment

Vértigo: Sensación de inseguridad y miedo
a precipitarse desde una altura.

Estar encerrado en casa curándote de un gripazo te da tiempo de sobras para pensar. Y no todo es pensar en cosas buenas, claro. Pero piensas por ejemplo en todos esos días que terminan y no sabes qué decir de ellos. Como si aún tuvieras 15 años y sólo pudieras hablar de los chicos que vas conociendo y no del recuerdo de la planta que parecía una palmera, la viste en un balcón, con sus hojas camuflándose en una pared verde, un pedazo del Caribe en Barcelona. Quizá esos días vacíos no tuviste tiempo para pensar. Ahora sí. Y la vida es eso: detenerse a pensar, detenerse a observar. Detenerse como método para avanzar.


Han sido días curiosos. Medio grogui por la medicación, no me apetecía leer, ni ver series o películas, apenas escuchaba música y no escribía tanto como quería (pero escribía: eso es inamovible). Todo lo que me llena, aplazado. Suerte de José Luis Sampedro, esos 10 minutos oyéndole hablar en la televisión me alimentaron el alma como un buen caldo caliente. Yo ni siquiera podía hablar, porque estaba afónico. Me dio por pensar que así deben sentirse los monjes zen en su templo solitario en lo alto de una montaña, acompañados sólo por los sonidos del bosque y las gotas de luz. Así debe sentirse también el protagonista de mi novela en cierto momento extremo al que le hago llegar y que dio pie a uno de los títulos provisionales del libro: El vértigo.
¡Genial! En las entrevistas, ya no tendré que decir "todo es autobiográfico excepto ese momento concreto", ahora podré decir que todo lo he vivido.

Y es que si la vida se basa en experiencias, la literatura no podría ser menos. Creo que cuando un libro tiene alma (la del escritor, que la volcó en sus páginas para que te vieras reflejado en ellas), se nota. Luego están esos libros asépticos que parecen salas de espera de hospital, escritores tímidos que no se dejan ver ni de refilón. Esos no pueden interesarme. Pero no quería hablar de libros. Quería hablar, más concretamente, de una frase que encontré anoche en la solapa de un libro. Era el primero que cogía en 3 días. Acababa de escribirle a una amiga que los cambios dan vértigo pero siempre son a mejor. Y entonces cogí este libro de la editorial Funambulista, que resulta que en las solapas de todos sus títulos, explican el por qué de su nombre. Y lo hacen así:


Quizá el vértigo no sea el problema, sino la solución a la condición humana; fijémonos en el funambulista, que, en palabras de Roger Caillois, "sólo logra su objetivo confiando en el vértigo y no intentando resistirse a él".



Y entonces me acordé del único sitio alto en el que no he sentido vértigo. Precisamente, el edificio más alto en el que he estado, la azotea del Rockefeller Building. No sentía vértigo porque tenía toda Nueva York a mis pies, llevaba apenas un par de horas en la ciudad y quería explorarla entera, zambullirme en sus calles, en cada uno de los rincones que intuía ya desde las alturas. Ahora cerramos Enero, que siempre es un mes de traspaso, y por fin sé que empieza de verdad mi 2012. Con voz, con alma y sobre todo con ambición. Hace un mes dije que todos deberíamos ser principiantes, hoy añado que también debemos ser funambulistas. Hay que sentir el vértigo, confiar en él, y explorar.

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Lana Del Rey - Born To Die

Entras en un antro del callejón más oscuro. Un cartel de neón parpadeante, unas escaleras que bajan a los infiernos y una sala llena de desconocidos estudiándote a través de la niebla. Se diría que allí todos fuman, hasta los camareros. Te sientas en la barra. Pides cualquier cosa. Un whisky, por ejemplo, porque es de la clase de sitios donde la gente pide whisky. Podrías haber entrado en cualquiera de los otros antros, el callejón estaba lleno de ellos, pero tu cliente te ha citado allí. Debe ser el dueño. O quizá tiene un lío con una de las bailarinas. A saber. Te dedicas a esperar.


Trece sorbos cortos después, oyes una voz a tus espaldas. Está cantando. Es la voz de una chica fúnebre dedicando odas a amores que estaban destinados a morir. Sonríes: la historia te suena. Tu trabajo te ha vuelto un experto en crímenes pasionales. Te imaginas a la cantante ya casi una anciana, agarrada al micrófono para no caerse al abismo. Copazo en mano, seguramente, porque su voz huele a alcohol y a drogas y a desencanto. Toda una vida de fracasos acumulados que la han llevado hasta allí, al fondo de ese antro, más allá de la barra y las mesas.

Cuando te das la vuelta, descubres, perdida entre el humo de los cigarrillos, a una lolita recién entrada en la edad adulta, una adolescente que envejeció demasiado pronto. Debe haberle robado la ropa a su hermana mayor. Es guapa, de esa forma en que las chicas frágiles se maquillan guapas para parecer más fuertes. Sus labios son rojos: arden cantando sobre amantes que la maltratan, amantes que la ignoran, amantes que prefieren jugar a videojuegos antes que mirarla en su mejor vestido, amantes que se drogan con ella. Las canciones flotan hipnóticas por el bar, como opio, salidas de algún tocadiscos que va demasiado despacio.


El antro parece ganar un poco de luz gracias a esos temas, desbordantes de percusiones urbanas y orquestras y arreglos etéreos. Son temas lentos pero nunca te duermes. Hay algo en la chica, en su mirada quizá, que te mantiene atento. Puede que sean las ganas de comprobar si se pegará un tiro al final de la actuación. Sólo entonces, al visualizar la sangre que provocaría el disparo, te das cuenta de que el papel que cubre las paredes es rojo. Ella sigue enlazando versos como si estuviera llorando. Pero no llora, su maquillaje se mantiene impoluto. Acaricia el aire con poses sofisticadas, quizá aprendidas después de demasiadas noches buscando el calor de otros cuerpos por los colchones de todo Los Ángeles.

El camarero te dice algo y te fijas que detrás de él, entre las copas vacías y algo sucias, hay pósters que anunciaban la actuación de la chica. En esa foto, sale bien peinada, con un colorido tocado de flores. Debieron hacerla tiempo atrás, porque ahora las flores ya no existen, o se le han caído. La promocionan como una Nancy Sinatra gangsta. Sea lo que sea eso, tú piensas que alguien ha encontrado a la hermana estadounidense y un poco pija de Amy Winehouse. Pero igual de triste y melancólica. Su voz muta de canción en canción, camaleónica, como si tuviera que amoldarse al tono de cada historia. A veces suena menos grave, aún recuerda a la niña que fue, no hace mucho.


Pasan las horas y tu cliente no llega. Suele ocurrir, en esta ciudad: demasiadas cuentas pendientes, demasiadas amantes despechadas. Quizá lo haya matado la propia Lana Del Rey -así se llama, según el póster- antes de subir al escenario. El concierto termina y, antes de volver al camerino, ella da las gracias con una sonrisa tímida. Después de verla sonreír así, piensas que en el camerino no se refugiará en otro vaso de alcohol, como temías, sino que recuperará fuerzas con un simple refresco. Mountain Dew, versión diet, como en una de sus canciones más pegadizas.

Te marchas de allí confiando que el personaje de la cantante sea sólo un disfraz, el que usa como escudo o sustento una chica que es más o menos feliz, que más o menos paga su alquiler a tiempo y que más o menos ama y llora, pero nunca hasta ese punto de destrucción que predica en sus canciones. Quizá sea muy buena actriz, quizá actúe tan bien como canta. Sobrevivirá. Todos los hacemos cada día, ¿por qué ella no? Alejándote por el callejón, aún la oyes cantar a lo lejos.


Let's get out of this town, baby we're on fire
Everyone around here wants to be going down, down
If you stick with me, I can take you higher, and higher
It feels like the call of a friend thought lost
Nobody's found, found, found

I got so scared, I thought no one could save me
You came along, scooped me up like a baby

Every now and then, the stars align
Boy and girl meet by the great design
Could it be that you and me are the lucky ones?

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Christian Bobin - Autorretrato con radiador

"Lo que parece que empieza, tan sólo continúa."

Para empezar el año, me regalé un pequeño cuaderno con la idea de utilizarlo de diario. Era del Principito, con él montado en su planeta y la frase "Lo esencial es invisible a los ojos". Y he ido anotando puntualmente mis pensamientos, observaciones, vivencias, dibujos, citas que me he ido encontrando. Pero hay días que llega la noche, te vas a dormir, coges el diario y no sabes qué decir. ¿Acaso no te ha pasado nada ese día? Parece que no. Nada que merezca la pena quedar recogido en el cuaderno, al menos.


"En lo que trata de arruinarnos, crece nuestro tesoro."

Christian Bobin, en Autorretrato con radiador, me ha dado una lección. Durante un año, se dedicó a escribir sobre flores. Compraba dos ramos por semana, siempre flores distintas, contempló cómo se inclinaban hacia la ventana, cómo se arrugaban, cómo buscaban la vida más allá del florero. Y escribiendo sobre flores, claro, acabó escribiendo también acerca de la ausencia y la compañía, de la búsqueda y el encuentro, de la escritura y la lectura. Pedazos de vida. Todo lo recoge. Compone un autorretrato a partir de las cosas que observa.

"Lo que quiere ser colmado en nosotros
quiere en realidad ser obedecido."

Es un libro mágico. En cierto momento, el autor asegura que cada libro no es sino el reflejo de su lector (y no de su escritor, como podríamos suponer). Los libros te escuchan, dice. Puede que tenga razón. Y éste lo hace de forma única. Te duele la cabeza y la página siguiente te habla del dolor de cabeza, piensas en canicas y ahí aparecen, rodando por un párrafo precioso, piensas en las nubes y llegan frases nubladas (nubes blancas y nubes negras, según), evocas la infancia y el libro te habla de infancia. ¿Lo has escrito tú? Llegas a pensarlo en más de un momento. Llegas a desearlo.


"Lo que encuentro es mil veces más bello que lo que busco."

Autorretrato con radiador se trata, en realidad, de un amuleto. Conviene guardarlo cerca y releerlo a menudo, abriendo páginas al azar. A ver qué encuentras. Por ejemplo, citas como las que he repartido por esta entrada. Y otras mejores que sólo verán tus ojos. Atesorarás cada frase como debieron venerar el primer fuego que se encendió en la Prehistoria. Y por el camino, aprenderás a llenar de luz cada día, porque todos los días la tienen. No la busques, tan sólo abre la ventana y contempla la lluvia, las nubes, el sol, los árboles, el muro, los coches, la araña. Todo puede enseñarte a bailar.

"Lo que la lluvia, la nieve y el sol hacen a una acera, agrietándola
y dejando pasar una hierbecilla a través de las grietas,
es lo que a mí me gusta hacer con el papel en blanco."

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Francine Prose - Cómo lee un buen escritor

Mientras estudiaba cine, ya hace unos añitos, fui incapaz de disfrutar de las películas como hacía antes. Me pasaba esa hora y media que duraba cada película analizando cómo estaba hecha. En la pantalla ya no veía historias contadas con más o menos arte sino una mera sucesión de planos, contraplanos, secuencias, panorámicas, saltos de ángulo, fallos de raccord,  iluminaciones planas o expresivas, pistas que habían plantado los guionistas en cada escena para adelantar futuros giros de guión, tipos de personajes, la idea original. Me costó tiempo volver a disfrutar las películas sin más, ir al cine o apretar play y dejarme sorprender.


Creo que el arte nos impacta precisamente por la ingenuidad con la que nos acercamos a él. Y estoy convencido de que los conocimientos técnicos lo vuelven opaco. La música, por ejemplo: soy incapaz de saber si un compás es 3/4, 4/4 o 6/8: las canciones me gustan o no me gustan, y las veces que he intentado fijarme en el ritmo, o en el tipo de instrumentos, o incluso las notas, he terminado sin oír realmente la canción, como si la música se diluyera y sólo quedase un pum-pum asincopado. Ruido de fondo. O la pintura: estudié con interés la asignatura de Historia del Arte y sigo comprando bastantes libros, pero a la hora de la verdad, comprendí que hay cuadros que me maravillan y otros que no, al margen de corrientes y técnicas pictóricas.

Pero claro, entiendo que se valora de forma más constructiva una obra de arte si conoces los ingredientes de los que parte cualquier artista, las herramientas que tiene que utilizar, entender que todos parten con igualdad de condiciones. Y es así como puedes ver quien es más diestro y quién más pasional, comprendes los méritos de ciertas obras teniendo en cuenta su época o su técnica. Este paso, estudiar y (re)conocer, es especialmente importante para quienes, además de disfrutadores de arte, aspiran también a ser creadores: ¿cómo podrías crear una película, una pieza de música, un cuadro o un libro si no conoces las urdimbres que los hacen posibles?


Y esa es la misión que se propone Francine Prose en su libro (cuyo título original, por cierto, es más acorde al contenido: "Leer como un escritor. Una guía para gente que ama los libros y para aquellos que quieren escribir"). Leer de otra manera. Fijándote en el orden de las palabras, su selección (¿por qué ese sustantivo y no otro, por qué precisamente ese adjetivo?), la construcción de frases, párrafos y escenas enteras, la importancia de lo que no se dice, las descripciones, los gestos, los diálogos. Te invita a pasearte por el backstage de los libros, y quizá es eso lo que haya que hacer con todo arte. Pasearse, no acampar en el camerino.

Lástima que luego la selección de autores y obras de referencia se centre tanto en la literatura norteamericana del siglo XX, hablando de obras que aquí ni siquiera se han traducido, en vez de clásicos más universales. Habría venido bien una adaptación del libro para su exportación. Pero la idea es buena, y aún mejor es el deseo final de Francine Prose. Que entiendas que todo está escrito, pero nadie lo ha escrito como tú. Y quizá entendiendo porqué todos esos autores escriben de forma única, podrás encontrar tu propia voz.


En los libros, fijarme en cómo están escritos para mí siempre ha sido algo natural, y no me ha impedido disfrutarlos. No me pasa como con el resto de artes. Al revés, destripándolos es como los disfruto más. Releo cada frase perfecta hasta entender por qué me lo parece. Decido qué diálogos me gustan y qué características comparten. El dominio de los tiempos. El barroquismo pop de Terenci Moix y las frases-bisturí de Chuck Palahniuk. Las descripciones más inmersivas y las que sólo están de florero. Las metáforas.

Destriparlos, sí. Hasta la última página. Lo hacía ya de pequeño, con los libros tipo "Elige tu propia aventura", que los releía y hacía diagramas hasta comprender su estructura y distribución, sus trucos, las trampas del autor para que intuyeras atajos donde sólo habría abismos y pozos que te llevaban de vuelta a la primera página. Buceo en los libros. Siempre he leído así, supongo que es la única forma en la que sé leer. No sé, es curioso esto de los libros.

Leyendo a Chéjov no es que me sintiera feliz, exactamente, pero sí tan cerca de la felicidad como sabía que podría estar. Y se me ocurrió pensar que en eso radicaba el placer y el misterio de la lectura, así como la respuesta a quienes dicen que los libros desaparecerán. Por ahora, los libros son todavía la mejor manera de llevar con nosotros el gran arte y su consuelo en un autobús.

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James Sallis - Drive

No suele pasar que un libro te ayude a apreciar la película inspirada en él. "El libro siempre es mejor", dice el tópico, y es verdad. A veces, se da el caso de buenas películas basadas en grandes libros: unas porque consiguen trasladar parte del corazón de la novela a la pantalla (Nunca me abandones), otras porque proponen una interesante relectura del material original (pienso en "Drácula" de Francis Ford Coppola, donde el vampiro es menos villano que nunca y la historia gira alrededor de un amor inmortal). Pero por buenas que sean, el libro juega con la ventaja de poder profundizar en los personajes y las situaciones, ganarse al lector durante todas esas horas compartidas.


Total, que había visto hace unas semanas Drive. Salí del cine un poco confuso. No es que no me hubiera gustado, pero sí me había parecido todo un poco batiburrillo, como queriendo tocar muchos palos y no destacando en ninguno. Algo así como Isabel Coixet dirigiendo un guión de Tarantino (también me habría valido Sofia Coppola). Pero sí, Ryan Gosling es carismático y la música está muy bien elegida (aunque no siempre tan bien colocada). Es decir: pasé un buen rato, pero no tan bueno como parece que dicen todos los demás. Y ahí la tenía pendiente de revisión, a ver si la segunda vez la disfrutaba más, hasta que pensé que quizá sería mejor (más productivo) ponerme con la novela. Al fin y al cabo, el libro siempre es mejor, ¿no?

En este caso, sí y no. La prosa escueta de James Sallis convierte en un recital de poesía la vida de los delincuentes de poca monta, los ajustes de cuentas se transforman bajo su máquina de escribir -casi puedes oír el golpe de cada tecla- en emociones a flor de piel. Frases lapidarias que tejen un precioso tapiz de vidas echadas a perder y los supervivientes que quedan tras la batalla del día a día. Flashbacks, flashforwards, elipsis, algún que otro coche, no demasiada sangre, y su buena dosis de alcohol y fastfood. Es disfrutando la novela que me dije: pues oye, han hecho una película estupenda.


El material del que partían ya era bueno, pero menudo trabajo han hecho recomponiendo el puzzle, escarbando en todas las posibilidades que ofrecía la historia (para que os hagáis una idea: en la novela, el personaje de Irina sale en dos capítulos, y ninguno dura más de 6 páginas), convirtiendo algunas reflexiones en secuencias adrenalínicas y ciertas descripciones en un homenaje al cine negro setentero y ochentero. La novela de Sallis es oscura como un callejón donde te van a matar pero entonces llegan el guionista Hossein Amini y el director Nicolas Winding Refn y encienden las luces de neón de los ochenta, aprietan el botón play de su boombox y -Ryan Gosling mediante- erotizan hasta la médula a Driver, un eterno solitario. En su paso a la pantalla, la ciudad se vuelve sexo y cada latido, un videoclip. Suena A Real Hero. Pisas el acelerador.

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Gabriele Picco - Lo que te cae de los ojos

"El Universo no piensa, sucede."

Un libro curioso éste. Y no sólo por su título o su (fantástica) portada con esa escultura donde las lágrimas se convierten en peceras. Curioso porque me ha gustado y no me ha gustado al mismo tiempo. ¿Es eso posible? Sólo sé que en el cuaderno donde voy registrando mis lecturas, con fechas, citas y valoraciones, todavía no sé si puntuarlo con una estrella o con cuatro. Puntuaciones al margen, recomiendo leerlo.


Alguien incapaz de llorar, un italiano en Nueva York que se dedica a fotografiar las lágrimas de los demás porque en ellas ve mundos enteros, en ellas puede leer el pasado y parte del futuro de esa persona. Y una japonesa que ha perdido su cuaderno de dibujos mágicos y que envía cartas a Dios pero siempre las recibe de vuelta por culpa del "Destinatario desconocido". Ellos dos son los protagonistas de la historia, pero la galería de secundarios es igualmente peculiar: dos vecinos enamorados que se odian, un director de cine hippie que siempre va con una cámara en la cabeza para grabarlo todo, etc. Los ingredientes para una gran novela están ahí pero...

...Pero, aunque el estilo evoca al de Mathias Malzieu, fábulas urbanas donde los edificios se derriten como la nata, Picco nunca iguala el talento excepcional del francés; en Lo que te cae de los ojos, lo que debería ser magia a menudo se queda en metáforas confusas. ...Pero, aunque la lectura es trepidante ya que la mayoría de capítulos no superan las 4 páginas, ese ritmo frenético llega a aturdirte en una novela con tantos personajes y tantos cambios de punto de vista. No es extraño, pues, que los mejores pasajes del libro lleguen cuando Picco echa el freno y se detiene a observar, a compartir contigo la magia de lo que sucede alrededor. Maravillosa descripción de dos personajes hablando, vistos desde la ventana, por ejemplo. O un pájaro observando lo que sucede en la playa. Es ahí donde la novela funciona, se despliega ante nosotros en todo su esplendor, como un libro pop-up.


Los dibujos (en la novela son del cuaderno de Kazuko, pero dibujados en realidad por el propio autor) adornan el libro con acierto, como esta ciudad sobre una hoja. Son esos dibujos, y un par de capítulos hacia el final del libro, los que mejor transmiten lo que quería contarte Picco, y por eso recomiendo tanto su lectura. La realidad es la que tus ojos deciden ver. Tienes la opción de conformarte con algo gris, apenas cuatro líneas asépticas en la página de sucesos de algún periódico, o puedes ver mundos en las lágrimas, volar con una gaviota herida, tocar cajas amarillas, dibujar mujeres gigantes en la arena, construir peces con las manecillas de un reloj y buscar incansablemente la cola de un sueño. Puedes. ¿Quieres?

Sí, ya todo está escrito, está ahí, en los periódicos que salen todas las mañanas de todos los días de todos estos malditos años que son nuestra vida. El tiempo. Las letras. Las palabras. Ahí está, tirada en el suelo. La primera página del New York Times. Ese mundo rectangular que huele a tinta y que lo contiene todo. Basta con saber mirarlo. Y borrar lo superfluo. Lo superfluo del todo: lo que nuestra vida no es.

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You can judge a book by its cover almost always

Siempre pienso que si me toca la lotería, aparte de comprarme un estudio para mí y viajar a menudo, abriré algún negocio propio, algo arriesgado pero que me encante, que no importe tanto la viabilidad económica como el placer de tener justo la tienda que quiero. Y eso que ahora estoy encantado con mi librería dedicada a Japón, pero lo de este sueño sería algo más radical. Supongo que sería también una librería. Quizá una que sólo vendiera obras de Oscar Wilde, en todo tipo de ediciones y en varios idiomas. O una mezcla de todas las cosas que me gustan: libros, cine, música, videojuegos. Ya veríamos. El caso es que sueñas, y un buen día descubres que hay gente que no ha esperado a que les toque la lotería para abrir librerías de las que a ti te gustan: diferentes. En estos dos casos, muy diferentes. Y parece que les funciona.


Primero descubrí la existencia de Ed's Martian Book, ubicada en Nueva York. La abrió Andrew Kessler para vender un único libro: el suyo, Verano Marciano, en el que explica su experiencia laboral en la NASA durante la misión Phoenix-Mars. La librería tiene un espacio dedicado a una exposición de la misión espacial con fotografías, gráficos y mapas, y aparte se puede comprar el libro, claro. La NASA no es un tema que me interese espacialmente, pero admiro absolutamente el valor del chico, que apuesta a ese nivel por su propia obra. Procuraré hacerle una visita cuando vuelva a Nueva York para darle la enhorabuena. Hay que confiar en ti mismo y en tu talento, sin duda.

Y aún me fascinó más la historia de una librería de Tokyo, Dokusho No Susume (Recomendación Lectora). En 1995 Katsuyoshi Shimizu apostó por abrir una tienda en la que sólo vende libros que se ha leído, para así poder recomendarlos personalmente a sus clientes. Habla con cada uno de ellos, se interesa por su estado de ánimo, sus gustos, y en base a eso elige un libro: el libro que considera que esa persona debería leer ahora mismo. Salir de una librería con un libro que no sabías que querías, que de hecho ni siquiera conocías, pero que te estaba esperando a ti para que lo leyeras. Y el librero, Shimizu, ha servido de enlace: puente entre el buen libro y su lector ideal. Una idea fascinante.


Dice Shimizu que abrió su librería después de años de ver cómo a menudo las distribuidoras no le servían ciertos títulos superventas: se los llevaban todos las grandes cadenas. Sé lo que es eso. Que la distribuidora te diga que no les quedan existencias del libro que todo el mundo quiere ahora mismo, y luego encontrarte cientos y cientos de ejemplares apilados en la FNAC o la Casa del Libro. Te preguntas si esas tiendas habrían notado la ausencia de 10 ejemplares que a ti te habrían ayudado a cuadrar cuentas. Shimizu cortó por lo sano: fuera novedades, fuera libros que el mes que viene ya nadie recordará. Se limitó a vender los libros que él recomendaría. Ni más ni menos.

La atención personalizada llevada a sus últimas consecuencias. Cómo disfrutaba yo descubriéndoles libros a mis clientes, a base de hablar con ellos y de sus compras a lo largo del tiempo, adelantarme a sus gustos, atreverme a recomendarles algo que me había fascinado, y que luego volvieran a darme las gracias. Era una sensación mágica, entiendo tantísimo a Shimizu y le admiro por su valentía. A modo de guinda final, la decoración de su librería son caligrafías con mensajes que invitan a los clientes a mirar la vida de forma más optimista. Visita obligada cuando regrese a Japón, junto al barrio Kanda, el de los libreros, que se me pasó la primera vez. Parece que Dokusho no Susume ya lleva 17 años en activo, le deseo muchos más de éxito.


Me fascinan ambas historias porque demuestra que hay gente valiente y que las buenas ideas pueden funcionar. Sirven de inspiración. Cuando uno va de viaje y se atreve a callejear, es fantástico descubrir todos esos rinconcitos especiales que a alguien se le ocurrió abrir. Curioseas entre todos los artículos que ofrecen, sorprendiéndote a cada estantería, y siempre compras algo, por pequeñito que sea. Un talismán que te recuerde a ese lugar. Sí, creo que es lo que más me gusta de los viajes, descubrir tiendas únicas. Y a vosotros, ¿qué tipo de negocio os gustaría abrir algún día?

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You Say France And I Whistle - Angry Men

"The bottle of youth, we had it all."

Portadas que te susurran: "Escúchame", capítulo 68. Suecos tenían que ser, pero eso lo descubres luego, cuando ya te encantan. Se llaman You Say France And I Whistle y su disco debut lleva desde ayer dándome un subidón tras otro. ¿Cómo describirlos? Pues ellos mismos, en su web oficial, se definen como The Cure con más alegría, Shout Out Louds con más energía, Vampire Weekend con más rock y Arcade Fire con más pop. La humildad, ese valor en alza. Pero sí, a un batiburrillo así recuerdan.


Su música suena como si se propusieran acercar el verano a Suecia. Por eso tiene sentido que lancen un disco tan veraniego en pleno invierno. Los conozco desde ayer, pero ya veo que son así: un grupo absolutamente impredecible. Una de sus canciones puede empezar lenta, casi acústica, y entonces entra una percusión y aquellas estrofas tan melódicas se convierten en un estribillo a gritos, furia post-adolescente a la que luego sigue un cambio de voz (en vez de la chica canta el chico, o al revés) y de alguna parte aparece una guitarra y entonces llega un interludio de lo que podrían ser marimbas porque ahora estás en el Caribe, preludio tropical del último estribillo épico o, quizá, de una outro de las de mechero en alto que podría pertenecer a otra canción.

Las letras también se las traen. You Say France describen como nadie esa nube difusa que separa la rebeldía de las hipotecas, cuando eres joven pero quieres serlo todavía más. Sexo, trabajos basura, borracheras, consumismo compulsivo, el gran fracaso amoroso, pensamientos suicidas, fiestas sin fin, gente guapa, modas vacías, la última moda, mucha metáfora y sospecho que alguna que otra metanfetamina. A poca gente se le ocurriría mezclar en sus letras referencias a la nube de Super Mario, Yukio Mishima, Spiderman, Blade Runner, el mito de Ulises...


El descaro, la alegría, los gritos en la playa al amanecer. Ya seremos adultos, ya llegarán los 35. En fin: imaginad todas las series de grupos de amigos que aún viven juntos, ponedlas en una coctelera, bebeos la mezcla resultante y quizá acabaréis grabando este disco de indie pop sueco. O bailándolo, al menos. Podéis escuchar el disco entero en su web oficial. ¿Para cuándo un concierto en España? Hay que gritar con ellos ese pletórico "Super Mario Cloud!!!".

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Jeux d'enfants

Vale, lo reconozco. Siempre digo que el amor eterno no existe, pero era porque no había visto esta película, que en España se estrenó como Quiéreme si te atreves. Una historia de amor eterno llevado hasta sus últimas consecuencias. Ni Romeo y Julieta llegaron tan lejos. Gracias una vez más a David por acertar de lleno con sus recomendaciones cinematográficas.


No sé qué tendrá el cine francés que últimamente me gusta tanto. Y Jeux d'enfants no es una excepción. La presencia de Marion Cotillard siempre ayuda, claro, y ya no digamos la de Guillaume Canet, chico todoterreno que tan pronto me enamora en Last Night como me sorprende dirigiendo la monumental Pequeñas mentiras sin importancia.

Ésta es la historia de dos amigos que desde la infancia juegan a desafiarse mútuamente. Todo vale: mearse delante del director, ir en ropa interior a un examen, robarle los pendientes a una chica, decir "no" el día de tu futura boda. ¿Capaz o no? Les preocupan tan poco las consecuencias que nadie puede comprender la gracia de ese juego. Un juego que, ya de adultos, se vuelve demasiado peligroso porque ellos en ningún momento pierden la crueldad de los niños.


El género de la comedia romántica, y ya no sólo comedia (porque en muchos momentos, Jeux d'enfants no pretende hacernos reír): cualquier historia acerca de dos personas que se enamoren, es un tema tan explotadísimo que se agradecen soplos de aire fresco, amoríos extraños y otras formas de narrar. En algunas escenas, esta película puede rallar lo pretencioso. Pero casi siempre, el director Yann Samuell te sorprende: teatrillos en movimiento, sueños que cobran vida, un montaje arriesgado, gente que vuela, efectos especiales aquí y allá para llevar el humor al extremo, planos homenajeando al expresionismo alemán... Los Fesser dirigiendo una película romántica, algo así parece a ratos.

Y algo que me fascinó de veras fue que la mayor parte de la banda sonora conste de diferentes versiones de La Vie En Rose. Versiones de Louis Armstrong, Donna Summer, Zazie, Trio Esperança y, por supuesto, también la original de Edith Piaf. No sé si era ésa la intención, pero al no acompañar la película con la típica selección de canciones bonitas sino elegir una sola, y además tan emblemática, para mí se refleja perfectamente la obsesión casi enfermiza de Julien y Sophie a lo largo del tiempo.


Y nada puede prepararte para ese finalazo. Ya estaba encantado con Jeux d'enfants, pero entonces llegué a sus últimos cinco minutos y tuve que aplaudir. En el cine me habría levantado de la butaca. Artista es el que arriesga, y para acabar así tu película hay que tenerlos muy buen puestos. Será que al final no estaban tan locos, Sophie y Julien. Gracias a todos los que me vais recomendando estas películas únicas. Más, por favor.

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Víctor Balcells Matas - Yo mataré monstruos por ti

"Y me besabas en todos los sitios menos en la boca,
porque no sabíamos que las bocas servían para besar."

Quise comprarlo el viernes, y allí estaba. Encima del mostrador de la primera librería en la que entré. Descubrí la existencia de "Yo mataré monstruos por ti" en la reseña que le dedicó el blog Deborahlibros, recuerdo que sentí ese "Tengo que leer este libro y no otro" revoloteando en el estómago, sensación que precede siempre a los buenos libros. Después corroboré esas vibraciones al flipar con el relato "Pizarnik", transcrito aquí. Pasaron los meses y al final el libro apareció cuando tenía que aparecer. El viernes, ya lo he dicho. Día 13. Claro.


Tenía pensada la crítica perfecta mientras lo leía este fin de semana. Pensaba: diré que en el amor somos como esta portada, que nos creemos todopoderosos, capaces de matar monstruos con nuestros bíceps transparentes. Diré que el libro habla de un primer amor, luego llega el cuarto, como Pastora en Un pedazo de tierra. Porque el título está extraído de una canción de Love of Lesbian pero yo pensaba en Pastora. Archivo de palabras tristes, Desolado, No entiendo el mapa. Y es que estaba maravillado ante el arte -a veces poético, a veces sucio, pero siempre arte- que desborda de cada página de este libro. Diré tantas cosas. Hablaré de ese desfile de amores corruptos, luminosos, divertidos, trágicos, monstruosos.

Y entonces llega el último relato, el que comparte título con el libro, y Víctor Balcells Matas te desmonta una vez más. La definitiva. Como estás en público, intentas no llorar. Así que era eso. ¿Y ahora qué puedes decir? ¿Qué coño escribes? Pues por ejemplo, que cada página de "Yo mataré monstruos por ti" está llena de poemas disfrazados de relato. Que hay puñetazos agazapados tras cada palabra, tras cada frase. Son palabras seleccionadas a traición, que eso también es un talento, puede que el mejor: impactar al lector. Impactarlo a puñetazos hablándole del enamoramiento y las despedidas, los juegos, la muerte, la ausencia, el vértigo, la sorpresa, el vacío, los celos, el sexo basto y la compañía.


En fin: que disfrutas de un golpe tras otro, hasta que llegas al final, veintiseis relatos después, y el libro te da un último mordisco, ñam, y ya no sabes si Víctor ha estado matando monstruos o te ha matado a ti, con ese bracito heroico de la portada, todo ufano él pues ha conseguido que compres y leas esta maravilla suya, pero el caso es que cierras el libro cubierto de moratones, algunos metáforicos, y te sientes más vivo que nunca, así que sonríes y das las gracias porque alguien ha vuelto a contar las pequeñas cosas como nadie, y es por eso, por todas las cosas, historias, personas y derrotas que habitan a lo largo y ancho de estas 141 páginas punzantes, que la vida merece la pena. Yo también quiero escribir un libro cuadrado.

¿Dónde estás?, gritó él. Ella contestó desde el otro lado. Nadó hacia allí y la encontró en medio, flotando, su cabeza era como una pelota apoyada sobre el césped. Se va a hacer de noche, dijo él. No me digas, dijo ella. No se dijeron nada más. El barco flotaba junto a ellos. Sólo pensaron, flotando boca arriba, con los brazos extendidos. Él piensa: Cuántas estrellas veremos esta noche, pero no sé si llegaremos a mañana. Ella pensaba lo mismo. Morir descifrando las constelaciones. Estar junto a alguien que piensa lo mismo y no saberlo. No volvieron a tocarse. Sólo cuando ella empezó a desfallecer y a ahogarse él se giró y la miró, ya sin fuerzas para socorrerla, la mira y piensa: Tú te vas primero, como cuando nos queríamos en secreto y salías del baño la primera, ajustándote las faldas, prometiéndome que nos encontraríamos al otro lado. Pero esta vez no me has prometido nada.
(Relato "Nostalgia de lo duro")

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When I write the book about my love

Al final llega un día que te lanzas. Pones todo de tu parte y llegas a la meta. Eso es lo que te recuerda día a día un Daruma, amuleto japonés para trabajar la constancia, la persistencia. No me considero supersticioso. O quizá sí, un poco. Lo justo, como todos, supongo. Pero no fue la superstición sino esas ganas de llegar, por fin, a la meta, lo que en pleno Agosto de 2011 me hizo coger aquella figura rechoncha y roja, pintarle un ojo (el derecho) y colocarla en lo alto de mi estantería. Vigilándome. Me había propuesto escribir un libro. Más que eso: terminarlo (y terminarlo antes de los 30, los cumplo en Junio).


Escribir he escrito muchos libros, pero todos se quedaron a medias: personajes desparramados a lo largo de páginas y páginas (bueno, tampoco tantas) que de repente se cortaban en seco. Eso había hecho durante los últimos 10 años: con mil excusas, dejaba morir de inanición a mis personajes a lo largo y ancho de páginas blancas. Pero esta vez iba a cumplir mi objetivo. Esta vez no iba a decir: "hoy no escribo porque estoy cansado", "ya escribiré mañana porque hoy prefiero leer", "ahora no estoy inspirado, a ver si por la noche...". Nada de todo eso.

En Agosto, me obligué a escribir un mínimo de una página diaria en el precioso cuaderno Paperblanks que había comprado para la ocasión. El Daruma me vigilaba. Y quedaría bien decir que, después de 10 años haciendo el vago, esos primeros días de volver a arremangarme para escribir fueron duros, pero sería mentira. Fue sorprendentemente fácil. Al segundo día ya me había olvidado del Daruma y de lo inconstante que fui en el pasado: escribía. Pronto, esa página diaria se convirtió algunos días, los más prolíficos, en muchas más: dos, cuatro, diez páginas. Y no dejé de escribir ni un día, ni siquiera estando enfermo o esas noches que volvía a casa después de horas bailando y bebiendo. También entonces escribía religiosamente mi página diaria.

Y pensaba: escribir era esto, dejar fluir el bolígrafo, no tener miedo a manchar el papel. Escribir es escribir. Si era tan sencillo ¿por qué no lo hiciste antes? ¿Por qué dejaste morir tantos libros? Porque ahora es el momento, el libro que tenías que escribir era éste. Tu libro. Adelante. Primer cuaderno terminado, empiezas el segundo, sigues escribiendo. El segundo cuaderno se acaba y escribes por fin, al fin, la palabra mágica: FIN. Por primera vez en toda tu vida, has terminado un manuscrito del que estás orgulloso.


Ahora toca pasarlo a limpio, ordenar escenas que por el momento sólo son párrafos volcados en cualquier orden, ampliar algunos diálogos, sintetizar descripciones, descubrir que hay tramas que eliminaré y otras que aún están por nacer. Reescribir, corregir. Ahora empieza la segunda fase, pero aún así hoy estoy muy contento porque lo importante, el libro, mi libro ya existe. Me gustaría que la ilustración de Natsko Seki que corona este párrafo fuera la portada. De hecho, en cierto modo ya lo es: un amigo me regaló un prototipo del diseño, la ilustración con el título y mi nombre, impresa y enmarcada. Ver esa imagen en mi mesilla me ha dado tantas energías que creo que este último mes la novela ha crecido.

Empecé escribiendo un libro sobre vampiros (emocionales) y acabé escribiendo sobre la soledad. La soledad que tú eliges, la que tú disfrutas. Bueno, no sé si va de eso el libro. Falta ordenarlo, ya lo he dicho. También trata de cómo nos vengamos con los demás de todas esas cosas que no hemos tenido. Y de tardes de lluvia. Llueve mucho en mi libro, sí. Pero creo que, pese a todo, no es un libro triste. Ya lo dije un día en mi blog: quiero compartir mis ganas de vivir. Así que igual va de eso, la novela: de todas las maneras en las que intentas ser feliz, todos los errores que te llevan al único sitio que de verdad te pertenece.

Aún falta tiempo para publicarla, lo sé. Pero ha sido hoy, viendo esos dos cuadernos completados, sus 284 páginas escritas, cuando he sabido que llegaremos a buen puerto. Ella, la novela, y yo. La publicaré. Me hace ilusión contaros que se titula El mar llegaba hasta aquí. ¿Y la primera frase?

"Siempre llovía."

Gracias, Daruma.

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Cocoon - Where The Oceans End

"And the worst days that life brings
All the bad movies and all the earthquakes
All the worst days are just buried into the snow"


Debería poner sólo esto. Mi estribillo favorito y la portada. ¿No notas ya al ver ambas cosas cuánto me ha impactado el disco y cuánto estás tardando en escucharlo? ¿No te entran ganas de explorar? Descubrir dónde terminan los océanos. Justamente eso. ¿Qué más podría escribir, yo?

Podría decirte, supongo, que Where The Oceans End suena a banda sonora de las películas que me gustan. De hecho, sé que algún día yo mismo dirigiré una película y que cada escena estará acompañada por una de las canciones de este disco. Podría añadir que Cocoon son franceses y que cantan en inglés. Personalmente adoro el acento de alguien francés pronunciando el inglés. Son chico y chica. Sus voces se complementan tanto y tan bien que en cada verso desembocan la una en la otra, se entrelazan como dedos encajando en otra mano, la mano esperada. Podría susurrarte que no hay mejor disco para escuchar en la cama de noche; tanto es así, que quiero comprarme unos cascos buenos para disfrutarlo como merece.


También podría hablarte de las canciones, claro. De la dulce melancolía de Sushi, por ejemplo: Cocoon abren su disco con una despedida, porque los finales siempre son el principio de algo nuevo. Podría hablarte de ese ukelele que tan buen rollo transmite en Comets. De los cambios a mejor (¡esas trompetas!) que se auguran en Dee Doo. De la ballena Yum Yum cuya historia vertebra el disco: devora los problemas para escupir felicidad. De las dudas que te entran al volar del nido en Mother para acto seguido reafirmarte en la épica pausada de Oh My God (con esa maravillosa sección de cuerdas creciendo de fondo). Del pastor convertido en héroe en Super Powers, una canción junto al fuego. Todo el disco suena un poco así, en realidad: como si estuviera cantado guitarra en mano (o ukelele, según) junto a una hoguera recién encendida, después de haber luchado contra lobos.

Podría hablarte de los tres versos más sabios del disco; los encontrarás en la nana Cathedral: "There's a time to let it grow / A time to let it slow / And a time to let it go." De tu sonrisa cuando Mark Daumail rompa el ritmo de la canción Sea Lion II (I Will Be Gone), pero no lo hará para decirte nada importante sino tan sólo "tch-tch, come on". Del paisaje marino que dibuja Dolphins, no hay mejor lugar que ése desde el que puedes ver el reflejo de la luz de un faro, una paloma cruzándose con una gaviota, y los delfines a tu alrededor. De la despedida de Baby Seal, justo antes de emprender un viaje en la hipnótica In My Boat, a ratos tan majestuosa que suena a créditos finales. Del bonus track, la canción 13, mi número, en la que chocarás contra el verso que da título al disco y entonces comprenderás: para llegar allí, donde los océanos terminan, primero hay que aprender a nadar. I'm ready to learn to swim on my own.


Podría hablarte de todo eso, sí. O podría decirte, simplemente: escucha, disfruta, explora.

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Like Crazy

"Patience always pays off."

Hay días que demuestran la magia de las señales. Son esos días en que por la mañana te da por pensar que todavía no has comprado una silla para ese escritorio en el que pronto tendrás que terminar a ordenador tu novela, y por la noche acabas viendo sin saberlo una película en la que el protagonista se dedica -de todos los oficios del mundo posibles- a diseñar y fabricar sillas.


Like Crazy, sí. Leía ayer la crítica de Fersitu. Me acordé de ver los carteles hace meses y pensar automáticamente que sería una moñada (parejita, playa, noria, puesta de sol: décadas de prejuicios alimentados por Hollywood). Pero tras el texto de mi compañero blogger pensé que no, que Like Crazy me iba a encantar. Él la ponía por las nubes y destacaba sobre todo las actuaciones de los dos protagonistas y la selección musical; coincido con él: son dos de los puntos fuertes.

En la línea de One Day o Restless, te encuentras con un romance distinto contado de forma original, pero muy humana. La prueba de que es una película maravillosa la tienes por ejemplo en todas esas escenas en que los protagonistas no se cruzan ni una palabra, y sin embargo te lo dicen todo. Llenan el silencio, como sólo lo llenamos cuando estamos enamorados. No necesitamos decir nada porque hemos encontrado a quien nos completa. Anton Yelchin y Felicity Jones están encantadores y consiguen transmitirte todo eso gracias a la química entre ellos, claro, pero también gracias a las melodías a piano que los acompañan, gracias a una cámara que los acaricia paseando y bajo las sábanas, y gracias también a un montaje certero, casi de vídeoclip.


Es el propio montaje el que remarca los otros dos protagonistas: la distancia y el tiempo. Nada menos. Y con ellos, los celos, las terceras personas, la absurda burocracia, los momentos en que tirarías la toalla. No hay nada fingido aquí. En una entrevista, decía Drake Doremus, director y guionista de la película, que ésta tiene un fuerte componente autobiográfico. Y se nota. Las emociones salen de la pantalla durante la hora y media que dura. Eso debieron notar en el Festival de Cine de Sundance, donde el año pasado premiaron esta cinta con dos premios: el del Jurado y una mención de Mejor Actriz.

El año pasado me propuse ver sólo películas buenas (o al menos, intentarlo: que intuyera que pueden serlo). Este año me propongo el siguiente paso: ver sólo películas que me hagan sentir, que me transmitan. Que, como Like Crazy, me emocionen con cada detalle: una silla, una mirada, una canción. Quiero decir, El Topo estuvo muy bien, los actores estupendos y la música de Alberto Iglesias acertadísima... pero no me dijo absolutamente nada. Salí del cine tal como había entrado. Y yo no quiero eso, yo quiero terminar de ver una película y saber que esas dos horas me han merecido la pena. Porque para eso veo películas yo, para eso leo, escucho música, contemplo arte: para sentir.


No hablo sólo de "sentir" como sinónimo de llorar con una "película romántica", porque aunque Like Crazy lo sea, la cautivadora Beginners me emocionó como ninguna y en ella el elemento romántico estaba en segundo plano: lo importante era la transformación del personaje de Ewan McGregor a partir del aprendizaje vital de su padre, encarnado por Christopher Plummer (¡Oscar ya!). Sentir como sinónimo de aprender. Cine que me transforme. No es fácil encontrarlo, ya lo sé, pero confiaré en mis instintos, como ayer al leer aquella crítica. Seguiremos intentándolo. Like Crazy.

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Natsume Sôseki - La herencia del gusto

"Para lograr lo que se pretende, a veces hay que ser desaprensivo."

La genética del enamoramiento. ¿Existe? ¿Son espontáneos los flechazos o bien son la consecuencia de una predisposición de nuestros genes?  Un tema fascinante, sin duda. El amor como mera casualidad o como fruto de las experiencias previas de nuestros antepasados. Esta teórica genética del enamoramiento es lo que se propone desentrañar Sôseki en el primer libro suyo que leo. Para tal fin, mezclará misticismo (karma, destino) con ciencia, pero también con literatura, claro.


Mi profesor de guión decía que una buena escena, una buena película o un buen libro tenían que empezar con una rosa y terminar con un disparo, o viceversa, y estoy de acuerdo. Los contrastes como síntesis de la evolución. Podría habernos puesto de ejemplo este libro: La herencia del gusto empieza hablando de guerra y termina hablando de amor. Los temas se enlazan con facilidad a medida que el protagonista reflexiona sobre unas imágenes de las que es un mero espectador, pero con las que se obsesiona para entenderlas.

El regreso de las tropas en una estación de tren, unas mujeres jugando a tenis, una chica bajo la lluvia de hojas que cae del árbol sagrado de un cementerio... Cada una de estas imágenes, Sôseki las describe a modo de cuadros, como si el tiempo se detuviera para recordarnos la belleza de cada instante. ¿Estás leyendo un ejercicio de estilo, un ensayo, una novela corta? Todo eso. Y al final, la respuesta. Tan sencilla. La ciencia del destino. Has tenido que ir a la guerra para descubrirlo.


Por su estructura y forma de narrar (intensa pero ágil) me ha recordado a los libros de mi querido Ogai Mori, aunque por temática lo compararía quizá con el más moderno Todo lo que podríamos haber  sido tú y yo si no fuéramos tú y yo de Albert Espinosa, que daba otra respuesta sorprendente al significado de los flechazos.  Seguiré leyendo a Sôseki.

La gente del siglo XX es prosaica: se burlan de los hombres y mujeres que se enamoran a primera vista, tachándolos de románticos necios. Por muy ridículo que pueda parecer algo, no podemos retorcer y desfigurar la verdad o ponerla del revés. Es verosímil que alguien jamás viva tal experiencia, pero si ocurre ante nuestros ojos y nos negásemos a creer, sería una estupidez.

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Viva Las Vegas

"Se nos ha dado la oportunidad de habitar, no lo olvidemos, en un mundo concebido para nuestra fascinación; tenemos la posibilidad de habitar en el más perfecto de los mundos."
(Vicente Haya - "El espacio interior del haiku")

Me gusta la canción Viva Las Vegas de Aqua. Hoy me he dado cuenta de que no me gusta sólo por ese ritmo trepidante que te invita a cruzar las calles con paso decidido, como si estuvieras en un vídeoclip. Sobre todo me gusta porque habla de llegar a una nueva ciudad y deslumbrarte ante la avalancha de cosas (cosas pequeñas y cosas brillantes) que ésta te ofrece. Es lo que pasa cuando haces turismo, que exploras cada rincón, visitas museos y plazas y calles y todo tipo de lugares cuyos equivalentes en tu ciudad apenas conoces, los pasas de largo. La costumbre mata la sorpresa.


Hace cosa de año y medio, yendo al trabajo me detuve junto a la avalancha de turistas que hacían fotos de la Sagrada Familia. No es mi edificio favorito de Gaudí, de hecho ni siquiera me parece bonito. Pero los turistas sonreían ante él, lo fotografiaban, señalaban detalles boquiabertos. Pensé que nunca he estado dentro de la Sagrada Familia. Llevaba años pasando por delante cada día y no lo miraba. Aquel día, y muchos otros a partir de entonces, lo contemplé admirado como habría hecho en cualquier otra ciudad, y descubrí la representación de unas frutas de colores en lo alto de una de las torres. Reparar en aquel detalle (aquellas frutas de piedra brillando bajo el sol) me alegró la tarde.

Pero no se trata sólo de monumentos. Lo más sorprendente nunca está en los mapas. Las calles de asfalto gris, esas mismas que atravesamos cada día en el itinerario de nuestra rutina, en realidad son un microcosmos de pequeñas maravillas en las que fijarse, detalles que esperan que alguien se detenga y los convierta en poesía. Una baldosa fuera de sitio, una pintada desdibujada por la lluvia, libros colgando de un escaparate. Son esos pedazos los que dan alma a cada ciudad. Los vemos cuando salimos fuera, pero también existen en nuestra ciudad.


 De eso tratan los haikus: de la belleza aquí y ahora, en cada rincón. Recomiendo leer libros de haiku. Son perfectos para aprender a apreciar la belleza que nos rodea. Después de una sesión de lectura, sales a la calle y todo parece nuevo, porque tus ojos son otros. Hoy he escrito estos dos haikus mientras volvía a casa por la misma calle que ayer sólo me pareció una línea recta, quince minutos de fachadas invisibles:

El viento arrastra
Una flor pequeña y una colilla
Que alguien tiró

Una paloma vieja
Paso a paso atraviesa la calzada
Hay un charco

No son gran cosa, pero son míos. Todo es empezar. El primer paso es abrir los ojos, el resto ya irá llegando.

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Rose Murphy - Peek-A-Boo

"Wishing are the dreams we dream when we're awake"

Viendo The Artist, me quedé prendado de uno de los pocos momentos sonoros de la película: el montaje musical que hacen para mostrar la ascensión a la fama de Peppy Miller. Suena en esa secuencia una canción muy simpática, cantada por una voz muy aguda que pensaba que era la de la propia actriz, Bérénice Bejo. Era justo la voz y el tipo de canción que te imaginabas que cantaría su personaje. Ya en casa indagué y resulta que no, que para la película utilizaron la versión que Rose Murphy grabó en los años 40 de un clásico del jazz, Pennies From Heaven. Acertaron de lleno con la selección, porque sirve de presentación perfecta de ese personaje.


Every time it rains, it rains pennies from heaven
Don't you know each cloud contains pennies from heaven
You'll find your fortune's falling all over the town
Be sure that your umbrella is upside down
Trade them for a package of sunshine and flowers
If you want the things you love, you gotta have showers

Me gusta tantísimo Pennies From Heaven que busqué en Spotify un recopilatorio de Rose Murphy. Hay muchos, y todos tienen un contenido parecido porque su popularidad se concentró durante apenas dos años, 1948 y 1949, y a esa época pertenecen la mayoría de grabaciones. Elegí éste porque me parece el más completo y la portada está diseñada con gusto. La mayoría son versiones de clásicos del jazz a los que Rose Murphy aporta su inimitable estilo.

Oyéndola, no dirías que es la misma señora de la foto. O quizá sí: ¡esa sonrisa! Su estilo no se basa sólo en esa voz aguda, bordeando lo infantil, una especie de Betty Boop negra. También forman parte de Rose Murphy esas onomatopeyas que utiliza (sus famosos chee-chee y brrr-brrr), ese piano que tocaba ella misma con manos ligeras, los cambios improvisados en la letra, la rudimentaria caja de ritmos, y las ocasionales palmadas cuando está disfrutando tanto que tiene hacer eso: dejar todo lo demás y dar palmadas. Y quizá por pasárselo tan, tan bien cantando y tocando no se la considera una de las grandes profesionales del jazz.


La alegría que transmite esta mujer con su música es incomparable. No recomiendo escuchar este recopilatorio entero, puede resultar tan empalagoso como un atracón de cupcakes. Pero es perfecto para ponerlo en modo aleatorio y canturrear durante 3 o 4 canciones. ¿Sabes esos días en que necesitas algo que te contagie alegría? Rose Murphy lo hace como nadie: le canta a las mejores cosas de la vida (The Best Things In Life Are Free), te anima a seguir soñando (Wishing), es tan optimista que le da la vuelta a su paraguas para recoger todo lo bueno que caiga del cielo (la ya mencionada Pennies From Heaven), pasó por cuatro divorcios pero siempre estuvo dispuesta a abrirle los abrazos al amor (I Wanna Be Loved By You, en la versión que sirvió de inspiración para Marilyn Monroe), te la imaginas siempre moviendo las manos de lado a lado con su sonrisa ancha, pletórica (Honeysuckle Rose).

Wishing will make it so
Just keep on wishing and care will go
Dreamers tell us dreams come true
It's no mistake
And wishes are the dreams we dream 
When we're awake

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Today is the last day that I'm using words

¿De dónde salen las palabras? ¿De nuestra cabeza? Antes de sentarme a escribir, las frases dan vueltas en mi cabeza, eso es cierto. Pienso, ordeno, memorizo lo que tengo que anotar. Por ejemplo: estas frases mismas, que he pensado bien para usarlas de introducción de una nueva entrada del blog. Pero en cuanto me siento a escribir, nuevas palabras fluyen solas. No las pienso. Diría que ni siquiera las escribo. Se escriben ellas mismas.


Es lo que algunos llaman escritura automática. Dejar fluir el texto. Y es bonito, y por eso me gusta tanto escribir a mano, porque me permite dejarme llevar y sorprenderme luego, en la desembocadura que supone todo texto terminado, un océano de palabras con un significado. Dejar fluir, desembocar: vale. ¿Pero cuál es el origen? Más allá de las cascadas, en lo alto de la montaña. Ayer lo hablaba con una amiga que también escribe. ¿Accedemos escribiendo a una especie de conciencia colectiva de la que extraemos las ideas?

Historias que existen pero no tienen forma y buscan que alguien las escriba. Me gusta esta teoría. Te sientas a escribir y sin saberlo sintonizas el canal de la inspiración, y todo acude a ti. Eso te convertiría en médium. Eso explicaría que tan a menudo, por la noche, ya medio dormido, la inspiración acuda de una forma tan fuerte que tienes que levantarte y escribir. En la cama, con los ojos cerrados y ya casi inconscientes, no pones barreras, tienes la mente más abierta. También explicaría que borracho (y drogado, supongo) puedan salir textos incisivos que te impactan a la mañana siguiente. Has escrito libre, has dejado fluir al máximo. No siempre: borracho también pueden salir textos en apariencia incoherentes.


Eso es lo que me pasó anoche. Volvía de fiesta, había bebido y tenía sueño pero, como siempre, escribí mi página diaria. Esta mañana, en esa página de letra sorprendentemente pulcra, había dos frases que no entendía. Son estas, con sus ellos gramaticales incluidos:


Creí que me había saludado a mí pero no, después de aquella frena el dictadura del buen gusto. Se trata de que si hay para escoger, podré escogerla y significará el símbolo del buen gusto.


Ahora sonrío, pienso que anoche esto significaba algo muy exacto, quizá tenía tan abierta la mente que dos historias intentaron abrirse paso a la vez (ese masculino "el" contra la femenina "dictadura"; esa reiteración de conceptos, como si una historia intentase imponerse a la otra). Pero me quedé dormido y hoy sólo quedan las ruinas de unas historias que no acabaron de nacer y ahora me es imposible descifrar. Al releerlo, mi primer impulso ha sido tachar este párrafo inconexo, pero luego no me ha parecido justo. No es casualidad que lo haya escrito justo la noche que me preguntaba con mi amiga de dónde salían palabras. En este párrafo quizá esté una pista o (¿por qué no?) la confirmación de que efectivamente las cazamos al vuelo. Las palabras ya existen y el arte está en aprender a abrirles camino.

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Sherlock (Holmes)

"Stop boring me and think. It's the new sexy."

¿Cómo se desenvolvería Sherlock Holmes en la era 2.0? En la era de internet, los teléfonos móviles, el terrorismo internacional, los blogs, Twitter... ¿Cambiaría mucho el personaje? Podríamos pensar que sí, pero la serie británica Sherlock, que acaba de estrenar su segunda temporada consigue actualizar el personaje y al mismo tiempo, mantenerse fiel al estilo de las aventuras que Sir Arthur Conan Doyle escribió hace ya más de un siglo.


Cambia que el doctor Watson ahora en vez de publicar libros, abre un blog comentando los casos que resuelve su compañero de piso. Y la tecnología se actualiza, claro, complicando los casos, ahora más vistosos y trepidantes. Son capítulos largos, de más de una hora, pero pasan en un suspiro. Sherlock sigue siendo asocial y rematadamente inteligente, con un humor áspero que no pretende serlo; Watson tiene un punto entrañable que no parecía estar en los libros de Doyle. Hay bromas sobre una relación homosexual entre ambos, claro, pero quedan perfectas en el contexto actual. A destacar el nuevo James Moriarty, toda una reinvención del personaje. Uno estaba harto de ver siempre al mismo tipo de profesor que se mueve entre las sombras. Su presentación en la primera temporada me dejó sin habla.

La serie también es muy imaginativa a la hora de poner en escena el método deductivo de Sherlock Holmes. Textos, gráficos y números se pasean con libertad por la pantalla para indicarnos en qué se fija Sherlock, hay barridos imaginativos en los que la figura de Sherlock borra de la pantalla las personas que le aburren, los mensajes de móvil son carteles en el aire (en vez de un primerísimo primer plano para hacer publicidad del móvil en cuestión: qué diferencia con las series y las películas estadounidenses, qué respeto al producto). Una presentación moderna, a ratos digna de un vídeoclip, pero al mismo tiempo austera y totalmente acorde con el personaje. Y es que en todo momento se nota que la serie está hecha con un mimo absoluto, muy fiel al estilo de las aventuras originales. De hecho, casi todos los capítulos son adaptaciones libres (pero llenas de guiños) de casos famosos del detective.


Qué diferencia con otra revisión reciente del personaje de Sherlock Holmes, las películas de Guy Ritchie. Ver ayer en el cine Sherlock Holmes: A Game of Shadows y hoy el primer capítulo de la segunda temporada de Sherlock impacta, la verdad. Menudo cambio. Si la primera película más o menos funcionaba, sin abusar (demasiado) de la violencia, con el toque justo de humor gamberro y con una ambientación de época muy digna, la nueva película A Game of Shadows descarrila, convirtiéndose en una cinta de acción de un personaje que nos dicen que es Sherlock Holmes (¿nos lo creemos?).

Robert Downey Jr está tan desmadrado, llegando en casi cada escena a la autoparodia, que a ratos piensas si no será el Johnny Depp de Piratas del Caribe disfrazado de inglés victoriano. Jude Law (lo único que echo en falta de la nueva serie inglesa, cómo me gusta este hombre) hace lo que puede para compensar el amaneramiento de Downey Jr, pero lo tiene difícil. Y a todo esto, cuesta creer que Noomi Rapace fuera la Lisbeth Salander de la versión sueca de Los hombres que no amaban a las mujeres, porque de gitana zíngara hace aguas, la pobre.

La verdad es que viendo tamaño despropósito estaba convencido de que esta película era obra de algún director menor que se había visto con carta blanca para deshacer el correcto trabajo previo de Guy Ritchie. Hasta el uso de la cámara lenta se hace pesado en esta entrega, todo lo contrario que en la anterior. Pero no, en los créditos finales remarcan una y dos veces que el director sigue siendo Guy Ritchie. Debo decir que la única escena que me pareció realmente graciosa e ingeniosa es la más homoerótica de todas, cuando Sherlock y Holmes casi se ponen a follar en pleno tren.


En definitiva: dos formas totalmente distintas de actualizar un personaje clásico para los gustos del siglo XXI. Yo tengo clarísimo con cuál me quedo. La que lo moderniza drásticamente pero sigue dejándolo reconocible. La que nos enseña que la típica imagen de Sherlock con boina (algo que no aparece en los libros) es puramente accidental: un disfraz improvisado para evitar a los paparazzis. Humor, conocimiento del personaje original, ubicación en el contexto actual. Bravo por Sherlock. Mañana estrenan otro capítulo, por cierto, esta vez basado en El sabueso de los Baskerville. Con ganas de descubrir qué han inventado para este caso.